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Narciso Y Goldmundo - AMPA Severí Torres

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Hermann Hesse <strong>Narciso</strong> Y <strong>Goldmundo</strong><br />

rastrero. Los pechirrojos y pinzones abundaban. En cierto lugar del bosque había un hoyo,<br />

un charco lleno de agua verde y espesa por cuya superficie corrían en revuelta confusión<br />

arañas zancudas, todas agitadas y como posesas, entregadas a un juego incomprensible, y<br />

sobre ellas volaban unas pocas libélulas de alas azul oscuro. Y cierta vez, cuando ya<br />

atardecía, vio algo... mejor dicho, no vio nada más que un revolver del follaje, y oyó crujir<br />

ramas quebradas y chapotear en el fango, y el correr y atropellar a través de la maleza de<br />

un animal lleno de ímpetu, apenas visible, tal vez un ciervo, tal vez un jabalí. Buen rato<br />

estuvo inmóvil, jadeando de temor; hondamente agitado, escuchaba alejarse al animal, y<br />

seguía escuchando con el corazón palpitante mucho después de haber vuelto el silencio.<br />

No acertó a salir de la selva; tenía que pasar allí la noche. Mientras elegía un lugar para<br />

acostarse y hacía un lecho de musgos, dióse a imaginar qué sucedería en el caso de que no<br />

pudiese salir nunca más de los bosques y tuviera que quedarse en ellos para siempre. Y<br />

concluyó que sería una gran desgracia. Vivir de frutas silvestres, eso aún podía ser, y<br />

también dormir sobre musgos, sin contar con que, seguramente, conseguiría construirse<br />

una choza y quizás hasta hacer fuego. Mas el estar constantemente a solas, y morar<br />

entre los troncos callados y dormidos, y vivir entre los animales que huyen de uno y con<br />

quienes no es posible conversar, todo eso sería insoportablemente triste. No ver a hombre<br />

viviente, no decir a nadie buenos días y buenas noches, no poder posar la mirada en<br />

ninguna cara, en ningunos ojos, no contemplar ya muchachas ni mujeres, no percibir más el<br />

dulce roce de un beso, no jugar más el furtivo y delicioso juego de los labios y los<br />

miembros, ¡oh, eso sería inconcebible! Si le fuese dado, pensaba, se convertiría en un<br />

animal, en un oso o un ciervo, aunque para ello debiese renunciar a la felicidad eterna. No<br />

estaría mal ser un oso y amar a una osa; siempre sería mucho mejor que conservar su<br />

razón y su lenguaje y todo lo demás y vivir solitario, triste y sin amor.<br />

En su lecho de musgos, antes de adormirse, oyó curioso y temeroso los mil ruidos<br />

incomprensibles, enigmáticos de la selva. Ahora eran sus camaradas, con ellos tenía que<br />

convivir, a ellos debía acostumbrarse, tenía que alternar con ellos y que soportarlos; su<br />

compañía eran ahora los raposos y los corzos, los pinos y los abetos, con ellos tenía que<br />

convivir, y compartir el aire y el sol, y esperar el día, y pasar hambre; de ellos era ahora<br />

huésped.<br />

Y luego se durmió, y soñó con animales y hombres, y que era un oso y devoraba a Elisa<br />

entre caricias. En medio de la noche se despertó con un hondo espanto, sin saber por qué;<br />

sentía el corazón inmensamente inquieto y estuvo cavilando largo rato, sumido en<br />

confusión. Recordó que ayer y hoy se había dormido sin hacer el rezo nocturno. Se levantó,<br />

se arrodilló junto a su yacija y rezó dos veces la oración de la noche, por ayer y por hoy. Y<br />

volvió a dormirse.<br />

A la mañana siguiente miraba el bosque en torno suyo, asombrado; había olvidado dónde<br />

se hallaba. El temor que el bosque le infundía empezó a ceder, y, con nueva alegría, se<br />

confió a la vida nemorosa, aunque seguía caminando, dirigiendo sus pasos hacia el sol.<br />

Pasado un rato, se encontró en una parte enteramente llana, con poca maleza, en la que no<br />

había más árboles que unos abetos blancos muy gruesos, viejos y rectos; y luego de<br />

avanzar un trecho entre aquellas columnas, empezaron a recordarle las columnas de la<br />

espaciosa iglesia del convento, de aquella iglesia justamente por cuya negra fachada había<br />

visto desaparecer hacía poco a su amigo <strong>Narciso</strong>... ¿cuándo? ¿Había sido, en verdad, dos<br />

días antes?<br />

Sólo al cabo de dos días y dos noches logró salir del bosque. Con gozo descubrió las señales<br />

de la proximidad de los hombres: tierra labrada, sembrados de avena y centeno, prados<br />

entre los cuales discurría algún sendero visible aquí y allá en pequeños trozos. Cogió<br />

algunas espigas de centeno y las mascó; la tierra cultivada le miraba con gesto amistoso;<br />

todo le causaba una impresión de humanidad, de sociabilidad, tras la vasta incultura de la<br />

selva: el caminillo, la avena, los marchitos, ya emblanquecidos ancianos. Ahora volvía entre<br />

los hombres. Apenas una hora después pasaba junto a una haza en cuyo lindero se alzaba<br />

una cruz, y ante ella se arrodilló y rezó. Luego de faldear la promi-<br />

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