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La Vida de Jesus por Elena de White

EN el corazón de toda la humanidad, sin distinción de etnicidad, religión o clase socioeconómica, hay un indecible deseo ardiente de algo intangible - el alma tan vacía y desconforme. Este anhelo es inherente en la misma constitución del hombre por un Creador misericordioso, para que el hombre no se sienta satisfecho con su presente condición, lo que sea que pueda ser. Pero es posible la experiencia de plenitud espiritual en Jesucristo. El profeta Ageo llama con justicia a Cristo "el Deseado de todas las gentes". Es el propósito de este libro presentar a Jesucristo como Aquel en quien puede satisfacerse todo anhelo - con abundante enseñanza, poder insondable, muchas vislumbres de su vida ejemplar de Jesús de Nazaret.

EN el corazón de toda la humanidad, sin distinción de etnicidad, religión o clase socioeconómica, hay un indecible deseo ardiente de algo intangible - el alma tan vacía y desconforme. Este anhelo es inherente en la misma constitución del hombre por un Creador misericordioso, para que el hombre no se sienta satisfecho con su presente condición, lo que sea que pueda ser. Pero es posible la experiencia de plenitud espiritual en Jesucristo. El profeta Ageo llama con justicia a Cristo "el Deseado de todas las gentes". Es el propósito de este libro presentar a Jesucristo como Aquel en quien puede satisfacerse todo anhelo - con abundante enseñanza, poder insondable, muchas vislumbres de su vida ejemplar de Jesús de Nazaret.

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CAPÍTULO 31: El Sermón <strong>de</strong>l Monte<br />

RARA vez reunía Cristo a sus discípulos a solas para darles sus palabras. No elegía <strong>por</strong> auditorio<br />

suyo únicamente a aquellos que conocían el camino <strong>de</strong> la vida. Era su obra alcanzar a las multitu<strong>de</strong>s<br />

que estaban en ignorancia y en error. Daba sus lecciones <strong>de</strong> verdad don<strong>de</strong> podían alcanzar el<br />

entendimiento entenebrecido. El mismo era la Verdad, que <strong>de</strong> pie, con los lomos ceñidos y las<br />

manos siempre extendidas para ben<strong>de</strong>cir, y mediante palabras <strong>de</strong> amonestación, ruego y estímulo,<br />

trataba <strong>de</strong> elevar a todos aquellos que venían a él. El sermón <strong>de</strong>l monte, aunque dado especialmente<br />

a los discípulos, fue pronunciado a oídos <strong>de</strong> la multitud.<br />

Después <strong>de</strong> la or<strong>de</strong>nación <strong>de</strong> los apóstoles, Jesús se fue con ellos a orillas <strong>de</strong>l mar. Allí, <strong>por</strong> la<br />

mañana temprano, la gente había empezado a congregarse. A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> las acostumbradas<br />

muchedumbres <strong>de</strong> los pueblos galileos, había gente <strong>de</strong> Ju<strong>de</strong>a y aun <strong>de</strong> Jerusalén misma; <strong>de</strong> Perea,<br />

<strong>de</strong> Decápolis, <strong>de</strong> Idumea, una región lejana situada al sur <strong>de</strong> Ju<strong>de</strong>a; y <strong>de</strong> Tiro y Sidón, ciuda<strong>de</strong>s<br />

fenicias <strong>de</strong> la costa <strong>de</strong>l Mediterráneo. Oyendo cuán gran<strong>de</strong>s cosas hacía," ellos "habían venido a<br />

oírle, y para ser sanados <strong>de</strong> sus enfermeda<strong>de</strong>s; . . . <strong>por</strong>que salía <strong>de</strong> él virtud y sanaba a todos.'* <strong>La</strong><br />

estrecha playa no daba cabida al alcance <strong>de</strong> su voz, ni aun <strong>de</strong> pie, a todos los que <strong>de</strong>seaban oírle,<br />

así que Jesús los condujo a la montaña. Llegado que hubo a un espacio <strong>de</strong>spejado <strong>de</strong> obstáculos,<br />

que ofrecía un agradable lugar <strong>de</strong> reunión para la vasta asamblea, se sentó en la hierba, y los<br />

discípulos y las multitu<strong>de</strong>s siguieron su ejemplo.<br />

Los discípulos se situaban siempre en el lugar más cercano a Jesús. <strong>La</strong> gente se agolpaba<br />

constantemente en <strong>de</strong>rredor suyo, pero los discípulos comprendían que no <strong>de</strong>bían <strong>de</strong>jarse apartar<br />

<strong>de</strong> su presencia. Se sentaban a su lado, a fin <strong>de</strong> no per<strong>de</strong>r una palabra <strong>de</strong> sus instrucciones.<br />

Escuchaban atentamente, ávidos <strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r las verda<strong>de</strong>s que iban a tener que anunciar a todos<br />

los países y a todas las eda<strong>de</strong>s. Presintiendo que podían esperar algo más que lo acostumbrado,<br />

ro<strong>de</strong>aron ahora estrechamente a su Maestro. Creían que el reino iba a ser establecido pronto, y <strong>de</strong><br />

los sucesos <strong>de</strong> aquella mañana sacaban la segura conclusión <strong>de</strong> que Jesús iba a hacer algún anuncio<br />

concerniente a dicho reino.<br />

Un sentimiento <strong>de</strong> expectativa dominaba también a la multitud, y los rostros tensos daban<br />

evi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong>l profundo interés sentido. Al sentarse la gente en la ver<strong>de</strong> la<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> la montaña,<br />

aguardando las palabras <strong>de</strong>l Maestro divino, tenían todos el corazón embargado <strong>por</strong> pensamientos<br />

<strong>de</strong> gloria futura. Había escribas y fariseos que esperaban el día en que dominarían a los odiados<br />

romanos y poseerían las riquezas y el esplendor <strong>de</strong>l gran imperio mundial. Los pobres campesinos<br />

y pescadores esperaban oír la seguridad <strong>de</strong> que pronto trocarían sus míseros tugurios, su escasa<br />

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