Narciso Y Goldmundo - AMPA Severí Torres
Narciso Y Goldmundo - AMPA Severí Torres
Narciso Y Goldmundo - AMPA Severí Torres
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Hermann Hesse <strong>Narciso</strong> Y <strong>Goldmundo</strong><br />
—Discúlpame, <strong>Narciso</strong> —dijo con frialdad y un poca desdeñoso—. Veo que has llegado a<br />
abad. Yo, en cambio, sigo siendo un vagabundo. Y, además, nuestra conversación, aunque<br />
me resulta muy grata, no podrá durar, por desgracia, mucho tiempo. Pues he sido<br />
condenado a la horca y dentro de una o dos horas estaré colgado. Te lo digo únicamente<br />
para que te hagas cargo de la situación.<br />
<strong>Narciso</strong> no pestañeó. Aquella punta de infantilidad y jactancia que advertía en la actitud del<br />
otro le divertía y, a la vez, le emocionaba. Mas el orgullo escondido que impedía a<br />
<strong>Goldmundo</strong> echarse llorando en sus brazos, lo comprendía y aprobaba en el fondo de su<br />
alma. Ciertamente que también él se había imaginado de otro modo el encuentro con su<br />
amigo, pero, en lo íntimo, no le parecía mal aquella pequeña comedia. Con ninguna otra<br />
cosa hubiese podido <strong>Goldmundo</strong> ganarse otra vez su corazón más rápidamente.<br />
—Bien —dijo, haciéndose también el indiferente—. Por lo que atañe a la horca, puedo<br />
tranquilizarte. Has sido indultado. Tengo el encargo de comunicártelo y de llevarte<br />
conmigo... No se te permite continuar aquí, en la ciudad. Dispondremos, pues, de tiempo<br />
bastante para contarnos muchas cosas. Y ahora, ¿quieres darme la mano?<br />
Se estrecharon las manos y estuvieron largo tiempo sin soltárselas, hondamente<br />
emocionados; pero en sus palabras continuó todavía un buen rato la reserva y la comedia.<br />
—Así, pues, <strong>Narciso</strong>, dejaremos esta poco honrosa morada y yo me uniré a tu comitiva.<br />
¿Retornas a Mariabronn? ¿Sí? Magnífico. ¿Cómo? ¿A caballo? Estupendo. Habrá que<br />
conseguir un caballo para mí.<br />
—Lo conseguiremos, amice, y dentro de dos horas nos pondremos en camino. ¡Oh, pero<br />
cómo tienes las manos! ¡Todas desolladas, hinchadas y llenas de sangre! ¡Ah, <strong>Goldmundo</strong>,<br />
cómo te han maltratado!<br />
—No tiene importancia, <strong>Narciso</strong>. Yo mismo me las he puesto así. Estaba atado y quise<br />
librarme de la atadura. Puedes creerme que la cosa no fue fácil. Y, a propósito, muy<br />
valiente te has mostrado, por cierto, al entrar en mi calabozo sin escolta.<br />
—¿Por qué valiente? No había peligro.<br />
—Solamente el pequeño peligro de ser muerto por mí. Pues así lo había proyectado. Sabía<br />
que me iban a enviar un sacerdote. Yo le daría muerte y huiría vestido con sus hábitos. Un<br />
plan excelente.<br />
—Entonces, ¿no querías morir? ¿Querías, por el contrario, defenderte?<br />
—Claro que lo quería. No podía adivinar que fueses tú el sacerdote.<br />
—De todos modos —dijo <strong>Narciso</strong> pausadamente— era ese un plan poco loable. ¿Hubieses<br />
podido de veras asesinar a un sacerdote que venía a confesarte?<br />
—A ti, <strong>Narciso</strong>, naturalmente no, y quizá tampoco a ninguno de tus monjes, si llevaba la<br />
cogulla de Mariabronn. Pero a cualquier otro, desde luego, no te quepa la menor duda.<br />
Su voz se volvió, de pronto, triste y opaca.<br />
—No sería el primero.<br />
Ambos se callaron. Sentían un gran embarazo en el ánimo.<br />
—En fin, sobre estas cosas —dijo <strong>Narciso</strong> con voz fría— ya hablaremos más tarde. Si<br />
quieres, te confiesas conmigo. O si no, me cuentas tu vida. Yo también tengo muchas cosas<br />
que contarte. Eso me da placer... ¿Nos vamos?<br />
—¡Un momento, <strong>Narciso</strong>! Ahora que me acuerdo yo ya te he llamado Juan una vez.<br />
—No te entiendo.<br />
—Naturalmente. Aún no sabes nada. Hace ya muchos años te di el nombre de Juan y ese<br />
Página 121 de 145