Narciso Y Goldmundo - AMPA Severí Torres
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Hermann Hesse <strong>Narciso</strong> Y <strong>Goldmundo</strong><br />
experiencia. Muchas veces, en el curso de su larga vida, había visto posesos. Titubeaba en<br />
formular la sospecha incluso ante él mismo. Esperaría y observaría. Pero si este pobre<br />
muchacho —pensaba furioso— ha sido realmente embrujado, no sería menester ir a buscar<br />
muy lejos al culpable; y el culpable debería recibir su merecido.<br />
El abad se acercó, miró al enfermo y, suavemente, le entreabrió uno de los párpados.<br />
—¿Es posible hacerlo volverlo en sí? —preguntó.<br />
—Quisiera esperar un poco. El corazón está bien. No debemos permitir que lo visite nadie.<br />
—¿Hay peligro?<br />
—No lo creo. No aparece lesión en parte alguna y no hay huellas de golpe ni caída. Se ha<br />
desmayado, quizás a causa de un cólico. Los dolores muy intensos hacen perder el sentido..<br />
Si fuera envenenamiento; tendría fiebre. No; se despertará y vivirá.<br />
—¿No podría ser cosa del ánimo?<br />
—No diría yo que no. ¿Hay algán indicio? ..-Acaso ha recibido un fuerte susto? ¿Una noticia<br />
de muerte? ¿Tuvo aíguna disputa violenta, sufrió algún agravio? Entonces todo quedaría<br />
explicado.<br />
—No lo sabemos. Cuidad de que nadie venga junto a él. Os ruego que permanezcáis a su<br />
lado hasta que recobre el sentido. Si las cosas se pusieran peor, llamadme aunque sea de<br />
noche.<br />
Antes de retirarse, el anciano se inclinó de nuevo sobre el enfermo; pensaba en su padre y<br />
en el día que le trajeron aquel mancebo de linda y serena cabeza rubia y del cariño que<br />
todos concibieron por él desde el primer momento. También él lo había recibido con<br />
complacencia. Pero <strong>Narciso</strong> tenía razón en lo que decía de que el muchacho en nada<br />
recordaba a su padre. ¡Ah, cuantas preocupaciones por doquiera, cuan insuficiente nuestra<br />
acción! ¿Habría quizá descuidado algo en lo tocante a este pobre muchacho? ¿Se le habría<br />
dado el confesor que le convenía? ¿Estaba bien que nadie de toda la casa supiera tanto<br />
sobre ese alumno como <strong>Narciso</strong>? ¿Podía darle ayuda quien se encontraba<br />
todavía en el noviciado, que ni era hermano ni había recibido las órdenes, y cuyos<br />
pensamientos y concepciones tenían aquel aire de desagradable superioridad y casi de<br />
hostilidad? ¿No se vendría tratando también a <strong>Narciso</strong> equivocadamente, desde hacía<br />
tiempo? ¿No se ocultaría detrás de aquella máscara de obediencia algo malo, tal vez; un<br />
pagano? Y no cabía olvidar que él era, en parte, responsable de lo que aquellos jóvenes<br />
llegaran a ser más adelante.<br />
Cuando <strong>Goldmundo</strong> volvió en sí, era ya de noche. Sentía la cabeza vacía y atontada. Se<br />
sentía tendido en un lecho; no sabía dónde estaba y tampoco pensaba en eso, le era<br />
indiferente, Pero ¿en dónde había estado? ¿De dónde venía, de qué lugar de extraños<br />
acaecimientos? En alguna parte había estado, muy lejana, había visto algo, algo<br />
extraordinario, espléndido, terrible también e inolvidable... a pesar de lo cual lo había<br />
olvidado. ¿Dónde fue? ¿Qué era lo que había aparecido delante de él, tan grande, tan<br />
doloroso, tan dichoso, y que luego se había desvanecido?<br />
Escuchaba hondamente dentro de sí, allí donde poco antes algo se había abierto con<br />
violencia, había sucedido algo, ... ¿qué? Ascendían girando confusos entreveros de figuras,<br />
veía cabezas de perro, tres cabezas de perro, y percibía aroma de rosas. ¡Qué angustia<br />
había sufrido! Cerró los ojos. ¡Qué terrible angustia había sufrido! Se adormeció de nuevo.<br />
Y de nuevo se despertó, e incluso al desaparecer el mundo ilusorio que desfilaba a la<br />
carrera, seguía viendo aquello, volvía a encontrar la imagen y se estremecía como en<br />
doloroso deleite. Veía, ahora veía con claridad. La veía. Veía aquella mujer magnífica,<br />
radiante, de boca de flor, de luminosos cabellos. Veía a su madre. Y al mismo tiempo, creía<br />
oír una VOZ que le decía: “Tú has olvidado tu infancia." ;De quién era aquella voz? Escuchó<br />
atentamente, reflexionó y cayó en la cuenta. Era <strong>Narciso</strong>. ¿<strong>Narciso</strong>? Y en un instante, de<br />
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