Narciso Y Goldmundo - AMPA Severí Torres
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Hermann Hesse <strong>Narciso</strong> Y <strong>Goldmundo</strong><br />
el recuerdo de una madre desaparecida o muerta que no era sino un pálido nombre. Poco a<br />
poco, <strong>Narciso</strong>, diestro en leer en las almas, llegó a descubrir que su amigo pertenecía a ese<br />
tipo de hombres en que se ha borrado una parte de su vida, que, bajo el peso de alguna<br />
desgracia o hechizo, debieron resignarse a olvidar una porción de su pasado. Comprendía<br />
que, en este caso, el mero preguntar y aconsejar no valía de nada; y comprendía también<br />
que había confiado con exceso en el poder de la razón y que había hablado mucho en vano.<br />
No era, en cambio, vano el amor que le unía al amigo y la costumbre de estar a menudo<br />
con él. A pesar de la profunda diferencia de sus caracteres, habían aprendido mucho el uno<br />
del otro: gradualmente, había ido naciendo entre ellos, junto al lenguaje de la razón, un<br />
lenguaje espiritual y de signos, al modo como entre dos moradas puede haber una calle por<br />
la que pasan los carruajes y los jinetes pero aparte de la cual surgen muchos pequeños<br />
caminos de recreo, caminos laterales, caminos ocultos: caminitos de niños, sendas para<br />
enamorados, caminos apenas perceptibles de perros y gatos. Paso a paso, la viva fantasía<br />
de <strong>Goldmundo</strong> había ido penetrando, a través de varios caminos mágicos, en los<br />
pensamientos del amigo y en su lenguaje, y <strong>Narciso</strong>, por su parte, había llegado a entender<br />
y sentir sin palabras el genio y modo de ser de <strong>Goldmundo</strong>. A la lumbre del amor<br />
maduraban lentamente nuevos vínculos entre las dos almas y sólo después vinieron las<br />
palabras. Y así cierta vez, un día de asueto, en la biblioteca, inesperadamente, hubo entre<br />
los amigos una conversación que los situó de repente en el centro del problema de la<br />
esencia y sentido de su amistad y que proyectó luces nuevas a gran distancia.<br />
En aquella sazón hablaron de astrología, que en el convento no se cultivaba y estaba<br />
prohibida, y <strong>Narciso</strong> dijo que la astrología era una tentativa para introducir orden y sistema<br />
en la considerable diversidad de tipos de hombres, destinos y vocaciones. En este punto<br />
intervino <strong>Goldmundo</strong>:<br />
—Tú siempre estás hablando de diferencias, en tal manera que, poco a poco, he llegado a la<br />
conclusión de que esa es tu más peculiar característica. Cuando hablas de la gran diferencia<br />
que, por ejemplo, hay entre tú y yo, tengo la impresión de que la diferencia existe<br />
únicamente en tu extraña manía de buscar diferencias.<br />
<strong>Narciso</strong>:<br />
—Acabas de dar en el clavo. La verdad es que para ti las diferencias no tienen mayor<br />
importancia, en tanto que a mí me parecen lo único importante. Soy, por mi misma esencia,<br />
un erudito, mi vocación es la ciencia. Y la ciencia, para citar tus propias palabras, no es otra<br />
cosa sino la manía de buscar diferencias. No pudiera definirse mejor su esencia. Para<br />
nosotros, los hombres de ciencia, nada hay más importante que establecer distinciones; la<br />
ciencia es el arte de la diferenciación. Así, por ejemplo, conocer a un individuo es descubrir<br />
en él aquellas notas que lo distinguen de los demás.<br />
<strong>Goldmundo</strong>:<br />
—Perfectamente. El uno calza zuecos y es labriego, y el otro lleva en la cabeza una corona y<br />
es rey. Esas son, evidentemente, diferencias. Pero hasta los niños las advierten sin<br />
necesidad de ciencia.<br />
<strong>Narciso</strong>:<br />
—Mas si el labriego y el rey llevan iguales vestidos, el niño ya no acierta a distinguirlos.<br />
<strong>Goldmundo</strong>:<br />
—Y la ciencia tampoco.<br />
<strong>Narciso</strong>:<br />
—Quizá sí. No es más sagaz que el niño, conforme, pero tiene más paciencia; no se atiene<br />
exclusivamente a las señales más externas y groseras.<br />
<strong>Goldmundo</strong>:<br />
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