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Narciso Y Goldmundo - AMPA Severí Torres

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Hermann Hesse <strong>Narciso</strong> Y <strong>Goldmundo</strong><br />

CAPITULO V<br />

<strong>Goldmundo</strong>, ciertamente, había conocido hasta allí algunas cosas referentes a su madre,<br />

pero sólo por relatos de otros; su imagen ya se le había borrado, y, de lo poco que sobre<br />

ella creía saber, lo más se lo había callado a <strong>Narciso</strong>. La madre era algo de lo que no se<br />

debía hablar, de lo que había que avergonzarse. Había sido una bailarina, una mujer<br />

hermosa e indómita de casta distinguida aunque malvada y pagana. El padre de<br />

<strong>Goldmundo</strong>, según él mismo contaba, la había recogido de la miseria y la ignominia; como<br />

barruntaba que fuese pagana, la hizo bautizar e instruir en la religión; y luego la tomó por<br />

esposa y la convirtió en una mujer respetada. Pero ella, tras algunos años de vida tranquila<br />

y ordenada, recordó sus viejas mañas, dio escándalos y sedujo a varios hombres,<br />

permanecía ausente de casa durante días y semanas, adquirió fama de bruja y, finalmente,<br />

después de haber ido en su busca el marido repetidas veces, admitiéndola de nuevo a su<br />

lado, desapareció para siempre. Su fama, su mala fama, perduró algún tiempo, llameando<br />

como la cola de un cometa, y luego se apagó. El esposo se repuso lentamente de los años<br />

de inquietud, temor, vergüenza y constantes sorpresas que ella le había deparado. En lugar<br />

de la esposa perdida, educaba ahora a su hijito, muy parecido a la madre en rostro y figura.<br />

El hombre se había vuelto amargado y santurrón, y trató de infundir en <strong>Goldmundo</strong> la<br />

convicción de que debía ofrendar su vida a Dios para expiar los pecados de la madre.<br />

Esto era, sobre poco más o menos, lo que el padre de <strong>Goldmundo</strong> solía referir de la esposa<br />

perdida, si bien no le agradaba tocar el tema; y también al abad le había hecho algunas<br />

indicaciones al respecto el día que trajo al convento a <strong>Goldmundo</strong>. El hijo sabía todo eso,<br />

como una leyenda terrible; aunque había llegado a relegarlo a un plano secundario y casi a<br />

olvidarlo. En cambio había olvidado y perdido por entero la imagen real de la madre, aquella<br />

otra imagen, totalmente diferente, que no se había compuesto con los relatos del padre y<br />

los criados y con oscuros y fantásticos rumores. Su propio recuerdo de la madre, el real, el<br />

vivido, se le había borrado. Y ahora esa imagen, la estrella de sus primeros años, tornaba a<br />

aparecer. Dijo a su amigo:<br />

—Es inconcebible que haya podido olvidar eso. A nadie he amado tanto en mi vida como a<br />

mi madre, tan sin reservas y apasionadamente; a nadie he venerado, admirado tanto; era<br />

para mí el sol y la luna. No me explico cómo pudo ser que se oscureciera en mi alma esa<br />

imagen radiante y que, poco a poco, se fuera transformando en esa bruja maligna,<br />

macilenta, informe, que fué para mi padre y para mí durante muchos años.<br />

Hacía poco que <strong>Narciso</strong> terminara su noviciado y tomara el hábito. Por modo extraño, sus<br />

relaciones con <strong>Goldmundo</strong> habían experimentado un cambio. Pues <strong>Goldmundo</strong>, que antes<br />

desdeñara a menudo las indicaciones y advertencias del amigo por ver en ellas impertinente<br />

presunción de superior inteligencia y voluntad, estaba, desde el gran suceso, lleno de<br />

asombrada admiración hacia su sabiduría. ¡Cuántas de sus palabras se cumplieron como<br />

profecías, cuan hondo lo había calado este hombre singular, cuan certeramente había<br />

descubierto el secreto de su vida, su oculta herida, con qué sagacidad lo había curado!<br />

Pues el joven parecía curado. No sólo no le había traído aquel desmayo funestas<br />

consecuencias, sino que se había como derretido lo que en su ser había de caprichoso, de<br />

precoz, de falso, aquella prematura inclinación al claustro, aquella creencia de que estaba<br />

obligado a servir a Dios de una especial manera. El muchacho parecía haberse vuelto, a la<br />

vez, más viejo y mas joven desde que se había encontrado a sí mismo. Y todo eso se lo<br />

debía a <strong>Narciso</strong>.<br />

<strong>Narciso</strong>, por su parte, trataba últimamente a su amigo con suma circunspección; mientras<br />

éste le tributaba tan extremada admiración, mostrábasele él modesto y sin aquellos aires de<br />

superioridad y magisterio. Veía a <strong>Goldmundo</strong> nutrido de energías de ignota procedencia que<br />

a él le faltaban; había podido promover su surgimiento pero en modo alguno participaba de<br />

ellas. Con gozo observaba cómo se liberaba de su dirección, y, sin embargo, a veces estaba<br />

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