Narciso Y Goldmundo - AMPA Severí Torres
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Hermann Hesse <strong>Narciso</strong> Y <strong>Goldmundo</strong><br />
estuvo un rato rezando y cuando se levantó no se sentía más animado. Luego, atraído por<br />
el insinuante perfume de las rosas, decidió ir al claustro para aspirar aquel aroma. Allí se<br />
encontró al escolar <strong>Goldmundo</strong> desmayado sobre las baldosas. Mirólo tristemente, asustado<br />
de la palidez y apagamiento de aquella faz moza, de ordinario tan bella. El día había sido<br />
poco grato; ¡y ahora esto! intentó levantar al muchacho pero le faltaban fuerzas,<br />
Suspirando hondamente, el anciano fue a llamar a dos hermanos jóvenes para que lo<br />
llevaran arriba, y envió también al padre Anselmo, que era médico. Además, hizo buscar a<br />
<strong>Narciso</strong> que apareció en seguida y se presentó ante él.<br />
—¿Lo sabes ya?—le preguntó,<br />
—¿Lo de <strong>Goldmundo</strong>? Si, reverendo padre, acaban de decirme que está enfermo o que ha<br />
sufrido un accidente y que fue menester llevarlo en brazos.<br />
—Así es. Lo encontré tendido en el claustro donde, dicho sea de paso, nada tenía que ir a<br />
hacer. No ha sufrido un accidente sino que se ha desmayado. Esto me desagrada. Pienso<br />
que quizá tengas tú algo que ver con la cosa o, al menos, sepas algo, pues eres su amigo<br />
íntimo. Por eso te llamé. Habla.<br />
<strong>Narciso</strong>, con su acostumbrada contención en la actitud y el habla, refirió a grandes rasgos la<br />
conversación que había sostenido en aquel día con <strong>Goldmundo</strong> y la gran impresión que, por<br />
modo sorprendente, sus palabras le habían causado. El abad, con aire un tanto contrariado,<br />
meneó la cabeza.<br />
—Singulares conversaciones son ésas —dijo, esforzándose por mantener la calma. —La<br />
conversación que me acabas de relatar podría calificarse de intromisión en un alma ajena:<br />
es, en cierto modo, una conversación de las que sólo se tienen con el director espiritual.<br />
Pero tú no eres el director espiritual de <strong>Goldmundo</strong>. Tú no puedes ser director espiritual de<br />
nadie porque aún no has recibido las órdenes. ¿Cómo es posible que hayas adoptado con un<br />
alumno el tono de consejero en cosas que son de la exclusiva competencia del director<br />
espiritual: Ello, como ves, ha acarreado funestas consecuencias.<br />
—Las consecuencias —declaró <strong>Narciso</strong> en tono suave pero resuelto— no las conocemos<br />
todavía, reverendo padre. Me alarmó un poco lo violento del efecto, pero no abrigo la menor<br />
duda de que las consecuencias de nuestra conversación serán beneficiosas para<br />
<strong>Goldmundo</strong>.<br />
—Las consecuencias ya las veremos. No hablo ahora de ellas sino de tu proceder. ¿Qué fue<br />
lo que te impulsó a sostener tales pláticas con <strong>Goldmundo</strong>?<br />
—Como sabéis, es mi amigo. Siento hacía él una especial inclinación y creo haberle<br />
comprendido bien. Habéis dicho que mi conducta con él es la que corresponde a un director<br />
espiritual. Yo no me he arrogado ninguna clase de autoridad espiritual pero creí conocerlo<br />
algo mejor de lo que a sí propio se conoce.<br />
El abad se encogió de hombros.<br />
—Sé que esa es tu especialidad. Esperemos que con ello no hayas ocasionado mal alguno...<br />
¿Acaso está enfermo <strong>Goldmundo</strong>? Quiero decir si nota algo, si se siente desfallecido o si<br />
duerme mal o si está inapetente o si tiene algún dolor.<br />
—No, hasta hoy estaba sano. Sano de cuerpo.<br />
—¿Y de lo demás?<br />
—Del alma sí está enfermo. Bien sabéis que se encuentra en la edad en que comienzan las<br />
luchas con el instinto sexual.<br />
—Lo sé. ¿Anda por los diecisiete años?<br />
—Tiene dieciocho.<br />
—Dieciocho. En efecto. Ya es tiempo. Pero esas luchas son cosa natural, por la que tienen<br />
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