Narciso Y Goldmundo - AMPA Severí Torres
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Hermann Hesse <strong>Narciso</strong> Y <strong>Goldmundo</strong><br />
ineludible término fuese el regreso. Ese inmenso mundo se había tornado ahora real, de él<br />
formaba parte, en él descansaba su destino, su cielo y su atmósfera eran los propios. Era un<br />
pequeño ser en medio de ese inmenso mundo; pequeño como una liebre, como un<br />
escarabajo, corría por su infinitud azul y verde. En él no sonaba campana alguna llamando a<br />
levantarse del lecho, al oficio en la iglesia, a clase, al almuerzo.<br />
¡Oh, qué hambre tenía! Media hogaza de pan de cebada, una escudilla de leche, una sopa<br />
de harina... ¡Qué maravillosos recuerdos! Su estómago se había despertado como un lobo.<br />
Pasaba junto a un sembrado, las espigas estaban ya medio maduras, cogió unas cuantas,<br />
las mondó con dedos y dientes, comía con avidez los menudos granos lechosos, no se<br />
cansaba de comer, y se llenó los bolsillos de espigas. Y luego encontró avellanas, todavía<br />
muy verdes, e hincó con fruición los dientes en las quebradizas cascaras; y también de ellas<br />
hizo provisión.<br />
De nuevo empezaba el bosque, un bosque de pinos con algunos robles y encinas<br />
entreverados; en este lugar había gran abundancia de arándanos y aquí tomó descanso y<br />
comió y se refrescó. Entre la rala y áspera hierba del bosque veíanse azules campánulas y<br />
volaban mariposas morenas y luminosas que aparecían y desaparecían caprichosas y<br />
zigzagueantes. En un bosque como éste había vivido Santa Genoveva, cuya historia tanto<br />
amara siempre. ¡Cómo le gustaría encontrársela ahora! Tal vez hubiera en medio del<br />
bosque una ermita con un fraile viejo y barbudo que morara en una cueva o en una cabaña<br />
de corteza de árbol. También podían habitar aquí carboneros y, en ese caso, mucho le<br />
gustaría saludarlos. Y hasta quizás hubiese bandidos que, de seguro, no le harían daño. Muy<br />
grato sería topar con gente en este lugar, cualquiera que fuese su condición. Pero sabía que<br />
muy bien pudiera acontecer que estuviese caminando por el bosque hoy y mañana y otro<br />
día más sin hallar a nadie. Y también esto debía aceptarlo si le estaba determinado. No<br />
había que darse demasiado a la reflexión sino dejar que las cosas vinieran como quisiesen.<br />
Oyó entonces el golpeteo de un pico carpintero y quiso sorprenderlo; largo rato se esforzó<br />
en vano por descubrirlo; al cabo lo logró, y estuvo contemplando cómo picaba y martillaba<br />
el tronco y movía, incansable, la cabeza. ¡Lástima que no fuese posible hablar con los<br />
animales! ¡Qué hermoso sería llamar al pico carpintero y decirle unas palabras amables y<br />
quizás enterarse de algo de su vida en los árboles, de su trabajo y de su gozo. ¡Ah si<br />
estuviera en las manos de uno el poder cambiar de ser!<br />
Acordóse entonces de las veces que, en horas de ocio, había dibujado con el pizarrín en la<br />
pizarra diversas suertes de figuras, flores, hojas, árboles, animales, ca-<br />
bezas humanas. Muy a menudo se había entretenido en ese juego, formando, en ocasiones,<br />
como un pequeño dios, criaturas a voluntad, dibujando en el cáliz de una flor unos ojos y<br />
una boca, transformando en dedos las hojas de una rama, poniendo sobre un árbol una<br />
cabeza. Con este juego, a menudo se había sentido dichoso y encantado durante una hora,<br />
practicando una especie de magia, viendo, sorprendido de sí mismo, cómo de las líneas que<br />
trazaba iban saliendo la hoja de un árbol, el hocico de un pez, el rabo de una zorra, las<br />
cejas de un hombre. De igual modo, pensaba ahora, uno debiera ser capaz de transmutarse<br />
como en aquel tiempo las líneas caprichosas que dibujaba en su pizarra. Le hubiese placido<br />
sobremanera convertirse en un pico carpintero, por un día o por un mes, y vivir en las<br />
copas de los árboles, y correr por lo alto de los lisos troncos, y punzar con fuerte pico la<br />
corteza y, apoyado en las plumas de la cola, hablar la lengua de los picamaderos y extraer<br />
ricas cosas de la corteza. El martilleo del pájaro sonaba dulce y recio en la sonora madera.<br />
Muchos animales encontró <strong>Goldmundo</strong> mientras cruzaba el bosque. Encontró muchas liebres<br />
que saltaban inopinadamente de entre la espesura cuando él se acercaba, y le clavaban la<br />
vista y luego daban la vuelta y se alejaban a la carrera, las orejas gachas y una mancha<br />
clara bajo la cola. En un pequeño calvero halló en el suelo una larga culebra, que no se dio<br />
a la fuga; no era una culebra viva sino su piel vacía, y el joven la tomó en sus manos y se<br />
puso a contemplarla: corríale por el dorso un bello dibujo de tonos grises y castaños y el sol<br />
la traspasaba, era tenue como tela de araña. Vio negros mirlos de pico amarillo que<br />
miraban fijos y encogidos con negras, temerosas pupilas, y después huían en vuelo<br />
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