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Narciso Y Goldmundo - AMPA Severí Torres

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Hermann Hesse <strong>Narciso</strong> Y <strong>Goldmundo</strong><br />

muchacha, de la presión de sus manos, del beso de sus labios.<br />

Pero ahora había advenido otra cosa, un nuevo espanto, una nueva experiencia. <strong>Narciso</strong> se<br />

había interesado por él, <strong>Narciso</strong> lo amaba, <strong>Narciso</strong> se había molestado por él... el delicado<br />

<strong>Narciso</strong>, el distinguido, el inteligente, con su boca de labios finos y levemente burlones. ¡Y<br />

él, por su parte, no había sabido contenerse en su presencia, se sintió abochornado y se<br />

puso a balbucear y terminó con gemidos! En vez de ganarse a aquel ser superior con las<br />

más nobles armas, con el griego, con la filosofía, con heroísmo espiritual y un digno<br />

estoicismo, había perdido ante él la serenidad en manera flaca y lastimosa. Jamás se lo<br />

perdonaría a sí mismo, nunca jamás podría mirarle a los ojos sin avergonzarse.<br />

Con el llanto se había descargado la gran tensión que experimentaba; la calma soledad de<br />

la estancia, el lecho amable, le trajeron alivio; y su desesperación se mitigó. Pasada una<br />

hora, entró un hermano lego con una sopa de harina, un pedacito de pan y una pequeña<br />

copa llena de vino, del vino que los escolares solamente bebían los días de fiesta.<br />

<strong>Goldmundo</strong> comió y bebió, dejó el plato medio vacío, lo puso a un lado y quiso tornar a sus<br />

pensamientos, pero no pudo. Volvió a coger el plato y tomó unas cucharadas más. Y<br />

cuando, poco después, abrióse la puerta lentamente y entró <strong>Narciso</strong> para ver al doliente,<br />

encontrólo durmiendo y notó que le había vuelto el color a las mejillas. Estuvo un largo rato<br />

contemplándolo con amor, con inquiridora curiosidad y también con algo de envidia.<br />

Advertía que <strong>Goldmundo</strong> no estaba enfermo, que no necesitaría enviarle vino al día<br />

siguiente. Pero sabía también que se había roto el hielo, que serían amigos. Hoy era<br />

<strong>Goldmundo</strong> el que precisaba de él y el que recibía sus servicios. Mañana quizá fuese él el<br />

débil y el necesitado de ayuda y de amor. Y si ese caso llegara, podría recibirlos de este<br />

muchacho.<br />

CAPITULO III<br />

Extraña amistad fue la que se inició entre <strong>Narciso</strong> y <strong>Goldmundo</strong>; pocos la veían con buenos<br />

ojos y, en ocasiones, podía parecer que a ellos mismos desplaciera.<br />

Al principio, a quien se le hacía más difícil era a <strong>Narciso</strong>, el pensador. Para él todo era<br />

espíritu, incluso el amor; le resultaba imposible ceder irreflexivamente a cualquier<br />

seducción. Fue en aquella amistad el espíritu dirigente, y por mucho tiempo únicamente él<br />

tuvo plena conciencia de su destino, alcance y sentido. Mucho tiempo permaneció solitario<br />

en medio del amor, sabiendo que el amigo sólo llegaría a pertenecerle realmente cuando lo<br />

hubiese encaminado al conocimiento. <strong>Goldmundo</strong> se dio a aquella nueva vida con ternura y<br />

apasionamiento, alegremente, sin meditar; <strong>Narciso</strong>, en cambio, aceptó el alto destino de<br />

modo consciente y responsable.<br />

Para <strong>Goldmundo</strong> fue, al comienzo, liberación y curación. Su juvenil necesidad de amor<br />

acababa de ser despertada con grande brío, y, a la vez, espantada sin esperanza, por la<br />

mirada y el beso de una linda mocita. Pues en su interior sentía que todo lo que había sido<br />

hasta allí el sueño de su vida, todas las cosas en que creía, lo que estimaba su vocación y<br />

su misión, veíanse amenazados en su misma raíz por la mirada de aquellos ojos negros.<br />

Destinado por su padre a la vida del claustro, acatando sin reservas tal decisión, consagrado<br />

a un ideal piadoso y de heroísmo ascético con el fuego de los primeros entusiasmos<br />

juveniles, en el primer encuentro huidizo, en la primera llamada de la vida a sus sentidos,<br />

en el primer contacto con lo femenino había descubierto en forma indubitable que allí<br />

estaba su enemigo y su demonio, que el peligro que le acechaba era la mujer. Y ahora, el<br />

destino le traía la salvación, ahora venía hacia él, en el más apurado trance, esta amistad<br />

que ofrecía a sus anhelos un florido jardín y a su veneración un nuevo altar. Aquí podía<br />

amar, podía entregarse sin pecado, dar su corazón a un amigo admirado, de más edad y<br />

más inteligente, transformar, espiritualizar las peligrosas llamas de los sentidos en el noble<br />

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