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Narciso Y Goldmundo - AMPA Severí Torres

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Hermann Hesse <strong>Narciso</strong> Y <strong>Goldmundo</strong><br />

desamparado, en medio del bosque.<br />

Tales cosas acertó a decirle con honda gravedad, los ojos perdidos. Mas luego volvía a<br />

cabalgar con él, riendo, por el campo otoñal, o le proponía adivinanzas divertidas y le<br />

arrojaba ramas marchitas y lisas bellotas.<br />

Una noche yacía <strong>Goldmundo</strong> en el lecho, en su alcoba, esperando el sueño. Notaba el<br />

corazón pesado, de un modo dulce y doloroso; latíale, pesado y lleno, en el pecho,<br />

sobrelleno de amor, sobrelleno de tristeza y perplejidad. Oía el viento de noviembre dar<br />

sacudidas en el tejado; habíase hecho ya costumbre en él estar así tendido en la cama un<br />

largo rato antes de dormirse y que el sueño no viniera. Calladamente, recitaba en sus<br />

adentros, según tenía por costumbre en la noche, un cántico mariano:<br />

Tota pulchra est María,<br />

et macula originalis non est in te.<br />

Tu laetitia Israel,<br />

Tu advocata peccatorum!<br />

El cántico se le hundía en el alma con su suave melodía, mas, a la vez, cantaba afuera el<br />

viento, cantaba de pugnas y errabundeo, del bosque, del otoño, de la vida de los que<br />

carecen de hogar. <strong>Goldmundo</strong> pensaba en Lidia, pensaba en <strong>Narciso</strong> y en su madre, sentía<br />

el intranquilo corazón lleno y pesado.<br />

De pronto se sobresaltó y se quedó estupefacto, no creyendo lo que veía: la puerta se había<br />

abierto y, en medio de la oscuridad, entró una persona vestida de larga y blanca camisa.<br />

Era Lidia. Entró sigilosa, marchando con pies desnudos sobre las baldosas, cerró despacio la<br />

puerta y se sentó en la cama del joven.<br />

—Lidia —susurró él—, ¡mi corcilla, mi blanca flor! Lidia, ¿qué haces?<br />

—Vengo a tu lado —dijo ella— sólo por un momento. Quería ver a mi <strong>Goldmundo</strong> acostado<br />

en su camita, a mi corazón.<br />

Se echó junto a él, ambos yacían callados, con el corazón pesado y palpitante. Ella dejó que<br />

la besara, dejó que las manos maravilladas del amado jugaran en su cuerpo; más no estaba<br />

permitido. Luego de un breve rato, le retiró suavemente las manos, le besó en los ojos, se<br />

levantó sin decir palabra y desapareció. Crujió la puerta, en la armadura del tejado<br />

zumbaba y golpeteaba el viento. Todo parecía cosa de encantamiento, todo estaba lleno de<br />

misterio, lleno de temor, lleno de promesas, lleno de amenazas. Goidmundo no sabía qué<br />

pensar ni qué hacer. Cuando, tras un breve e intranquilo sueño, volvió a despertarse, tenía<br />

la almohada húmeda de llanto.<br />

Lidia volvió unos días después, el delicado espectro blanco, y permaneció acostada con él un<br />

cuarto de hora, como la última vez. Ceñida por los brazos del amado, hablábale con voz<br />

susurrante al oído; mucho tenía que decir y de qué lamentarse. <strong>Goldmundo</strong> la escuchaba<br />

con cariño, su brazo izquierdo estaba bajo el cuerpo de ella, con el derecho le acariciaba la<br />

rodilla.<br />

—Mi pequeño <strong>Goldmundo</strong> —díjole la muchacha con voz muy apagada, pegando la boca a su<br />

mejilla—, ¡qué triste pensar que jamás podré ser tuya! No durará mucho tiempo más<br />

nuestra pequeña dicha, nuestro pequeño secreto. Julia ya sospecha algo y pronto ha de<br />

obligarme a que se lo diga. O, si no, mi padre lo descubrirá. Si él me encontrara contigo en<br />

la cama, mi <strong>Goldmundo</strong> querido, mal lo habría de pasar tu pobre Lidia; con los ojos llorosos,<br />

mirando hacia los árboles vería pender en lo alto a su amor adorado, mecido por el viento.<br />

¡Ah mejor es que huyas, mejor que te marches ahora mismo, antes que mi padre te haga<br />

atar y ahorcar! Ya vi otra vez ahorcar a uno, a un ladrón. No quiero verte colgar, es<br />

preferible que te escapes y me olvides; ¡para que no mueras, dulce <strong>Goldmundo</strong>, para que<br />

los páiaros no picoteen esos ojos azules! Pero no, tesoro mío. no te vayas.. . ah, ¿qué sería<br />

de mí si me dejases sola?<br />

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