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Narciso Y Goldmundo - AMPA Severí Torres

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Hermann Hesse <strong>Narciso</strong> Y <strong>Goldmundo</strong><br />

experimentaba una interrupción. Escasos eran los días en que el trabajo se le hacía<br />

imposible, en que el desasosiego o el hastío le hacían sentir disgusto de su obra. En tales<br />

ocasiones, tras encomendar algún trabajo a su discípulo, salía al campo, a pie o a caballo, y<br />

respiraba en el bosque el aroma evocador de la libertad y la vida vagabunda, e iba a visitar<br />

a alguna moza campesina, o bien se entregaba a la caza y permanecía durante varias horas<br />

tendido sobre el césped con los ojos fijos en las entrelazadas copas de los árboles que<br />

formaban apretadas bovedas y en las espesas masas de heléchos y retamas. Nunca estaba<br />

fuera más de un día o dos. Luego retornaba con nuevo fervor a su obra, esculpía con<br />

delectación aquellas plantas de lozano follaje, iba sacando de la madera, poco a poco y<br />

delicadamente, las cabezas humanas y tallaba a vigorosos golpes una boca, un ojo, una<br />

barba rizada. Aparte de Erico, sólo <strong>Narciso</strong> conocía la obra; iba a verla a menudo, y el taller<br />

llegó a ser a veces para él el aposento preferido del convento. Quedábase contemplándola<br />

con gozo y asombro. Ahora venía a floración lo que su amigo había llevado en su corazón<br />

inquieto, obstinado e infantil, brotaba y florecía una creación, un pequeño mundo, tal vez un<br />

juego aunque no inferior, en verdad, al juego de la lógica, la gramática y la teología.<br />

Una vez, le dijo pensativo:<br />

—Muchas cosas aprendo de ti, <strong>Goldmundo</strong>. Estoy empezando a comprender lo que es el<br />

arte. Antes me parecía que, en comparación con el pensar y la ciencia, no había que<br />

tomarlo enteramente en serio. Mi punto de vista era, sobre poco más o menos, el siguiente:<br />

Puesto que el hombre es una mezcla incierta de materia y espíritu, puesto que el espíritu le<br />

abre el conocimiento de lo eterno mientras que la materia tira de él hacia abajo y lo<br />

encadena a lo perecedero, debe esforzarse por huir de los sentidos hacia lo espiritual a fin<br />

de elevar su vida y darle un sentido. Es verdad que yo pretendía, por costumbre, tener en<br />

gran estima al arte, mas, en realidad, me mostraba altivo y lo desdeñaba. Ahora veo con<br />

claridad, por vez primera, que hay muchos caminos para el conocimiento y que el del<br />

espíritu no es el único y acaso no sea el mejor. Es mi camino, ciertamente, y en él me<br />

mantendré. Pero veo que tú, por el camino opuesto, por el de los sentidos, llegas a captar<br />

con igual hondura que los más de los pensadores el misterio del ser y a expresarlo de un<br />

modo más vivo.<br />

—¿Te explicas, pues, ahora —declaró <strong>Goldmundo</strong>—, que yo no acierte a comprender cómo<br />

puede pensarse sin representaciones?<br />

—Tiempo hace que me lo he explicado. Nuestro pensar es un constante abstraer, un apartar<br />

la mirada de lo sensorial, un intento de edificar un mundo puramente espiritual. En cambio<br />

tú pones todo tu interés en lo mudable y mortal y descubres el sentido del mundo en lo<br />

perecedero. No alejas la mirada de lo perecedero, te le entregas, y, con tu entrega, se eleva<br />

hasta igualarse a lo eterno. Nosotros, los pensadores, tratamos de acercarnos a Dios<br />

separándolo del mundo. Tú te acercas a él amando su creación y volviéndola a crear. Las<br />

dos cosas son obra humana e insuficiente, pero el arte es más inocente.<br />

—Yo no sé, <strong>Narciso</strong>. Pero pareciera que el dominar la vida y el ahuyentar la desesperación<br />

os resultase más fácil a vosotros, pensadores y teólogos. Hace tiempo que no envidio ya tu<br />

ciencia, amigo mío, pero, en cambio, sí envidio tu serenidad, tu tranquilidad, tu paz.<br />

—No debes envidiarme, <strong>Goldmundo</strong>. No existe la paz que tú imaginas. Cierto que existe la<br />

paz, pero no una paz que more en nosotros permanentemente y que jamás nos abandone.<br />

Sólo existe una paz por la que hay que luchar sin desmayo y cada día. Tú no me ves<br />

combatir, tú ignoras mis luchas en el estudio y el oratorio. Y está bien que las ignores.<br />

Únicamente ves que estoy menos sujeto que tú a los cambios de humor y crees que eso es<br />

paz. Y en realidad es lucha, lucha y sacrificio como toda vida verdadera, como la tuya<br />

también.<br />

—No disputemos sobre esto. Tampoco tú ves todas mis luchas. Y no sé si podrás<br />

comprender la angustia que me asalta al pensar que en breve estará concluida esta obra.<br />

Se la llevarán y la colocarán en su lugar y me dirán algunas alabanzas, y luego yo retornaré<br />

a un taller desnudo y vacío, y lo que me dará más pesadumbre será lo que no he<br />

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