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La Vida de Jesus por Elena de White

EN el corazón de toda la humanidad, sin distinción de etnicidad, religión o clase socioeconómica, hay un indecible deseo ardiente de algo intangible - el alma tan vacía y desconforme. Este anhelo es inherente en la misma constitución del hombre por un Creador misericordioso, para que el hombre no se sienta satisfecho con su presente condición, lo que sea que pueda ser. Pero es posible la experiencia de plenitud espiritual en Jesucristo. El profeta Ageo llama con justicia a Cristo "el Deseado de todas las gentes". Es el propósito de este libro presentar a Jesucristo como Aquel en quien puede satisfacerse todo anhelo - con abundante enseñanza, poder insondable, muchas vislumbres de su vida ejemplar de Jesús de Nazaret.

EN el corazón de toda la humanidad, sin distinción de etnicidad, religión o clase socioeconómica, hay un indecible deseo ardiente de algo intangible - el alma tan vacía y desconforme. Este anhelo es inherente en la misma constitución del hombre por un Creador misericordioso, para que el hombre no se sienta satisfecho con su presente condición, lo que sea que pueda ser. Pero es posible la experiencia de plenitud espiritual en Jesucristo. El profeta Ageo llama con justicia a Cristo "el Deseado de todas las gentes". Es el propósito de este libro presentar a Jesucristo como Aquel en quien puede satisfacerse todo anhelo - con abundante enseñanza, poder insondable, muchas vislumbres de su vida ejemplar de Jesús de Nazaret.

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sus sublimes esperanzas. Así muchos quedaron chasqueados y muy perplejos. <strong>La</strong>s palabras que<br />

los sacerdotes y rabinos tanto <strong>de</strong>seaban oír, a saber, que Jesús restauraría ahora el reino <strong>de</strong> Israel,<br />

no habían sido pronunciadas.<br />

Tal rey habían estado esperando y <strong>por</strong> él velaban; y a un rey tal estaban dispuestos a recibir. Pero<br />

no querían aceptar a uno que tratase <strong>de</strong> establecer en su corazón un reino <strong>de</strong> justicia y <strong>de</strong> paz. Al<br />

día siguiente, mientras dos discípulos estaban cerca, Juan volvió a ver a Jesús entre el pueblo. Otra<br />

vez se iluminó el rostro <strong>de</strong>l profeta con la gloria <strong>de</strong>l Invisible, mientras exclamaba: "He aquí el<br />

Cor<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> Dios." <strong>La</strong>s palabras conmovieron el corazón <strong>de</strong> los discípulos. Ellos no las<br />

comprendían plenamente. ¿Qué significaba el nombre que Juan le había dado: "Cor<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> Dios"?<br />

Juan mismo no lo había explicado. Dejando a Juan, se fueron en pos <strong>de</strong> Jesús. Uno <strong>de</strong> ellos era<br />

Andrés, hermano <strong>de</strong> Simón; el otro Juan, el que iba a ser el evangelista. Estos fueron los primeros<br />

discípulos <strong>de</strong> Cristo. Movidos <strong>por</strong> un impulso irresistible, siguieron a Jesús, ansiosos <strong>de</strong> hablar con<br />

él, aunque asombrados y en silencio, abrumados <strong>por</strong> el significado <strong>de</strong>l pensamiento: "¿Es éste el<br />

Mesías?" Jesús sabía que los discípulos le seguían. Eran las primicias <strong>de</strong> su ministerio, y había<br />

gozo en el corazón <strong>de</strong>l Maestro divino al ver a estas almas respon<strong>de</strong>r a su gracia. Sin embargo,<br />

volviéndose, les preguntó: "¿Qué buscáis?" Quería <strong>de</strong>jarlos libres para volver atrás, o para expresar<br />

su <strong>de</strong>seo. Ellos eran conscientes <strong>de</strong> un solo propósito. <strong>La</strong> presencia <strong>de</strong> Cristo llenaba su<br />

pensamiento. Exclamaron: "Rabbí, . . . ¿Dón<strong>de</strong> moras?" En una breve entrevista, a orillas <strong>de</strong>l<br />

camino, no podían recibir lo que anhelaban. Deseaban estar a solas con Jesús, sentarse a sus pies,<br />

y oír sus palabras. "Díceles: Venid y ved. Vinieron, y vieron don<strong>de</strong> moraba, y quedáronse con él<br />

aquel día."<br />

Si Juan y Andrés hubiesen estado dominados <strong>por</strong> el espíritu incrédulo <strong>de</strong> los sacerdotes y<br />

gobernantes, no se habrían presentado como discípulos a los pies <strong>de</strong> Jesús. Habrían venido a él<br />

como críticos, para juzgar sus palabras. Muchos cierran así la puerta a las o<strong>por</strong>tunida<strong>de</strong>s más<br />

preciosas. No sucedió así con estos primeros discípulos. Habían respondido al llamamiento <strong>de</strong>l<br />

Espíritu Santo, manifestado en la predicación <strong>de</strong> Juan el Bautista. Ahora, reconocían la voz <strong>de</strong>l<br />

Maestro celestial. Para ellos, las palabras <strong>de</strong> Jesús estaban llenas <strong>de</strong> refrigerio, verdad y belleza.<br />

Una iluminación divina se <strong>de</strong>rramaba sobre las enseñanzas <strong>de</strong> las Escrituras <strong>de</strong>l Antiguo<br />

Testamento. Los multilaterales temas <strong>de</strong> la verdad se <strong>de</strong>stacaban con una nueva luz. Es la<br />

contrición, la fe y el amor lo que habilita al alma para recibir sabiduría <strong>de</strong>l cielo. <strong>La</strong> fe obrando<br />

<strong>por</strong> el amor, es la llave <strong>de</strong>l conocimiento, y todo aquel que ama conoce a Dios."* El discípulo Juan<br />

era <strong>de</strong> afectos sinceros y profundos, aunque <strong>de</strong> naturaleza contemplativa. Había empezado a<br />

discernir la gloria <strong>de</strong> Cristo, no la pompa mundanal, ni el po<strong>de</strong>r que se le había enseñado a esperar,<br />

sino la "gloria como <strong>de</strong>l unigénito <strong>de</strong>l Padre, lleno <strong>de</strong> gracia y <strong>de</strong> verdad."* Estaba absorto en la<br />

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