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Narciso Y Goldmundo - AMPA Severí Torres

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Hermann Hesse <strong>Narciso</strong> Y <strong>Goldmundo</strong><br />

—¿Dolores? Sí, bastantes tengo. Pero son cosa buena pues me han metido en razón. Ahora<br />

ya no siento vergüenza, tampoco delante de ti. Aquella vez que me visitaste en la prisión<br />

para salvarme la vida, apreté los dientes de la vergüenza que tenía en tu presencia. Eso ya<br />

ha pasado.<br />

<strong>Narciso</strong> le puso la mano en el hombro y él se calló en seguida y cerró, sonriendo, los ojos. Y<br />

se durmió tranquilamente. El abad, preocupado, se fue en busca del médico de la casa, el<br />

padre Antonio, para que examinara al doliente. Cuando regresaron, <strong>Goldmundo</strong> dormía<br />

sentado a su mesa de dibujo. Condujéronle el lecho y el médico se quedó con él.<br />

Encontró que su estado era desesperado. Trasladáronlo entonces a la enfermería y<br />

ordenaron a Erico que lo asistiera permanentemente a su cabecera.<br />

Nunca se conoció toda la historia de su último viaje. Contó algunas cosas y otras pudieron<br />

adivinarse. Muchas veces mostraba una total indiferencia, otras era presa de fiebre y decía<br />

cosas desatinadas; pero, en algunos casos, hablaba con lucidez y entonces llamaban a<br />

<strong>Narciso</strong>, pues estas últimas pláticas con <strong>Goldmundo</strong> tenían suma importancia.<br />

<strong>Narciso</strong> dio a conocer algunas partes de los relatos y confesiones de <strong>Goldmundo</strong>; el oficial,<br />

otras.<br />

—¿Que cuándo comenzaron los dolores? Ya al principio del viaje. Iba cabalgando por el<br />

bosque cuando, de pronto, tropezó el caballo y caí en un arroyo y me pasé toda una noche<br />

tumbado en el agua fría. Entonces empecé a sentir los dolores aquí dentro, donde se me<br />

quebraron las costillas. Aún no me hallaba lejos del convento pero no quise volver;<br />

reconozco que era infantil, pero me figuraba que parecería ridículo. Seguí, pues,<br />

cabalgando, y cuando ya no pude más por causa del dolor, vendí el caballo y luego pasé<br />

una larga temporada en un hospital. Ahora me quedo aquí, <strong>Narciso</strong>. se acabó el montar a<br />

caballo. Se acabó el correr mundo. Se acabaron los bailes y las mujeres. ¡Ah, si no fuera por<br />

eso, aun hubiese seguido vagando largo tiempo, varios años más! Mas como llegué a ver<br />

que por allá afuera ya no hay alegrías para mí, me dije: Antes de fenecer, quiero dibujar un<br />

poco y esculpir algunas figuras, lo que me proporcionará algún gozo.<br />

<strong>Narciso</strong> profirió:<br />

—No sabes lo que me contenta que hayas vuelto. Te he echado mucho de menos, cada día<br />

pensaba en ti y a menudo temía que no retornases nunca más.<br />

<strong>Goldmundo</strong> meneó la cabeza.<br />

—No se hubiera perdido mucho.<br />

<strong>Narciso</strong>, con el corazón ardiendo de dolor y de amor, se inclinó lentamente sobre él e hizo<br />

entonces lo que nunca había hecho en los muchos años de su amistad: le rozó con los labios<br />

el cabello y la frente. <strong>Goldmundo</strong> se quedó, primero, asombrado y luego, conmovido.<br />

—<strong>Goldmundo</strong> —le susurró el amigo al oído—, perdona que no hubiera podido decírtelo<br />

antes. Debiera habértelo dicho cuando te visité en la prisión del palacio del obispo o cuando<br />

contemplé tus primeras esculturas o en cualquier otra ocasión. Permíteme que hoy te diga<br />

cuan grande es el amor que por ti siento, cuánto has sido tú siempre para mí y cuánto has<br />

enriquecido mi vida. Todo esto no significará gran cosa para ti. Estás acostumbrado al<br />

amor, no es para ti una rareza, muchas mujeres te han amado y mimado. Pero mi caso es<br />

muy distinto. Mi vida ha sido pobre en amor, me ha faltado lo mejor. Nuestro abad Daniel<br />

me dijo una vez que me tenía por altanero y acaso tuviera razón. Yo no soy injusto hacia los<br />

hombres, antes por el contrario me esfuerzo en ser con ellos justo y paciente; pero jamás<br />

los he amado. De dos eruditos del convento tengo más afición al más culto; quizá nunca<br />

profesé afecto a un hombre de pocas letras. Si, con todo, sé lo que es amor, por ti lo sé. A<br />

ti pude amarte, a ti sólo entre todos los hombres. Tú no puedes figurarte lo que eso<br />

significa. Es como una fuente en el desierto, como una flor en la maleza. Únicamente a ti<br />

debo el que mi corazón no se haya marchitado, que en mis adentros quede aún un<br />

rinconcillo donde pueda entrar la gracia.<br />

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