Narciso Y Goldmundo - AMPA Severí Torres
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Hermann Hesse <strong>Narciso</strong> Y <strong>Goldmundo</strong><br />
severa.<br />
—Ya hablaremos de eso. El trabajo empezaba para ti precisamente ahora; no es este, en<br />
verdad, el momento de irte. Hoy tendrás asueto y almorzarás conmigo.<br />
A mediodía se presentó <strong>Goldmundo</strong> peinado y lavado y con traje de fiesta. Esta vez sabía<br />
perfectamente cuánto significaba y qué raro favor suponía ser invitado por el maestro a su<br />
mesa. Cuando subía la escalera para dirigirse a la sala de las figuras, no iba tan lleno de<br />
respeto y temerosa alegría como aquella otra vez que entrara, con el corazón palpitante, en<br />
la hermosa estancia.<br />
Isabel también se había acicalado y llevaba puesto un collar de piedras preciosas. En el<br />
almuerzo, aparte de las carpas y el vino, hubo otra sorpresa: el maestro regaló a<br />
<strong>Goldmundo</strong> una bolsita con dos monedas de oro, su salario por la imagen terminada.<br />
No se mantenía ahora callado mientras padre e hija conversaban. Los dos le dirigieron la<br />
palabra y se entrechocaron las copas. <strong>Goldmundo</strong> no daba paz a los ojos; aprovechó la<br />
ocasión para contemplar con todo detenimiento a la linda muchacha de semblante<br />
distinguido y algo altanero, y sus miradas no disimulaban cuánto le agradaba. Ella se<br />
mostró con él atenta; pero el hecho de que ni se sonrojara ni se entusiasmara, le<br />
desilusionó. De nuevo deseaba hacer hablar a aquel rostro bello e impasible y forzarle a<br />
entregar su secreto.<br />
Terminado el almuerzo, dio gracias, se demoró unos instantes junto a las tallas que<br />
adornaban la pieza y luego anduvo vagando ocioso y sin rumbo por la ciudad. El maestro le<br />
había honrado sobremanera, más allá de cuanto podía esperar. ¿Por qué no le causaba esto<br />
alegría? ¿Por qué todo aquel honor tenía tan poco sabor de fiesta?<br />
Respondiendo a un súbito impulso, alquiló un caballo y enderezó hacia el convento donde<br />
un día había visto cierta obra del maestro y oído por primera vez su nombre. Eso había sido<br />
pocos años atrás y, sin embargo, le parecía que hubiese ya transcurrido un larguísimo<br />
lapso. Visitó y contempló en la iglesia la imagen de la Madre del Señor y también ahora le<br />
encantó y avasalló esta espléndida obra; era más bella que su San Juan, igual a él en<br />
intimidad y misterio, superior a él en arte, en aérea, flotante ingravidez. Veía ahora en esta<br />
obra detalles que sólo ve el artista, suaves, delicados movimientos en el ropaje, osadías en<br />
la configuración de las largas manos y de los largos dedos, finísima utilización de los<br />
accidentes de la madera; nada eran, ciertamente, estas excelencias en comparación con el<br />
conjunto, con la sencillez e intimidad de la visión, pero existían, y encerraban una gran<br />
belleza, y el elegido sólo podía lograrlas si dominaba a fondo su oficio. Para hacer algo como<br />
esto no bastaba con llevar imágenes en el alma sino que de añadidura era menester tener<br />
los ojos y las manos instruidos y ejercitados a un grado extraordinario. ¿Valdría acaso la<br />
pena dedicar toda la vida al servicio del arte, a expensas de la libertad y de las grandes<br />
aventuras, únicamente para crear un día algo tan hermoso que no fuese sólo vivido y<br />
contemplado y concebido en amor sino, además, labrado con segura maestría?<br />
Trascendental cuestión.<br />
<strong>Goldmundo</strong> regresó a la ciudad en su fatigado caballo ya entrada la noche. Aún encontró<br />
abierta una taberna y en ella comió pan y bebió vino; y luego subió a su aposento del<br />
mercado del pescado, desavenido consigo mismo, lleno de interrogantes, lleno de dudas.<br />
CAPÍTULO XII<br />
Al día siguiente no se decidía a ir al taller. Como ya hiciera otros días de murria y desgana,<br />
anduvo vagando por la ciudad. Veía a las mujeres y mozas que iban al mercado; detúvose<br />
un buen rato junto a la fuente del mercado del pescado observando cómo los pescaderos y<br />
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