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Narciso Y Goldmundo - AMPA Severí Torres

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Hermann Hesse <strong>Narciso</strong> Y <strong>Goldmundo</strong><br />

CAPÍTULO XI<br />

En aquella ciudad, <strong>Goldmundo</strong> se vio rodeado de cosas nuevas y una nueva vida comenzó<br />

para él. Así como el país y la ciudad le habían acogido gozosos, seductores y pródigos, así<br />

también esta nueva vida le acogía con alegría y muchas promesas.<br />

Aunque el fondo de tristeza y experiencia de su alma permanecía intacto, en la superficie<br />

retozábale la vida con todo su colorido. La época que ahora principiaba sería la más<br />

placentera y libre de cuidados de la vida de <strong>Goldmundo</strong>. Por fuera, la rica ciudad episcopal<br />

brindábale toda suerte de obras de arte, mujeres, numerosos y agradables juegos e<br />

imágenes; por dentro, promovía el despertar de su vocación artística con nuevas<br />

sensaciones y experiencias. Con la ayuda del maestro, encontró alojamiento en casa de un<br />

dorador, situada en el mercado del pescado, y aprendió, tanto del maestro como del<br />

dorador, a trabajar con madera y con yeso, con colores, barnices y panes de oro.<br />

No era <strong>Goldmundo</strong> uno de esos infortunados artistas que reúnen grandes condiciones pero<br />

que no encuentran los medios adecuados para expresarse. Existen, en efecto, hombres de<br />

tal jaez, capaces de sentir en manera profunda e intensa la hermosura del mundo y que<br />

albergan en su alma altas y nobles imágenes, pero que no aciertan con el camino para<br />

soltar de sí esas imágenes y para exteriorizarlas y comunicarlas para deleite de los demás.<br />

<strong>Goldmundo</strong> no sufría esta limitación. Resultábale tan fácil y placentero ejercitar las manos y<br />

aprender las prácticas mañas de la artesanía como aprender a tocar el laúd, cosa que hacía<br />

al terminar el trabajo con algunos compañeros, o bailar los domingos en las aldeas. El<br />

aprender era para él cosa sencilla, no le costaba esfuerzo alguno. Cierto que tenía que<br />

poner todos sus sentidos en la tarea de tallar la madera, que encontraba dificultades y<br />

sufría desengaños, que alguna vez echaba a perder tal cual bello trozo de madera y que a<br />

menudo se cortaba en los dedos. Pero pasó con rapidez los comienzos y adquirió habilidad.<br />

El maestro, sin embargo, estaba con frecuencia descontento de él y decíale cosas como<br />

ésta:<br />

—Me alegro mucho de que no seas mi aprendiz ni mi ayudante. Me alegra mucho saber que<br />

procedes del camino y de los bosques y de que un día volverás a ellos. El que ignorara que<br />

no eres un burgués y un artesano sino un hombre sin hogar y un vagabundo, podría caer<br />

con facilidad en la tentación de exigirte esto y lo otro, lo que todo maestro exige de su<br />

gente. Cuando te da por ahí, eres un excelente trabajador. Pero en la semana pasada<br />

hiciste el gandul dos días. Ayer, en el taller del patio donde tienes que pulir esos dos<br />

ángeles, te pasaste durmiendo medio día.<br />

Aquellos reproches eran merecidos y <strong>Goldmundo</strong> los oyó sin tratar de excusarse. Reconocía<br />

que no era un hombre tenaz y aplicado. Cuando un trabajo le atraía, le planteaba problemas<br />

difíciles o le permitía darse cuenta de su destreza y recrearse en ella, era un afanoso<br />

trabajador. En cambio, hacía de mala gana los trabajos manuales pesados, y aquellos otros<br />

que, no siendo difíciles, requerían tiempo y asiduidad, tan abundantes en la artesanía, y que<br />

sólo pueden llevarse a cabo con constancia y paciencia, le resultaban a menudo<br />

completamente insoportables. De esto, él mismo se asombraba a veces. ¿Habían bastado<br />

dos años de vida errante para volverlo perezoso e inconstante? ¿Sería la herencia de la<br />

madre que iba creciendo en él y se imponía? Recordaba muy bien sus primeros años en el<br />

convento, en los que había sido un alumno celoso y ejemplar. ¿Por qué había tenido<br />

entonces tanta paciencia, la que ahora le faltaba, y por qué había podido entregarse con<br />

tanta diligencia al estudio de la sintaxis latina y aprender todos esos aoristos griegos, pese<br />

a que en el fondo le parecían carentes de importancia? De tanto en tanto, ocurríasele cavilar<br />

sobre este punto. El amor le había dado bríos y alas; su celo en el estudio no había sido<br />

otra cosa sino el apasionado anhelo de ganarse a <strong>Narciso</strong>, cuyo amor sólo podía conseguir<br />

por el camino de la consideración y el elogio. En aquellos tiempos, era capaz de esforzarse<br />

durante horas y días por alcanzar una mirada aprobatoria del amado maestro. Al fin había<br />

logrado el ansiado objetivo y <strong>Narciso</strong> se había hecho su amigo; y, por extraño modo, había<br />

sido precisamente el erudito <strong>Narciso</strong> el que le revelara su ineptitud para la erudición y el<br />

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