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La Vida de Jesus por Elena de White

EN el corazón de toda la humanidad, sin distinción de etnicidad, religión o clase socioeconómica, hay un indecible deseo ardiente de algo intangible - el alma tan vacía y desconforme. Este anhelo es inherente en la misma constitución del hombre por un Creador misericordioso, para que el hombre no se sienta satisfecho con su presente condición, lo que sea que pueda ser. Pero es posible la experiencia de plenitud espiritual en Jesucristo. El profeta Ageo llama con justicia a Cristo "el Deseado de todas las gentes". Es el propósito de este libro presentar a Jesucristo como Aquel en quien puede satisfacerse todo anhelo - con abundante enseñanza, poder insondable, muchas vislumbres de su vida ejemplar de Jesús de Nazaret.

EN el corazón de toda la humanidad, sin distinción de etnicidad, religión o clase socioeconómica, hay un indecible deseo ardiente de algo intangible - el alma tan vacía y desconforme. Este anhelo es inherente en la misma constitución del hombre por un Creador misericordioso, para que el hombre no se sienta satisfecho con su presente condición, lo que sea que pueda ser. Pero es posible la experiencia de plenitud espiritual en Jesucristo. El profeta Ageo llama con justicia a Cristo "el Deseado de todas las gentes". Es el propósito de este libro presentar a Jesucristo como Aquel en quien puede satisfacerse todo anhelo - con abundante enseñanza, poder insondable, muchas vislumbres de su vida ejemplar de Jesús de Nazaret.

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Los discípulos habían esperado durante largo tiempo un movimiento popular que pusiese a Jesús<br />

en el trono; no podían so<strong>por</strong>tar el pensamiento <strong>de</strong> que todo ese entusiasmo fuera reducido a la<br />

nada. <strong>La</strong>s multitu<strong>de</strong>s que se estaban congregando para observar la Pascua anhelaban ver al nuevo<br />

Profeta. Para sus seguidores, ésta parecía la o<strong>por</strong>tunidad áurea <strong>de</strong> establecer a su amado Maestro<br />

sobre el trono <strong>de</strong> Israel. En el calor <strong>de</strong> esta nueva ambición, les era difícil irse solos y <strong>de</strong>jar a Jesús<br />

en aquella orilla <strong>de</strong>solada. Protestaron contra tal disposición; pero Jesús les habló entonces con<br />

una autoridad que nunca había asumido para con ellos. Sabían que cualquier oposición ulterior <strong>de</strong><br />

su parte sería inútil, y en silencio se volvieron hacia el mar. Jesús or<strong>de</strong>nó entonces a la multitud<br />

que se dispersase; y su actitud era tan <strong>de</strong>cidida que nadie se atrevió a <strong>de</strong>sobe<strong>de</strong>cerle. <strong>La</strong>s palabras<br />

<strong>de</strong> alabanza y exaltación murieron en los labios <strong>de</strong> los concurrentes. En el mismo acto <strong>de</strong><br />

a<strong>de</strong>lantarse para tomarle, sus pasos se <strong>de</strong>tuvieron y se <strong>de</strong>svanecieron las miradas alegres y<br />

anhelantes <strong>de</strong> sus rostros. En aquella muchedumbre había hombres <strong>de</strong> voluntad fuerte y firme<br />

<strong>de</strong>terminación; pero el <strong>por</strong>te regio <strong>de</strong> Jesús y sus pocas y tranquilas palabras <strong>de</strong> or<strong>de</strong>n apagaron el<br />

tumulto y frustraron sus <strong>de</strong>signios. Reconocieron en él un po<strong>de</strong>r superior a toda autoridad terrenal,<br />

y sin una pregunta se sometieron.<br />

Cuando fue <strong>de</strong>jado solo, Jesús "subió al monte apartado a orar." Durante horas continuó<br />

intercediendo ante Dios. Oraba no <strong>por</strong> sí mismo sino <strong>por</strong> los hombres. Pidió po<strong>de</strong>r para revelarles<br />

el carácter divino <strong>de</strong> su misión, para que Satanás no cegase su entendimiento y pervirtiese su juicio.<br />

El Salvador sabia que sus días <strong>de</strong> ministerio personal en la tierra estaban casi terminados y que<br />

pocos le recibirían como su Re<strong>de</strong>ntor. Con el alma trabajada y afligida, oró <strong>por</strong> sus discípulos.<br />

Ellos habían <strong>de</strong> ser intensamente probados. <strong>La</strong>s esperanzas que <strong>por</strong> mucho tiempo acariciaran,<br />

basadas en un engaño popular, habrían <strong>de</strong> frustrarse <strong>de</strong> la manera más dolorosa y humillante.<br />

En lugar <strong>de</strong> su exaltación al trono <strong>de</strong> David, habían <strong>de</strong> presenciar su crucifixión. Tal había <strong>de</strong> ser,<br />

<strong>por</strong> cierto, su verda<strong>de</strong>ra coronación. Pero ellos no lo discernían, y en consecuencia les<br />

sobrevendrían fuertes tentaciones que les sería difícil reconocer como tales. Sin el Espíritu Santo<br />

para iluminar la mente y ampliar la comprensión, la fe <strong>de</strong> los discípulos faltaría. Le dolía a Jesús<br />

que el concepto que ellos tenían <strong>de</strong> su reino fuera tan limitado al engran<strong>de</strong>cimiento y los honores<br />

mundanales. Pesaba sobre su corazón la preocupación que sentía <strong>por</strong> ellos, y <strong>de</strong>rramaba sus<br />

súplicas con amarga agonía y lágrimas. Los discípulos no habían abandonado inmediatamente la<br />

tierra, según Jesús les había indicado. Aguardaron un tiempo, esperando que él viniese con ellos.<br />

Pero al ver que las tinieblas los ro<strong>de</strong>aban prestamente, "entrando en un barco, venían <strong>de</strong> la otra<br />

parte <strong>de</strong> la mar hacia Capernaúm." Habían <strong>de</strong>jado a Jesús <strong>de</strong>scontentos en su corazón, más<br />

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