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Narciso Y Goldmundo - AMPA Severí Torres

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Hermann Hesse <strong>Narciso</strong> Y <strong>Goldmundo</strong><br />

—No, La misma vida vino a visitarme. Me marcho, sin padre, sin permiso. Seré tu deshonra,<br />

pues voy a huir de aquí.<br />

<strong>Narciso</strong> se miraba los largos y blancos dedos que surgían descarnados y espectrales de las<br />

anchas mangas del hábito. Había una sonrisa, no en su semblante grave y cansadísimo,<br />

sino en su voz, cuando dijo:<br />

—Disponemos de poco tiempo, querido. Díme solamente lo necesario, y dílo con claridad y<br />

precisión.. . ¿O es que soy yo el que debe decir lo que te ha pasado?<br />

—Dílo —le rogó <strong>Goldmundo</strong>.<br />

—Tú estás enamorado, jovenzuelo, has conocido a una mujer.<br />

—¿Cómo has podido saberlo ahora otra vez?<br />

—Nada tiene de difícil. El aire que traes, o amice, presenta todas las señales de esa especie<br />

de embriaguez que se llama enamoramiento. Pero habla, habla.<br />

<strong>Goldmundo</strong> puso tímidamente la mano en el hombro del amigo.<br />

—Pues bien, tú lo has dicho. Pero en esta ocasión no has acertado del todo, <strong>Narciso</strong>, porque<br />

no es eso exactamente. Es otra cosa. Verás. Hallábame yo en medio del campo, allá afuera,<br />

y con el calor me quedé dormido; y cuando desperté, tenía la cabeza en las rodillas de una<br />

hermosa mujer y sentí en seguida que había llegado mi madre para llevarme consigo. No es<br />

que yo tomase a aquella mujer por mi madre, pues tenía ojos pardos, oscuros, y pelo<br />

negro, y mi madre era rubia como yo, tenía un aspecto muy distinto. Y, sin embargo, era<br />

ella, era su llamada, era un mensaje suyo. Como surgida de los sueños de mi propio<br />

corazón, había aparecido allí de repente una bella y extraña mujer que tenía mi cabeza en<br />

su regazo, y me sonreía como una flor y se mostraba dulce conmigo, y apenas me dio el<br />

primer beso sentí en las entrañas un derretimiento y un extraño dolor. Todas las soledades<br />

que siempre había sentido, todos los sueños, las dulces angustias, los misterios que en mí<br />

dormían, se despertaron, y todo apareció transformado, como hechizado, todo vino a cobrar<br />

un sentido. Me enseñó lo que era una mujer y el misterio que encerraba. En media hora me<br />

hizo varios años más viejo. Ahora sé muchas cosas. Y supe también inmediatamente que no<br />

debía permanecer en esta casa ni un día más. En cuanto sea de noche, me iré.<br />

<strong>Narciso</strong> escuchaba y asentía con la cabeza.<br />

—Eso ha llegado de repente —dijo—, pero es, tal vez, lo que yo esperaba. Mucho he de<br />

pensar en ti. Vas a abandonarme, amice. ¿Puedo hacer algo por ti?<br />

—Si te es posible, hablale a nuestro abad para que no me condene del todo. Fuera de ti, es<br />

la única persona de la casa cuyas opiniones sobre mí no me son indiferentes. Él y tú.<br />

—Lo sé. .. ¿Deseas algo más?<br />

—Sí, quiero hacerte un ruego. Si, más adelante, piensas en mí alguna vez, reza por mí. Y...<br />

gracias.<br />

—¿Por qué, <strong>Goldmundo</strong>?<br />

—Por tu amistad, por tu paciencia, por todo. Y también por haberme escuchado en este día,<br />

en que tan duro debe hacérsete. Y porque no has intentado retenerme.<br />

—¿Por qué había de intentarlo? Tú sabes bien lo que sobre eso pienso... Pero ¿adonde irás,<br />

<strong>Goldmundo</strong>? ¿Tienes algún objetivo? ¿Vas junto a esa mujer?<br />

—Sí, me voy con ella. Objetivo, no lo tengo. Ella es una extranjera, una mujer sin patria,<br />

según parece, quizás una gitana.<br />

—Ya. Pero díme, querido, ¿sabes que tal vez el camino que con ella sigas será corto? No<br />

debías confiar con exceso en ella, creo yo. Quizá tenga parientes, quizá marido. Quién sabe<br />

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