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Narciso Y Goldmundo - AMPA Severí Torres

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Hermann Hesse <strong>Narciso</strong> Y <strong>Goldmundo</strong><br />

sabiduría, hermosura y sentido, no valían ni la mitad de lo que aquella ordenación en espiral<br />

de las menudas hojillas subiendo por el tallo. ¡Qué placer, qué dicha, qué tarea<br />

encantadora, noble, trascendental sería para un hombre el crear una de estas flores. Pero<br />

nadie era capaz de tal empeño, ni héroe ni emperador, ni papa ni santo.<br />

Cuando el sol estaba ya bajo, emprendió la marcha en busca del paraje que la campesina le<br />

había indicado. Y allí esperó. Era hermoso esperar así sabiendo que una mujer venía de<br />

camino trayendo consigo amor acendrado.<br />

Llegó ella con un pañuelo de lino anudado por las puntas en el que venía envuelto un gran<br />

pedazo de pan y una tajada de tocino. Luego de desatar el envoltorio, colocó su contenido<br />

delante del joven.<br />

—Para ti —dijo—. ¡Come!<br />

—Después —profirió él—; no tengo hambre de pan sino de ti. ¡Muéstrame las cosas bellas<br />

que me has traído!<br />

Muchas cosas bellas le había traído en efecto: fuertes labios sedientos, fuertes dientes<br />

fulgurantes, fuertes brazos bermejos del sol; pero bajo el cuello, y más adentro, era blanca<br />

y tierna. Dijo pocas palabras, pero en lo hondo de la garganta cantaba un son dulce y<br />

cautivador; y al percibir el contacto de las manos del joven, manos delicadas, cariñosas,<br />

sensitivas, como jamás había gustado, su piel se estremeció y de su garganta empezó a<br />

salir un manso murmullo como el ronronear de una gata. Conocía pocos juegos amorosos,<br />

menos que Elisa, pero tenía una fuerza prodigiosa y apretaba como si quisiese quebrarle el<br />

cogote a su amante. Su amor era infantil e impetuoso, sencillo y, pese a su brío, pudoroso;<br />

<strong>Goldmundo</strong> fue muy feliz con ella.<br />

Luego la mujer se marchó, suspirando; lo abandonaba con pena, no podía demorarse más.<br />

<strong>Goldmundo</strong> se quedó solo, dichoso y también triste. Hasta más tarde no se acordó del pan y<br />

del tocino, y comió sin compañía; era ya noche cerrada.<br />

CAPITULO VIII<br />

Llevaba ya <strong>Goldmundo</strong> una temporada, de errabundeo, raramente pasando dos noches en<br />

el mismo lugar, solicitado y deleitado por las mujeres, tostado del sol, enflaquecido por las<br />

caminatas y el exiguo yantar. Muchas mujeres se habían despedido de él en las madrugadas<br />

y se habían ido, a menudo con lágrimas, y muchas veces había pensado: "¿Por qué ninguna<br />

se queda conmigo? ¿Por qué, si me aman y, por una noche de amor, han quebrantado la<br />

lealtad conyugal... por qué retornan todas en seguida junto a sus maridos de quienes, los<br />

más de los casos, deben temer verse vapuleadas?" Ninguna le había pedido en serio<br />

permanecer a su lado, ni una sola le había jamás pedido que la llevara con él ni estaba<br />

dispuesta a compartir con él, por amor, las alegrías y trabajos de la vida errante. Es verdad<br />

que a ninguna había invitado ni le había insinuado tal idea; si interrogaba a su corazón,<br />

advertía que la libertad le era muy cara y no recordaba que la añoranza que había sentido<br />

por alguna de sus amantes no se desvaneciera y olvidara en los brazos de la síguiente. Mas,<br />

con todo eso, resultábale inexplicable y un poco triste que el amor, el de las mujeres como<br />

las suyas, pareciera siempre tan perecedero, que apenas se inflamaba quedara ya ahito.<br />

¿Era cierto? ¿Era así siempre y en todas partes? ¿O se trataba de algo peculiar de él; era,<br />

acaso, tal su condición que las mujeres lo deseaban y encontraban hermoso pero no querían<br />

con él otro género de compañía que aquella breve y muda sobre el heno o el musgo?<br />

¿Debíase eso a su errabundo vivir y a que las personas sedentarias sentían aversión hacia la<br />

vida de los vagabundos? ¿O dependía exclusivamente de él, de su persona, el que las<br />

mujeres lo anhelaran como a un lindo muñeco y lo estrecharan en sus brazos para luego<br />

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