FILIACIÓN DIVINA Y LA CONTEMPLACIÓN DE DIOS «DE DÍA Y DE NOCHE» Jesucristo, el Hijo <strong>de</strong> Dios, es el «mo<strong>de</strong>lo» que los hombres, hijos <strong>de</strong> Dios, <strong>de</strong>ben tratar <strong>de</strong> imitar como <strong>de</strong>s<strong>de</strong> fuera y, a<strong>de</strong>más, el «mol<strong>de</strong>» en el cual es preciso vaciarse y como diluirse para fundirse a fin <strong>de</strong> alcanzar la plenitud humano-cristiana convirtiéndose a y en Cristo. Si no quiere irse «<strong>de</strong>-formando», el ser «el/los en Cristo» (<strong>de</strong>nominación <strong>de</strong> los cristianos, usada 167 veces por San Pablo) exige la participación <strong>de</strong> una misma «forma» mediante una «transformación» o transmutación permanente, profunda y gloriosa, que nos «con-forme» con Cristo. Nuestra resurrección, iniciada en el bautismo como en germen, va <strong>de</strong>sarrollándose a lo largo <strong>de</strong> la vida terrena en la medida <strong>de</strong> nuestra inserción en Cristo y asimilación a él. Se hace <strong>de</strong>finitiva e irreversible a partir <strong>de</strong> la muerte con la inmortalidad <strong>de</strong>l alma y se consuma en la Parusía cuando por la resurrección seremos <strong>de</strong>l todo «conformes» a Cristo, «el cual transformará nuestro cuerpo mortal con-formado a su cuerpo glorioso», resucitado (Flp 3,21). En el universo y en sus cosas pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>scubrirse la huella <strong>de</strong> la belleza, omnipotencia, etc., divinas, pues son creaturas <strong>de</strong> Dios, hechura suya, y el artista <strong>de</strong>ja siempre la impronta <strong>de</strong> su ser y <strong>de</strong> su saber hacer en sus obras. El hombre <strong>de</strong> cualquier tiempo, región y religión, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> creatura, es hijo <strong>de</strong> Dios en cuanto tal, en cuanto Uno, al cual se pue<strong>de</strong> llegar por medio <strong>de</strong> la razón. El cristiano tiene otra vinculación específica con Dios, a saber, su condición <strong>de</strong> hijo <strong>de</strong> Dios Padre en el Hijo por obra <strong>de</strong>l Espíritu Santo. La filiación divina es como el quicio objetivo <strong>de</strong> la vida y espiritualidad cristianas. De ahí se <strong>de</strong>riva la dimensión subjetiva, <strong>de</strong>finidora <strong>de</strong> la existencia cristiana y <strong>de</strong> su específico estilo <strong>de</strong> vida, <strong>de</strong> su espiritualidad, a saber, el ser contemplativos <strong>de</strong> Dios «<strong>de</strong> día y <strong>de</strong> noche», tratando <strong>de</strong> a<strong>de</strong>lantar por medio <strong>de</strong> la fe lo que se hará tras la muerte: la visión gozosa <strong>de</strong> Dios Uno y Trino en y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Dios. Varios escritores cristianos, ya en el s. II (Justino, Teófilo <strong>de</strong> Antioquía, etc.), enseñan que a Dios, como al sol, sólo se le pue<strong>de</strong> ver en y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la claridad divina, en y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Dios mismo. Cristiano es el que, como Cristo mismo, «no es <strong>de</strong> este mundo», aunque «está en el mundo» (Jn 17,11.14, etc.). El cristiano, en la medida en que lo es, aspira a «estar con Cristo» en su «Reino» glorioso y <strong>de</strong>finitivo, que «no es <strong>de</strong> este mundo» (Jn 18,36). «Nuestra patria está en el cielo» (Flp 3,20). El cristiano es un «peregrino» o, si se prefiere, un «emigrante», concepción subyacente en los testimonios anteriores y en otros, sobre todo en el Discurso dirigido «al Excelentísimo Diogneto» (1,1) en el s. ii: Los cristianos no se diferencian <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más hombres ni por su tierra, ni por su habla, ni por sus usos... Aunque, en cuanto a la indumentaria, al régimen dietético y <strong>de</strong>más aspectos <strong>de</strong> la vida, se adaptan a lo usual en cada región, manifiestan una manera especifica <strong>de</strong> convivencia admirable y reconocidamente paradójica. Habitan en sus patrias, pero como emigrantes; viven en cualquier parte como ciudadanos y, al mismo tiempo, como extranjeros... Los cristianos son en el mundo como el alma en el cuerpo. El alma está diseminada por todos los miembros <strong>de</strong>l cuerpo, los cristianos por todas las ciuda<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l mundo. Habita el alma en el cuerpo, no es (proce<strong>de</strong>) <strong>de</strong>l cuerpo; los cristianos habitan en el mundo, pero no son <strong>de</strong>l mundo... El alma ama a la carne y a los miembros que la aborrecen, los cristianos aman a quienes los odian... El alma inmortal habita en una tienda mortal; los cristianos viven como emigrantes en tiendas provisionales para recibir la incorrupción en el cielo (n.5-6). Los emigrantes trabajan y con su trabajo contribuyen al <strong>de</strong>sarrollo económico, a la prosperidad <strong>de</strong>l país <strong>de</strong> resi<strong>de</strong>ncia, pero su corazón está en su patria con la nostalgia <strong>de</strong> ella, <strong>de</strong> sus paisajes, etcétera, y con el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> regresar <strong>de</strong>finitivamente en cuanto sus ahorros les permitan instalarse con <strong>de</strong>sahogo en ella. El cristiano, en cuanto peregrino o emigrante, tiene puesta su esperanza y su mirada en la patria celeste. Hacia ella camina, pero para alcanzarla <strong>de</strong>be trabajar en el país <strong>de</strong> su resi<strong>de</strong>ncia temporal, contribuyendo, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su actividad profesional, al <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong> la tierra, al progreso <strong>de</strong> la humanidad o, según la parábola evangélica <strong>de</strong> los talentos, al máximo rendimiento <strong>de</strong> los talentos recibidos, <strong>de</strong> los que es administrador y <strong>de</strong>be rendir cuentas al Señor (Mt 13,16.33). La acción, el trabajo profesional <strong>de</strong>l hombre, es su colaboración con Dios en su obra creadora (Gén 1,26-29), así como a la re<strong>de</strong>ntora en la medida en que, cristiano o no, se <strong>de</strong>je mover por la acción <strong>de</strong>l Espíritu Santo (1 Cor 3,8- 10; Col 1,24, etc.). El cristiano, por el hecho <strong>de</strong> serlo, no se <strong>de</strong>sentien<strong>de</strong> <strong>de</strong> las realida<strong>de</strong>s temporales, sino que se entrega a ellas con afán más <strong>de</strong>cidido y trascen<strong>de</strong>nte a fin <strong>de</strong> santificarlas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>de</strong>ntro (CONC. VATICANO II, Lumen gentium 34). «No se ha <strong>de</strong> buscar la santidad en el lugar, sino en las acciones, en la vida y en las costumbres. Si éstas son <strong>de</strong> acuerdo con Dios y según sus mandamientos, aunque te encuentres sirviendo al Verbo 168
<strong>de</strong> Dios en tu casa, en el foro (i. e. en la calle/plaza, en cualquier actividad y profesión civil no pecaminosa en sí misma) -¿y qué digo en el foro?-, incluso en el teatro, no du<strong>de</strong>s hallarte en un santuario». 169
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