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Narciso Y Goldmundo - AMPA Severí Torres

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Hermann Hesse <strong>Narciso</strong> Y <strong>Goldmundo</strong><br />

tu castillo y te casarás con la dama! ¡Ah, mozo, y de qué caballerescas majaderías tienes<br />

llena la cabeza! En fin, lo que es por mí, ya podemos echar a andar y que se nos hielen los<br />

dedos de los pies.<br />

<strong>Goldmundo</strong> estuvo de mal humor y silencioso hasta que oscureció, mas como en aquel día<br />

no hallaron casa alguna ni rastro de gente, aceptó complacido que Víctor eligiera un lugar<br />

para pasar la noche; que construyera, en el lindero del bosque, un reparo entre dos troncos<br />

y que extendiera sobre el suelo una espesa capa de ramas de abeto. Comieron pan y queso<br />

que Víctor extrajo de sus repletos bolsillos; <strong>Goldmundo</strong> estaba<br />

avergonzado de su arrebato y se mostraba amable y servicial, y ofreció al compañero su<br />

corpino de lana para la noche. Convinieron en montar guardia por turno a fin de protegerse<br />

de los animales, y <strong>Goldmundo</strong> inició la primera guardia mientras el otro se tendía en las<br />

ramas de abeto. Largo rato permaneció <strong>Goldmundo</strong> de pie apoyado en el tronco de un pino,<br />

sin moverse, para que su camarada pudiera conciliar el sueño. Luego se puso a pasear de<br />

un lado para otro pues tenía frío. Iba y venía con vivo paso, extendiendo cada vez más el<br />

trecho de su recorrido; veía las copas de los abetos clavarse agudas en el cielo pálido,<br />

percibía la honda quietud de la noche invernal, solemne y un tanto angustiosa, sentía latir<br />

solitario su cálido corazón lleno de vida en medio de la gélida, muda quietud; y, volviéndose<br />

levemente, oyó el respirar de su compañero dormido. Hincósele entonces en el alma, con<br />

más fuerza que nunca, la emoción de los vagabundos, de los que entre sí y la gran angustia<br />

no han levantado pared ninguna de casa, castillo ni convento, de los que corren desnudos y<br />

solos por el mundo incomprensible y enemigo, solos entre las frías y burlonas estrellas,<br />

entre los animales acechantes, entre los árboles pacientes, imperturbables. No, pensaba,<br />

jamás sería como Víctor, aunque estuviera errando toda su vida. Ese modo de defenderse<br />

del espanto no lo podría él aprender, no podría aprender ese taimado y ladronil moverse<br />

con sigilo, ni tampoco esa ruidosa y desvergonzada especie de bufonería, ese verboso<br />

humor patibulario del fanfarrón. Quizá tenía razón aquel sujeto agudo y descocado, quizá<br />

nun-<br />

ca sería del todo igual a él, nunca del todo un vagabundo, y un buen día treparía por alguna<br />

pared para ponerse al abrigo. Empero continuaría siendo un hombre sin hogar ni objetivo,<br />

jamás se sentiría protegido ni seguro, siempre se le aparecería el mundo en torno<br />

enigmáticamente hermoso y enigmáticamente inquietante, siempre tendría que oír esta<br />

quietud en cuyo centro latía, frágil y temeroso, su corazón. Veíanse pocas estrellas, no<br />

corría viento, pero, en la altura, las nubes parecían agitadas.<br />

Al cabo de un largo rato, Víctor se despertó —no había querido arrancarlo al sueño— y lo<br />

llamó.<br />

—Ven acá —le dijo—; tienes que dormir, porque, si no, mañana no podrás moverte.<br />

<strong>Goldmundo</strong> obedeció, se echó en la yacija y cerró los ojos. Aunque estaba asaz cansado, no<br />

se dormía pues los pensamientos le mantenían en vela y, amén de los pensamientos, una<br />

sensación que se negaba a reconocer ante sí mismo, una sensación de miedo y<br />

desconfianza hacia su camarada. Resultábale ahora inconcebible que hubiese podido hablar<br />

de Lidia a aquel individuo grosero, de risa estrepitosa, a aquel chocarrero, a aquel<br />

desvergonzado mendigante. Estaba furioso contra él y contra sí propio, y, preocupado,<br />

reflexionaba sobre la mejor manera y ocasión de separarse de él.<br />

Debió, no obstante, caer en un duermevela pues se estremeció y se quedó estupefacto al<br />

sentir las manos de Víctor que le tentaban cautelosamente los vestidos. En uno de los<br />

bolsillos tenía el cuchillo y en el otro el ducado; ambas cosas le robaría Víctor si daba con<br />

ellas. Fingió dormir, púsose a dar vueltas a uno y otro lado y a menear los brazos como si<br />

fuera a despertarse, y Víctor se retiró. <strong>Goldmundo</strong> sentía gran irritación y decidió separarse<br />

al día siguiente.<br />

Mas cuando, cosa de una hora después, Víctor volvió a acercársele y reanudó la rebusca,<br />

<strong>Goldmundo</strong> se quedó helado de ira. Sin moverse, abrió los ojos y dijo despreciativo:<br />

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