Narciso Y Goldmundo - AMPA Severí Torres
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Hermann Hesse <strong>Narciso</strong> Y <strong>Goldmundo</strong><br />
volaban, y cada pez y cada ave eran criaturas suyas, dependían de él, y él las gobernaba<br />
como su propio aliento, irradiaban de él como una mirada, como un pensamiento, y a él<br />
retornaban. Con frecuencia soñaba con un jardín, un jardín encantado de árboles<br />
fantásticos, flores gigantescas, profundas grutas azul oscuro; entre la hierba centelleaban<br />
ojos de animales desconocidos, por las ramas se deslizaban lisas y nervudas serpientes, en<br />
vides y arbustos pendían en abundancia y con un brillo húmedo enormes bayas que, al<br />
cogerlas, se le hinchaban en la mano y derramaban un zumo caliente como sangre, o bien<br />
tenían ojos y los movían con languidez y astucia; y <strong>Goldmundo</strong> se apoyaba a tientas en un<br />
árbol, se agarraba a una rama y veía y sentía que entre ella y el tronco anidaba una maraña<br />
de cabellos espesos y crespos como el pelo del sobaco. Alguna vez soñó consigo mismo o<br />
con el santo de su nombre, soñó con <strong>Goldmundo</strong>, Crisóstomo 1 , que tenía una boca de oro y<br />
que con la boca de oro pronunciaba palabras, y las palabras eran pajarillos voladores que se<br />
alejaban en rumorosas bandadas.<br />
Otra vez soñó que era ya hombre hecho y derecho, pero que estaba sentado en el suelo<br />
como un niño, y tenía delante barro, y con el barro hacía figuras, como un niño: un<br />
caballito, un toro, un hombrecillo, una mujercilla. El modelar aquellas figuras le divertía<br />
mucho; a los animales y a los hombres les ponía unas partes sexuales grotescamente<br />
desproporcionadas, y esto le hacía en sueños mucha gracia. Luego se cansó del juego y lo<br />
abandonó, y entonces sintió que algo cobraba vida a sus espaldas, que algo silencioso y<br />
grande se acercaba, y miró hacia atrás, y vio con profundo asombro y gran espanto, en el<br />
que se mezclaba cierto contento, que sus figuras de barro habían aumentado de tamaño y<br />
vivían. Enormes, gigantes mudos, desfilaban delante de él las figuras, creciendo<br />
constantemente, y pasaban y pasaban, descomunales y silenciosas, y entraban en el<br />
mundo, altas como torres.<br />
En este mundo de ensoñación vivía más que en el real. El mundo real —aula, claustro,<br />
biblioteca, dormitorio y capilla— no era más que superficie, no era más que una piel delgada<br />
y trémula que recubría el mundo imaginario, lleno de ensueños, suprarreal. La cosa más<br />
insignificante bastaba para abrir un agujero en esa piel delgada: algún vago presentimiento<br />
contenido en el sonar de una frase griega que aparecía en medio de la monótona lección, un<br />
efluvio oloroso que venía del zurrón de las plantas del padre Anselmo, amigo de herborizar,<br />
la vista de una enredadera de piedra que descendía de la columna de una ventana...<br />
cualquier pequeño estímulo de ese jaez era ya suficiente para perforar la piel de lo real y<br />
dejar sueltos, tras la seca y tranquila realidad, los bramadores abismos, ríos y galaxias de<br />
aquel mundo de imágenes anímicas. Una inicial latina se convertía en el aromado rostro de<br />
la madre, una nota prolongada del Ave en la puerta del paraíso, una letra griega en un<br />
caballo corriendo, en una erecta serpiente que se deslizaba lentamente entre flores; y, al<br />
cabo, volvía a estar allí, en su lugar, la impasible página de la gramática.<br />
Raramente hablaba de estas cosas y sólo en contados casos hacía a <strong>Narciso</strong> alguna<br />
indicación sobre este mundo de ensueños.<br />
—Tengo para mí —dijo en cierta ocasión— que un pétalo de flor o un gusanito del camino<br />
dicen y encierran en sí mucho más que todos los libros de la biblioteca. Con letras y<br />
palabras nada se puede decir. Acontéceme a veces escribir alguna letra griega, una theta o<br />
una omega, y apenas vuelvo un poco la pluma, la letra empieza a colear y es ya un pez y<br />
en un segundo hace recordar todos los arroyos y ríos del mundo, todo lo fresco y húmedo,<br />
el mar homérico y las aguas sobre las que caminó San Pedro; o bien la letra se transforma<br />
en ave que endereza la cola, eriza las plumas, se infla, ríe, sale volando... ¿Tú, <strong>Narciso</strong>, no<br />
das gran importancia a esas letras? Pues bien: yo te digo que con ellas escribió Dios el<br />
mundo.<br />
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