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Narciso Y Goldmundo - AMPA Severí Torres

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Hermann Hesse <strong>Narciso</strong> Y <strong>Goldmundo</strong><br />

Todos se pusieron inmediatamente a trabajar. <strong>Goldmundo</strong> y Lena fueron por paja, helechos<br />

y musgo para aparejar las yacijas y Roberto afiló su cuchillo en un canto rodado y luego<br />

cortó algunos troncos jóvenes para el tabique. Sin embargo, no pudo terminar la obra en un<br />

día y hubo de dormir por la noche a la intemperie. <strong>Goldmundo</strong> encontró en Lena a una dulce<br />

compañera de juegos, tímida e inexperta pero llena de amor. Le tomó delicadamente los<br />

pechos y permaneció despierto aun un largo rato oyendo latir su corazón, mucho después<br />

de que ella, fatigada y saciada, se hubo dormido. Olfateaba su cabello castaño y se le<br />

arrimaba apretadamente; y, a la vez, pensaba en aquella fosa grande y poco profunda a la<br />

que unos diablos mudos arrojaban los cadáveres que llenaban las carretas. Hermosa era la<br />

vida, hermosa y huidiza era la felicidad, hermosa y efímera la juventud.<br />

La pared divisoria de la cabana quedó preciosa; en ella trabajaron, al cabo, los tres. Roberto<br />

quería hacer gala de sus habilidades y hablaba con calor de lo que pudiera hacer si<br />

dispusiera tan sólo de un banco de carpintero, herramientas, escuadra y clavos. Y como no<br />

tenía más que su cuchillo y sus manos, se contentó con cortar una docena de pequeños<br />

troncos de abedul y levantar con ellos sobre el suelo de la cabana una empalizada sólida y<br />

rústica. Decidió, empero, que había que tapar los intersticios con un tejido de retamas. Eso<br />

requirió tiempo, pero fue muy alegre y hermoso; todos ayudaron. De tanto en tanto, Lena<br />

tenía que salir a buscar bayas y a mirar por la cabra y <strong>Goldmundo</strong> hacía pequeñas correrías<br />

por la comarca para procurarse alimentos e informarse sobre los vecinos, y siempre<br />

retornaba trayendo alguna cosa. No hallaron alma viviente en las cercanías, cosa que placía,<br />

sobre todo, a Roberto, pues, de ese modo, estaban a salvo de todo contagio y hostilidad;<br />

pero tenía el inconveniente de que se encontraba poco de comer. A poca distancia,<br />

descubrieron una choza de labradores abandonada, en este caso sin muertos, por lo que<br />

<strong>Goldmundo</strong> propuso instalarse en ella renunciando a la cabana de maderos; pero Roberto se<br />

negó horrorizado y vio con disgusto que <strong>Goldmundo</strong> penetrara en la casa vacía; y todos los<br />

objetos que éste sacó de allá hubo que sahumarlos y lavarlos antes de que Roberto los<br />

tocara. No fue mucho lo que topó <strong>Goldmundo</strong>: apenas dos taburetes, un ordeñadero,<br />

algunos cacharros, un hacha; y un día atrapó dos gallinas fugitivas en medio del campo.<br />

Lena estaba enamorada y era feliz; y a los tres les resultaba grato trabajar en su pequeño<br />

hogar y embellecerlo cada día un poco más. De comida andaban escasos, por lo cual<br />

decidieron llevar a la choza otra cabra más; y también descubrieron un pequeño nabal.<br />

Pasaron los días, la pared entretejida quedó terminada, se mejoraron los lechos y se hizo un<br />

fogón. El arroyo no estaba lejos y su agua era clara y dulce. El trabajo se acompañaba a<br />

menudo de canciones.<br />

Cierto día, en ocasión que estaban bebiendo su leche y celebraban su vida casera, dijo, de<br />

pronto, Lena con tono soñador:<br />

—¿Pero qué será cuando llegue el invierno?<br />

Nadie respondió. Roberto se echó a reír, <strong>Goldmundo</strong> se quedó extrañamente ensimismado.<br />

Lena vino a descubrir que nadie pensaba en el invierno, que nadie pensaba en serio<br />

permanecer tanto tiempo en el mismo lugar, que el hogar no era hogar, que se encontraba<br />

entre vagabundos. Dejó caer la cabeza.<br />

Entonces <strong>Goldmundo</strong>, para consolarla y animarla, le dijo, en tono juguetón, como si se<br />

dirigiera a un niño:<br />

—Tú, Lena, eres hija de labriego, y los labriegos son muy previsores. No te inquietes,<br />

volverás a tu casa, cuando acabe esta peste, pues no ha de durar eternamente. Entonces te<br />

irás junto a los tuyos, o retornarás a la ciudad a servir en alguna casa y tendrás el pan<br />

asegurado. Pero todavía es verano y la muerte reina en la comarca, y en cambio esto es<br />

agradable y lo pasamos bien. Por eso, seguiremos aquí todo el tiempo que nos plazca.<br />

—¿Y después? —preguntó Lena con vehemencia—. ¿Después se acabará todo? ¿Y tú te irás?<br />

¿Y yo?<br />

<strong>Goldmundo</strong> le agarró la trenza y tiró de ella suavemente.<br />

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