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Narciso Y Goldmundo - AMPA Severí Torres

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Hermann Hesse <strong>Narciso</strong> Y <strong>Goldmundo</strong><br />

haberse dejado liquidar, ¡el muy majadero, el necio fanfarrón!<br />

Luego sus pensamientos y palabras cambiaron de objeto. Ahora veía ante sí a Julia, la linda<br />

y pequeña Julia, tal como aparecía la noche que la había dejado; dirigíale incontables<br />

palabras de cariño, procuraba seducirla con desvariadas, indecentes ternezas para que<br />

viniera a su lado, para que dejase caer su camisilla, para que fuera con él al cielo, poco<br />

antes de morir, un instantillo antes del miserable reventar. Hablaba, implorante y<br />

provocante con sus altos y pequeños pechos, con sus piernas, con el blondo y crespo pelo<br />

de sus axilas.<br />

Y de nuevo, mientras trotaba a través de los brezos con piernas torpes, tropezadoras, loco<br />

de dolor, encendido en ansia de vivir, comenzó a hablar por lo bajo; ahora era con <strong>Narciso</strong><br />

con quien hablaba, a quien comunicaba sus nuevas ideas, sabidurías y bromas.<br />

—¿Tienes miedo, <strong>Narciso</strong> —le dijo—, te horripilas, has advertido algo? Sí, mi estimadísimo<br />

amigo, el mundo está lleno de muerte, lleno de muerte; sobre cada vallado aparece sentada<br />

la pálida dama, escondida detrás de cada árbol, y de nada vale que edifiquéis muros y<br />

dormitorios y capillas e iglesias, porque atisba por la ventana, y se ríe, y os conoce a todos,<br />

y en medio de la noche la oís reírse ante vuestras ventanas y pronunciar vuestros nombres.<br />

¡Seguid cantando vuestros salmos y encendiendo hermosos cirios en los altares y rezando<br />

vuestras vísperas y maitines y coleccionando plantas en el laboratorio y libros en la<br />

biblioteca! ¿Ayunas, amigo? ¿Te privas del sueño? Ella ha de ayudarte, la amiga segadora,<br />

te despojará de todo, te dejará los huesos mondos. Corre, querido, corre veloz, que por el<br />

campo va la atolondrada, corre y cuida de mantener juntos los huesos porque quieren irse<br />

cada cual por su lado, no conseguiremos retenerlos. ¡Ah nuestros pobres huesos, ah nuestro<br />

pobre gaznate, nuestro pobre estómago, ah nuestra pobre miaja de cerebro metido dentro<br />

del cráneo! Todo se irá, todo se irá al diablo, y en el árbol aguardan los cuervos, los negros<br />

frailucos.<br />

Tiempo hacía que el errabundo no sabía ya hacia dónde corría, dónde estaba, qué decía, si<br />

estaba tendido o de pie. Derribábase sobre la maleza, tropezaba en los árboles, agarraba,<br />

cayendo, nieve y espinas. Pero el impulso que le animaba era muy fuerte, jamás dejaba de<br />

empujarle, jamás cesaba de acicatear al enceguecido fugitivo. La última vez que se<br />

desplomó y quedó tumbado en tierra fue en la misma aldehuela en que, días atrás, había<br />

encontrado al escolar tunante y en donde, por la noche, había asistido a un parto<br />

sosteniendo una tea. Permaneció tendido y los vecinos acudieron y lo rodearon y se<br />

pusieron a charlar, y luego ya no oyó nada más. La mujer de cuyo amor había entonces<br />

gozado lo reconoció y se asustó del aspecto que traía; y llena de compasión, y sin hacer<br />

caso de las reprensiones de su marido, llevó a rastras al medio muerto joven al establo.<br />

Al cabo de no muy largo rato, <strong>Goldmundo</strong> volvía a estar de pie y en condiciones de caminar.<br />

El calor del establo, el sueño y la leche de cabra que la mujer le dio a beber le hicieron<br />

volver en sí y recobrar las fuerzas; mas todo lo que últimamente viviera había retrocedido,<br />

como si desde entonces hubiese transcurrido mucho tiempo. La caminata con Víctor, la fría<br />

y medrosa noche en el bosque bajo aquellos abetos, la terrible lucha en la yacija, el terrible<br />

morir del camarada, los días y las noches de frío, hambre y vagar desorientado, todo ello<br />

era ya cosa pretérita, casi lo había olvidado; sin embargo, no estaba olvidado, únicamente<br />

había pasado, se había alejado. Algo imposible de expresar quedaba atrás, algo terrible y, a<br />

la vez, precioso, algo abismado y, con todo, inolvidable, una experiencia, un sabor en la<br />

lengua, un como anillo de árbol en torno al corazón. En un período apenas de dos años<br />

había conocido hasta el fondo el placer y los dolores de la vida errante: la soledad, la<br />

libertad, el espiar los rumores del bosque y los animales, el amor pasajero, infiel, la áspera,<br />

mortal miseria. Había sido huésped de los campos estivales durante días, durante días y<br />

semanas de los bosques, durante días de la nieve, y de la angustia y cercanía de la muerte,<br />

y lo más fuerte, lo más extraordinario de todo había sido el defenderse de la muerte, el<br />

saberse pequeño y mísero y amenazado y, sin embargo, sentir en sí, en la última,<br />

desesperada lucha contra la muerte, aquel hermoso y terrible brío y obstinación de vivir. Y<br />

eso resonaba aún, permanecía grabado en el corazón, al igual que los gestos y expresiones<br />

de la carnalidad, tan semejantes a los de las parturientas y moribundos. ¡Cuan recientes<br />

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