Narciso Y Goldmundo - AMPA Severí Torres
Narciso Y Goldmundo - AMPA Severí Torres
Narciso Y Goldmundo - AMPA Severí Torres
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Hermann Hesse <strong>Narciso</strong> Y <strong>Goldmundo</strong><br />
adelantado todo el sueño del mundo.<br />
Al despertarse, <strong>Goldmundo</strong> vio a Elisa ocupada en sus negros cabellos. La contempló un<br />
momento distraído y sólo a medias despabilado.<br />
—¿Ya estás despierta? —dijo finalmente.<br />
Ella se volvió de golpe, como asustada.<br />
—Tengo que irme —profirió un tanto cohibida y confusa—. No quería despertarte.<br />
—Ya lo estoy. ¿Hay que proseguir camino? Porque nosotros no tenemos hogar.<br />
—Yo, ciertamente —dijo Elisa—. Pero tú perteneces al convento.<br />
—Yo ya no pertenezco al convento, soy como tú, estoy enteramente solo y no tengo<br />
objetivo alguno. Me iré contigo, naturalmente.<br />
La joven apartó la vista.<br />
—No puedes venir conmigo, <strong>Goldmundo</strong>. Tengo que ir junto a mi marido; me pegará porque<br />
no aparecí en toda la noche. Le diré que me perdí. Pero, naturalmente, no me creerá.<br />
En aquel punto recordó <strong>Goldmundo</strong> vividamente que <strong>Narciso</strong> se lo había pronosticado con<br />
exactitud. Aquí estaba ya.<br />
Se levantó y le alargó la mano.<br />
—Me he equivocado —expresó—. Había creído que seguiríamos juntos... Pero ¿de veras<br />
querías dejarme durmiendo, y marcharte sin despedirte?<br />
—Temí que te enojaras y hasta que me pegases. Que mi marido me pegue, en fin, nada<br />
tiene de particular, es comprensible. Pero no quería que tú también lo hicieses.<br />
<strong>Goldmundo</strong> le apretó firmemente la mano.<br />
—Elisa —le dijo—, yo no te pegaré ni hoy ni nunca. ¿No preferirías quedarte conmigo en vez<br />
de ir junto a tu marido pues que te vapulea?<br />
Ella dio un recio tirón, para desembarazar la mano.<br />
—No, no, no —profirió con voz llorosa. Y como <strong>Goldmundo</strong> sentía que el corazón de la mujer<br />
ansiaba huir de su lado, y que ella más quería recibir golpes del otro que buenas palabras<br />
de él, soltó la mano, y entonces Elisa rompió a llorar. Pero, al mismo tiempo, echó a correr.<br />
Huía con las manos en los ojos llorosos. El joven no dijo nada más y la siguió con la mirada.<br />
Sentía piedad de ella viéndola huir por las praderas segadas, llamada y atraída por cierta<br />
fuerza, por una fuerza desconocida que a él debía preocuparle. Sentía piedad de ella y<br />
también un poco de sí mismo; no había tenido suerte, a lo que parecía; allí quedaba solo y<br />
como estúpido, abandonado, desdeñado. Pero, a la vez, continuaba cansado y soñoliento,<br />
jamás había estado tan agotado. Tiempo habría más tarde para ser desgraciado. Tornó a<br />
dormirse y sólo volvió en sí cuando el sol, ya muy alto, calentaba intensamente.<br />
Ahora estaba descansado; se levantó rápidamente, corrió al arroyo, se lavó y bebió. Muchos<br />
recuerdos le asaltaron, muchas imágenes, muchas deleitosas y tiernas sensaciones surgían<br />
exhalando aroma, como flores exóticas, de las horas de amor de aquella noche. En ello<br />
pensaba cuando inició la marcha con buen paso; volvía a sentirlo todo, gustaba, olía y<br />
palpaba todo de, nuevo, una y otra vez. ¡Cuántos sueños vino a cumplirle aquella extraña<br />
mujer morena, cuántos botones trajo a floración, cuántas curiosidades y ansias satisfizo y<br />
cuántas nuevas despertó!<br />
Y ante él se extendían campos y praderas, y secos barbechos, y el bosque oscuro, y más<br />
allá tal vez alquerías y molinos, un pueblo, una ciudad. Por vez primera, el mundo se abría<br />
a sus ojos, esperándole, pronto a acogerlo, a depararle alegrías y tristezas. No era ya un<br />
escolar que viera el mundo desde una ventana; su caminar no era ya un paseo cuyo<br />
Página 41 de 145