Narciso Y Goldmundo - AMPA Severí Torres
Narciso Y Goldmundo - AMPA Severí Torres
Narciso Y Goldmundo - AMPA Severí Torres
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Hermann Hesse <strong>Narciso</strong> Y <strong>Goldmundo</strong><br />
—¿Acaso no me comprendes? —se dolió <strong>Goldmundo</strong>.<br />
—Sí, te comprendo. Tú ves en la mujer, en el sexo, la esencia de lo que llamas "mundo" y<br />
"pecado". En cuanto a los otros pecados, te parece, o bien que no eres capaz de<br />
cometerlos, o que, si los cometieras, no te abrumarían porque los confesarías y te verías<br />
libre de ellos. ¡Sólo ese otro pecado no!<br />
—Es verdad. Eso es exactamente lo que siento.<br />
—Ya ves que te comprendo. Y, a decir verdad, no te equivocas mucho; la historia de Eva y<br />
la serpiente no es una simple fábula ociosa. Con todo, no tienes razón, amigo mío. La<br />
tendrías si fueses el abad Daniel o tu patrón bautismal, San Crisóstomo, si fueses obispo o<br />
sacerdote, o incluso un humilde y sencillo fraile. Pero nada de eso eres. Tú eres un escolar,<br />
y aunque deseas quedarte para siempre en el claustro, o aunque tu padre tenga tal deseo<br />
para ti, todavía no has hecho voto alguno ni recibido ninguna orden. Si hoy o mañana te<br />
vieses seducido por una linda joven,y sucumbieras a la tentación, no habrías faltado a<br />
ningún juramento ni quebrantado ningún voto.<br />
—¡Ningún voto escrito! —exclamó <strong>Goldmundo</strong> muy excitado—. Pero sí un voto no escrito, el<br />
más sacrosanto, que llevo dentro de mí. ¿No te das cuenta que lo que puede valer para<br />
otros no es válido para mí? Tampoco tú has sido ordenado, ni has hecho votos, y sin<br />
embargo jamás te permitirías tocar a una mujer. ¿O es que me engaño? ¿No eres tú así?<br />
¿No eres tal como yo te creo? ¿No has prestado ya en tu corazón el juramento que aún no<br />
prestaste con palabras y ante los superiores, y no te sientes obligado por él para siempre?<br />
¿Acaso no eres como yo?<br />
—No, <strong>Goldmundo</strong>, no soy como tú, no soy como crees. Es verdad que también yo guardo un<br />
voto no pronunciado, en eso tienes razón. Pero en modo alguno soy igual a ti. Voy a decirte<br />
hoy algo de lo que un día te acordarás. Nuestra amistad no tiene otro objetivo ni sentido<br />
que mostrarte cuan totalmente distinto eres de mí.<br />
<strong>Goldmundo</strong> se quedó paralizado, atónito; <strong>Narciso</strong> había hablado con una mirada y un tono<br />
que no admitían réplica. Calló. Pero ¿por qué dijo <strong>Narciso</strong> tales palabras? ¿Por que había de<br />
ser el voto no pronunciado de <strong>Narciso</strong> más santo que el suyo propio? ¿Es que no lo tomaba<br />
en serio, que en él no veía más que a un niño? De nuevo comenzaron las confusiones y las<br />
tristezas de aquella singular amistad.<br />
<strong>Narciso</strong> no tenía ya dudas sobre la índole del secreto de <strong>Goldmundo</strong>. Era Eva, nuestra<br />
primera madre, la que estaba detrás. Mas ¿cómo era posible que en un joven tan bello, tan<br />
sano, tan espléndido, el sexo, al despertarse, tropezara con tan acerba hostilidad? Por<br />
fuerza debía intervenir allí algún demonio, algún oculto enemigo que había logrado hender<br />
interiormente a aquel hombre magnífico y desavenirlo con sus primarios impulsos. En fin:<br />
había que descubrir ese demonio, había que conjurarlo y hacerlo aparecer y entonces podría<br />
vencérsele.<br />
Entretanto, los compañeros rehuían cada vez más la compañía de <strong>Goldmundo</strong> y lo<br />
abandonaban, o, por mejor decir, se sentían abandonados por él y, en cierto sentido,<br />
traicionados. Ninguno veía con agrado su amistad con <strong>Narciso</strong>. Los maliciosos la<br />
desacreditaban calificándola de contranatural, sobre todo aquellos que habían estado<br />
enamorados de alguno de los dos mancebos. Pero también los otros, los que rechazaban<br />
toda sospecha de depravación, meneaban desaprobatoriamente la cabeza. No había quien<br />
los defendiera; al unirse tan estrechamente, parecía que quisieran aislarse altaneramente,<br />
como aristócratas, de los demás por estimarlos de más bajo metal;<br />
y esto iba contra el compañerismo y contra la hermandad conventual y contra lo cristiano.<br />
Muchos rumores, quejas y calumnias sobre ambos llegaron a oídos del abad Daniel. En más<br />
de cuarenta años de vida monacal había sido testigo de muchas amistades juveniles;<br />
integraban el cuadro general del convento, eran un bello complemento, a veces un<br />
entretenimiento, a veces un peligro. Él se mantenía retraído, con los ojos abiertos, sin<br />
intervenir. Una amistad de carácter tan apasionado y exclusivo era fenómeno poco común,<br />
Página 16 de 145