Narciso Y Goldmundo - AMPA Severí Torres
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Hermann Hesse <strong>Narciso</strong> Y <strong>Goldmundo</strong><br />
hambre y mucho frío y, en la áspera lucha por una vida de miseria y riesgo, se había vuelto<br />
sagaz y descarado. Esto, pues, llegaban a ser los que vivían largo tiempo errabundos.<br />
¿Vendría también él a convertirse, al cabo, en un individuo de tal jaez?<br />
Al día siguiente reanudaron la marcha; <strong>Goldmundo</strong> probaba por primera vez el caminar en<br />
compañía. Tres días estuvieron andando juntos, y durante ellos <strong>Goldmundo</strong> aprendió<br />
algunas cosas de su compañero. La costumbre, trocada ya instinto, de referir todo a las tres<br />
necesidades fundamentales del hombre sin hogar, la de defender la vida, la de tener un<br />
albergue para la noche y la de procurarse alimento, había enseñado mucho al inveterado<br />
vagabundo. El descubrir por casi imperceptibles indicios la proximidad de moradas<br />
humanas, incluso en invierno, incluso de noche, o los rincones de bosques y selvas más<br />
cómodos para descansar o dormir; el rastrear, en seguida de entrar en un aposento, el<br />
grado de bienestar o pobreza de su habitador, así como el de su bondad, de su curiosidad o<br />
de su miedo... todas estas eran artes en que Víctor había alcanzado la maestría. Algunas<br />
cosas instructivas comunicó a su joven camarada. Y como <strong>Goldmundo</strong> le repusiera cierta<br />
vez que no había menester de acercarse a la gente con esa actitud de premeditado cálculo,<br />
y que a él, pese a ignorar tales artes, sólo en muy raros casos le habían denegado sus<br />
amistosas demandas de hospitalidad, el larguirucho Víctor se echó a reír y dijo con aire<br />
bonachón:<br />
—Ya, ya, Goldmundillo; a ti puede irte bien porque eres joven y lindo y tienes pinta de<br />
inocente y esto es la mejor boleta de alojamiento. Agradas a las mujeres, y los hombres se<br />
dicen: ¡Por el amor de Dios, si es un infeliz y un alma candida, incapaz de hacer mal a<br />
nadie!<br />
Pero el hombre envejece, hermano, y a aquella cara de niño le saldrán barba y arrugas, y<br />
los calzones se te llenarán de sietes, y cuando menos lo pienses, cátate convertido en un<br />
huésped feo e indeseable a cuyos ojos no se asoma ya la juventud y la inocencia sino el<br />
hambre; y para cuando llegue ese instante uno tiene que estar endurecido y haber<br />
aprendido algo del mundo, pues, de lo contrario, no tardará en dormir en el estiércol y los<br />
perros se mearán en él. Barrunto, de todos modos, que tú no has de andar trotando por el<br />
mundo largo tiempo, pues tienes manos delicadas y hermosa guedeja, y el día menos<br />
pensado volverás a amadrigarte en algún lugar donde se viva mejor, en un hermoso y<br />
caliente lecho nupcial o en un hermoso y bien abastado convento o en un confortable<br />
gabinete de estudio. Por lo demás, llevas tan elegantes vestidos que se te pudiera tomar<br />
por un hidalgo.<br />
Sin dejar de reír, empezó a pasarle la mano por el cuerpo, y <strong>Goldmundo</strong> sentía cómo<br />
aquella mano rebuscaba y palpaba en todos los bolsillos y costuras; y se esquivó, pensando<br />
en su ducado. Hablóle de la temporada que había pasado en la casa del caballero y de cómo<br />
se había ganado el lindo vestido escribiendo en latín. Pero Víctor quería saber por qué<br />
motivo había abandonado en pleno invierno aquel tibio nido, y <strong>Goldmundo</strong>, que no estaba<br />
acostumbrado a mentir, le contó algo de las dos hijas del caballero. Prodújose entonces la<br />
primera disputa entre los dos camaradas. Estimaba Víctor que <strong>Goldmundo</strong> era un perfecto<br />
asno al irse del castillo y renunciar a la grata compañía de las jóvenes.<br />
Había que corregir aquel yerro y de eso se encargaba él. Se encaminarían al castillo;<br />
<strong>Goldmundo</strong>, naturalmente, no aparecería por allá sino que lo dejaría todo en sus manos.<br />
Escribiría un billetito a Lidia, en el que le diría esto y lo otro, y Víctor se iría con el billete al<br />
castillo, y por las llagas de Cristo que no retornaría sin traer tanto y cuanto en dinero y<br />
especie. Y prosiguió por este tenor. <strong>Goldmundo</strong> rechazó la propuesta y terminó<br />
encolerizándose; no quería ni que le hablase del asunto y se negó a revelarle el nombre del<br />
caballero y el camino que a su residencia conducía.<br />
Al verlo tan airado, Víctor volvió a reír y adoptó un aire bondadoso.<br />
—Bueno —dijo—, bueno; no te vayas a quebrar los dientes. Lo único que te digo es que con<br />
tu absurda conducta dejarás que se nos escape una magnífica presa y ello no está bien ni<br />
es propio de un camarada. ¡Pero tú no quieres, eres un noble altivo, retornarás a caballo a<br />
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