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Narciso Y Goldmundo - AMPA Severí Torres

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Hermann Hesse <strong>Narciso</strong> Y <strong>Goldmundo</strong><br />

intemperie. Con gran asombro halló la puerta abierta. Se deslizó calladamente en el interior<br />

y cerró tras de sí la puerta. Para ir a su aposento tenía que pasar por la cocina. En ésta<br />

había luz. Sentada a la mesa de la cocina, junto a una lamparilla de aceite, estaba María.<br />

Acababa de adormilarse después de dos o tres horas de espera. Al entrar él, se sobresaltó y<br />

se puso súbitamente de pie.<br />

—Ah, María —dijo él—, ¿aún no te has acostado?<br />

—No —repuso la joven—. De lo contrario, hubieses encontrado la puerta cerrada.<br />

—Lamento que hayas esperado. Es ya muy tarde. No te enfades conmigo.<br />

—No estoy enfadada, <strong>Goldmundo</strong>. Estoy únicamente un poco triste.<br />

—No debes estar triste. ¿Por qué?<br />

—¡Ah, <strong>Goldmundo</strong>, quién me diera ser sana y hermosa y robusta! Entonces no tendrías tú<br />

que ir de noche a casas extrañas y amar a otras mujeres. Entonces te quedarías también<br />

alguna vez conmigo y me darías algún cariño.<br />

En su dulce voz no sonaba la menor esperanza, y tampoco acrimonia, sólo tristeza. Él<br />

estaba desconcertado, le daba pena la muchacha, no sabía qué decir. Le cogió suavemente<br />

la cabeza y le acarició el pelo; ella no se movía, sintiendo estremecida el contacto de su<br />

mano; lloró un poco, luego se dominó y profirió, avergonzada: —Vete a la cama,<br />

<strong>Goldmundo</strong>. He dicho muchas tonterías, estaba medio dormida. Buenas noches.<br />

CAPÍTULO XVI<br />

<strong>Goldmundo</strong> pasó en las colinas un día lleno de dichosa impaciencia. De tener un caballo,<br />

hubiese ido al convento a visitar a la hermosa Virgen del maestro; sentía el afán de verla de<br />

nuevo y, además, le parecía haber soñado por la noche con el maestro Nicolao. En fin, otra<br />

vez sería. Aunque aquel venturoso idilio con Inés durara poco y condujera a la perdición,<br />

hoy por hoy florecía, y él no podía renunciar al menor de sus goces. No quería ver a nadie ni<br />

que le distrajeran; quería pasar al aire libre aquel plácido día de otoño, bajo los árboles y<br />

las nubes. A María le dijo que tenía el propósito de hacer una excursión por el campo y que<br />

retornaría tarde, que le diera un buen trozo de pan y que no se quedara esperándolo por la<br />

noche. Ella no respondió nada, le llenó el bolsillo de pan y manzanas, le cepilló el viejo sayo,<br />

cuyos rasgones le había zurcido ya el primer día, y lo dejó partir.<br />

Marchó a lo largo del río y luego subió a los desnudos collados de viñedos, por empinados<br />

caminos de escaleras, se internó en el bosque alto y siguió ascendiendo hasta llegar a la<br />

última cumbre. En esta parte, el sol lucía tibio a través del pelado ramaje de los árboles; al<br />

acercarse, los mirlos se refugiaban en la maleza y se quedaban mirándolo, tímidamente<br />

encogidos, con sus ojos blanquinegros; y allá abajo, a lo lejos, corría el río formando un<br />

arco azul y estaba la ciudad, chiquita como un juguete, de la que no llegaba más sonido que<br />

los toques de oración. Aquí arriba había pequeños montecillos y muros cubiertos de hierba,<br />

de los viejos tiempos paganos, quizá fortificaciones, quizá tumbas. Se sentó en uno de estos<br />

montecillos, sobre la seca y crujiente hierba del otoño; desde este punto se abarcaba con la<br />

vista todo el dilatado valle, y, más allá del río, las colinas y las montañas, cadena tras<br />

cadena, hasta el lugar en que los montes y el cielo se unían en un acorde azulado y no era<br />

ya posible diferenciarlos. Toda aquella vasta tierra, y mucho más de lo que los ojos podían<br />

ver, habían recorrido sus pies; todas aquellas comarcas, que ahora eran lejanía y recuerdo,<br />

fueron un tiempo cercanía y presente. En esos bosques había dormido cien veces, había<br />

comido bayas, había padecido hambre y frío; por esas lomas y llanuras había errado, se<br />

había sentido alegre y triste, ligero y cansado. Por aquellas lejanías, allende lo visible,<br />

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