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Narciso Y Goldmundo - AMPA Severí Torres

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Hermann Hesse <strong>Narciso</strong> Y <strong>Goldmundo</strong><br />

en su alma con más fidelidad que el mejor de los esposos y, finalmente, quizá tras muchos<br />

años de no verla, había labrado esta hermosa y cautivadora efigie en cuyo rostro, actitud y<br />

manos había encerrado toda la ternura, la admiración y la nostalgia de un amante. También<br />

en el atril del refectorio leía algunas cosas de la historia de su amigo. Era la historia de un<br />

hombre errabundo e instintivo, de un hombre sin patria y sin ley, pero lo que allí había<br />

dejado era bueno y leal, estaba lleno de vivo amor.<br />

¡Cuan misteriosa aquella vida, cuan revueltas e impetuosas fluían sus corrientes, y cuan<br />

nobles y claros aparecían allí sus frutos!<br />

<strong>Narciso</strong> combatió. Supo vencer, se mantuvo fiel a su camino, no descuidó en nada su<br />

austero servicio. Pero le atribulaba aquella pérdida y también la conciencia del gran apego<br />

que su corazón, que únicamente debía pertenecer a Dios y a su oficio, sentía por<br />

<strong>Goldmundo</strong>.<br />

CAPÍTULO XX<br />

Pasó el verano, las amapolas y los acianos, las neguillas y los ámelos se mustiaron y<br />

desaparecieron, las ranas se habían callado en los estanques y las cigüeñas volaban altas<br />

aprestándose para despedirse. ¡Y entonces retornó <strong>Goldmundo</strong>!<br />

Llegó una tarde que llovía mansamente, y no entró en el convento sino que, desde la<br />

puerta, se fue derecho al taller. Venía a pie, sin caballo.<br />

Erico se asustó al verlo. Lo reconoció en seguida y el corazón se le puso a latir con fuerza;<br />

y, sin embargo, el que retornaba parecía un hombre enteramente distinto: un falso<br />

<strong>Goldmundo</strong>, muchos años más viejo, con un semblante medio apagado, polvoriento y gris,<br />

con las facciones demacradas, facciones de enfermo, en las que, con todo, no se veía una<br />

expresión de dolor sino más bien una sonrisa, una bondadosa, vieja, paciente sonrisa.<br />

Caminaba trabajosamente, arrastrando los pies, y parecía hallarse enfermo y muy cansado.<br />

Aquel <strong>Goldmundo</strong> transformado y extraño miró de un modo singular a los ojos a su joven<br />

oficial. No hizo el menor aspaviento por su retorno, procedió como si viniera de la pieza<br />

contigua y no se hubiese ausentado. Le tendió la mano en silencio: no le dirigió saludo<br />

alguno, ni pregunta, ni tampoco le contó nada. Le dijo solamente: "Quiero dormir"; y<br />

parecía sumamente cansado. Despidió a Erico y se fue a su alcoba, que estaba contigua al<br />

taller. Allí se quitó el gorro y lo dejó caer, se descalzó y avanzó hacia el lecho. En el fondo<br />

del aposento descubrió a su Virgen tapada con telas; le hizo una señal con la cabeza pero<br />

no se acercó a levantarle la envoltura y saludarla. Se asomó quedamente a la ventanita, y,<br />

al ver al desconcertado Erico esperándolo afuera, le gritó:<br />

—Erico, no digas a nadie que he vuelto. Estoy muy fatigado. Hay tiempo mañana.<br />

Luego se echó vestido en la cama. Al cabo, de algún tiempo, como no le viniera el sueño, se<br />

levantó, se llegó dificultosamente a un pequeño espejo que colgaba de la pared y se miró en<br />

él. Contempló con atención al <strong>Goldmundo</strong> que desde el espejo le clavaba los ojos: un<br />

<strong>Goldmundo</strong> maltrecho, un hombre cansado, viejo y marchito, con una barba áspera, ya<br />

entrecana. Era un anciano un tanto desastrado aquel que le miraba desde el reducido y<br />

empañado cristal del espejo, un rostro antaño familiar pero qué se había tornado extraño,<br />

que no parecía muy actual, que no parecía importarle mucho. Le recordaba algunas caras<br />

que había conocido, un poco al maestro Nicolao, un poco al anciano caballero que cierta vez<br />

mandó hacer para él un vestido de paje, y un poco también al Santiago que estaba en la<br />

iglesia, aquel viejo y barbudo Santiago con su sombrero de peregrino, que tenía un aspecto<br />

tan vetusto y oscuro y, a la vez, apacible y bonachón.<br />

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