Narciso Y Goldmundo - AMPA Severí Torres
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Hermann Hesse <strong>Narciso</strong> Y <strong>Goldmundo</strong><br />
¡Al menos todo había sucedido rápidamente! ¡Al menos no se había dicho ninguna palabra<br />
inútil! Este era el único pensamiento que le consolaba cuando franqueó el umbral, y la<br />
calleja y la ciudad le miraron, de pronto, con aquel semblante transfigurado y extraño con<br />
que nos acogen las cosas acostumbradas cuando nuestro corazón se ha despedido de ellas.<br />
Volvióse para echar una mirada a la puerta de la casa: ahora era la puerta de una casa<br />
extraña, cerrada para él.<br />
Apenas llegado a su cuarto, comenzó los preparativos para la partida. Ciertamente que no<br />
había mucho que preparar; lo único que había que hacer era despedirse. De la pared pendía<br />
un cuadro que él mismo había pintado, una dulce Madona, y en derredor, colgados o<br />
diseminados por la estancia, veíanse diversos objetos que eran de propiedad suya: un<br />
chapeo dominguero, un par de zapatos de baile, un rollo de dibujos, un pequeño laúd,<br />
algunas figurillas de arcilla modeladas por él, varios regalos de sus amantes: un ramillete de<br />
flores artificiales, una copa de color rojo de rubí, un pan de especias viejo y endurecido, de<br />
forma de corazón, y otros cachivaches semejantes, cada uno de los cuales había tenido su<br />
significación y su historia y le había sido amado, y que ahora le resultaban molestos pues no<br />
podía llevarse ninguno consigo. Logró, por lo menos, que el dueño de la casa le trocara la<br />
copa de cristal rubí por un excelente y fuerte cuchillo de caza que luego aguzó en la piedra<br />
amoladera del patio, desmigajó el pan de especias y lo echó a las gallinas del corral vecino,<br />
y regaló la Madona a la dueña de la casa recibiendo de ella a cambio otro útil presente, un<br />
viejo morral de cuero y abundantes provisiones de boca para el viaje. Metió en el morral<br />
algunas camisas, unos cuantos dibujos pequeños enrollados en un trozo de palo de escoba<br />
y, además, los víveres. Los demás trastos tenía que dejarlos.<br />
Había en la ciudad varias mujeres de las que estaría bien despedirse; ayer mismo había<br />
dormido con una de ellas sin decirle nada de sus proyectos. ¡Cuántas cosas se le agarraban<br />
a uno a los talones cuando quería correr el mundo! No había que hacerles caso. No se<br />
despidió de nadie más que de los criados de la casa. Hízolo por la noche para poder partir<br />
muy temprano.<br />
Alguien, sin embargo, habíase ya levantado en la madrugada y lo invitó, en el preciso<br />
instante en que iba a abandonar la casa, a tomar unas sopas de leche en la cocina. Era la<br />
hija del patrón, niña de quince años, criatura enfermiza y callada de hermosos ojos aunque<br />
con un defecto en la cadera que la hacía cojear. Se llamaba María. Con cara de insomnio<br />
pero cuidadosamente vestida y peinada, le sirvió en la cocina leche caliente y pan y parecía<br />
estar muy triste porque él se marchaba. <strong>Goldmundo</strong> le dio las gracias y la besó,<br />
compasivamente, en la boca menuda, como despedida. Ella recibió el beso devotamente,<br />
con los ojos cerrados.<br />
CAPÍTULO XIII<br />
En los primeros tiempos de su nuevo peregrinar, en la primera ansiosa exaltación de la<br />
libertad recobrada, hubo de aprender de nuevo a vivir la vida, al margen del hogar y de la<br />
época, de los andariegos. Los hombres sin hogar pasan su vida infantil y valiente, miserable<br />
y fuerte, sin someterse a nadie, dependientes tan sólo del tiempo y las estaciones, sin<br />
objetivo alguno ante sus ojos, sin techo alguno sobre su cabeza, sin poseer nada y<br />
expuestos a todos los azares. Son los hijos de Adán, el expulsado del Paraíso, y hermanos<br />
de los animales inocentes. Hora tras hora, reciben de la mano del cielo lo que él les envía:<br />
sol, lluvia, niebla, nieve, calor y frío, bienestar y penurias; para ellos no existe el tiempo ni<br />
la historia ni el afán, ni ese extraño ídolo del desarrollo y del progreso en el que creen tan<br />
desesperadamente los que tienen casa. Un vagabundo puede ser delicado o tosco, hábil o<br />
torpe, valiente o medroso, pero, en el fondo, es siempre un niño, vive constantemente en el<br />
primer día, antes del comienzo de la historia del mundo, y se guía por unos pocos, sencillos<br />
impulsos y necesidades. Puede ser inteligente o corto de alcances, puede tener un alma<br />
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