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Narciso Y Goldmundo - AMPA Severí Torres

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Hermann Hesse <strong>Narciso</strong> Y <strong>Goldmundo</strong><br />

Tampoco por este lado había obstáculos. Y si el maestro Nicolao y el taller no habían aún<br />

conseguido del todo domesticar a aquel gitano, Isabel lo lograría completamente.<br />

De este modo se urdió todo el plan y se puso el señuelo tras de los lazos para apresar al<br />

pájaro. Y un día se mandó llamar a <strong>Goldmundo</strong>, que desde aquel convite no se había dejado<br />

ver, y fue invitado de nuevo a comer, y él volvió a presentarse limpio y acicalado. Estaba<br />

otra vez sentado en aquella sala hermosa y un tanto solemne, brindó otra vez con el<br />

maestro y con la hija y, finalmente, ésta se retiró, y entonces Nicolao expuso su gran plan y<br />

formuló sus propuestas y ofrecimientos.<br />

—Ya lo sabes, pues —dijo, al concluir sus sorprendentes manifestaciones—. No preciso<br />

decirte que nunca se dio el caso que un joven, que ni siquiera ha cumplido el aprendizaje<br />

reglamentario, haya sido promovido con tal rapidez al grado de maestro e instalado en un<br />

tibio nido. Tienes la dicha en tu mano, <strong>Goldmundo</strong>.<br />

<strong>Goldmundo</strong> miraba asombrado a su maestro, sintiendo una opresión en el pecho, y apartó<br />

de sí la copa aún medio llena que tenía delante. Había esperado que Nicolao le echara una<br />

leve reprimenda por los días desperdiciados, y que luego le propusiese quedarse con él<br />

como ayudante. Y ahora le ofrecía esto. Causábale tristeza y confusión el verse así sentado<br />

frente por frente de aquel hombre. De momento, no supo qué responder.<br />

El maestro, con una expresión un tanto tensa y decepcionada en el semblante al ver que su<br />

honroso ofrecimiento no era acogido inmediatamente con alegría y humildad, se levantó y<br />

dijo:<br />

—Sin duda no esperabas que te hiciera tal propuesta; quieres, tal vez, reflexionar sobre<br />

ella. No te niego qué ello me mortifica un poco porque creí depararte una gran alegría. Pero<br />

por mí puedes tomarte tiempo para pensarlo.<br />

—Maestro —dijo <strong>Goldmundo</strong> pugnando por hallar las palabras—, no os enojéis conmigo. Os<br />

agradezco de todo corazón vuestra bondad y os agradezco más aun la paciencia con que me<br />

habéis tratado como discípulo. Nunca olvidaré cuanto os debo. Pero no necesito tiempo para<br />

pensar sobre este asunto porque hace ya mucho que estoy decidido.<br />

—¿Decidido a qué?<br />

—Lo había ya resuelto antes de aceptar vuestra invitación y antes de que tuviese el menor<br />

barrunto de vuestro honroso ofrecimiento. No continuaré más aquí, me iré.<br />

Nicolao, pálido, le miró con ojos sombríos.<br />

—Maestro —le suplicó <strong>Goldmundo</strong>—, creedme, no quiero mortificaros. Os acabo de<br />

comunicar mi decisión. No la cambiaré. Tengo que partir, tengo que viajar, tengo que<br />

retornar a la libertad. Permitidme que vuelva a daros gracias de todo mi corazón, y<br />

despidámonos como amigos.<br />

Le tendió la mano; estaba a punto de soltar las lágrimas. Nicolao no le dio su mano, tenía el<br />

rostro blanco y empezó a ir y venir por la sala, cada vez más de prisa, con recios pasos,<br />

iracundos. <strong>Goldmundo</strong> nunca lo había visto así.<br />

Luego, de súbito, el maestro se detuvo, se dominó haciendo un terrible esfuerzo y, sin mirar<br />

a <strong>Goldmundo</strong>, dijo entre dientes:<br />

—Bien, ¡vete! Pero en seguida! Que no te vuelva a ver. No vaya a hacer o decir algo de que<br />

un día pudiera arrepentirme. ¡Vete!<br />

<strong>Goldmundo</strong> tornó a tenderle la mano. El maestro hizo ademán de escupirle en ella. Entonces<br />

el joven, que ahora estaba también pálido, dio la vuelta, salió sin ruido de la estancia, se<br />

encasquetó la gorra, bajó las escaleras rozando con la mano las talladas cabecillas de la<br />

balaustrada, entró en el pequeño taller del patio, permaneció un rato, para despedirse,<br />

delante de su San Juan, y abandonó la casa con dolor en el corazón, más hondo que el que<br />

había sentido al abandonar el castillo del caballero y a la pobre Lidia.<br />

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