etc. ¿Vale la misma interpretación para los restos, muy anteriores, <strong>de</strong> Atapuerca, objeto <strong>de</strong> canibalismo según sus <strong>de</strong>scubridores? Una vez más, respecto <strong>de</strong>l paleolítico, nos movemos en un terreno en el que es muy difícil discernir y pasar <strong>de</strong> hipótesis o suposiciones. c) El ocre rojo, símbolo <strong>de</strong> la sangre y <strong>de</strong> la vida. Los restos humanos pintados <strong>de</strong> ocre rojo o enterrados sobre pintura, a veces tierra ferruginosa, <strong>de</strong> ese color: por ejemplo, 33 cabezas <strong>de</strong> Offnet; los restos humanos <strong>de</strong> Gower (sur <strong>de</strong>l país <strong>de</strong> Gales), Brno (Brünn), Chancela<strong>de</strong> (Périgueux, Francia), varios cadáveres en Sungir (Rusia), Grimaldi, etc. La interpretación tradicional y más generalizada relaciona el color rojo con la sangre y lo consi<strong>de</strong>ra como símbolo <strong>de</strong> la vida. En algunos casos su presencia tal vez se <strong>de</strong>ba a residuos <strong>de</strong> las sustancias empleadas para curtir las pieles con las que eran enterrados los individuos. d)La posición fetal <strong>de</strong> los cadáveres. Enterramiento <strong>de</strong>l cadáver en posición especial, la fetal o <strong>de</strong>l niño en el seno <strong>de</strong> su madre, antes <strong>de</strong> nacer a la vida extrauterina, posible reflejo <strong>de</strong>l nacimiento a una nueva forma <strong>de</strong> vida: la Chapelle-aux-Saints en Corréze (entre restos <strong>de</strong> un buey, un reno, un bisonte, etc.), huesos humanos entre o junto a restos <strong>de</strong> buey -calcinados o no- (Le Moustier, La Ferrasie en Eyzies -Francia-, etc.). Estos y otros datos convergen todos en la misma dirección, a saber, en la creencia <strong>de</strong> que algo humano subsiste tras la muerte, y probablemente en que lo humano subsistente necesita alimentación, utensilios, etc., como en la vida terrena. Los restos <strong>de</strong> animales, a veces calcinados, pue<strong>de</strong>n tener esa explicación o tal vez sean residuos <strong>de</strong> la celebración <strong>de</strong> un banquete funerario. Es la hipótesis explicativa <strong>de</strong> este mismo fenómeno presente en los monumentos megalíticos, en las pirámi<strong>de</strong>s, etc., así como en época muy posterior. «Descartadas todas las teorías al uso, sólo queda la pregunta: ¿qué agente pudo acumular <strong>de</strong> forma selectiva, en un rincón <strong>de</strong> una cueva, 32 cadáveres humanos completos? Hay una respuesta posible; pue<strong>de</strong> que hayan sido los propios humanos. Los primeros enterramientos conocidos son los Nean<strong>de</strong>rtalenses, muy posteriores en el tiempo. Y la Sima no parece un enterramiento convencional. Pero podría tratarse <strong>de</strong> una práctica funeraria, en forma <strong>de</strong> acumulación selectiva <strong>de</strong> cadáveres... Estaríamos en presencia <strong>de</strong> algo parecido a un primer cementerio». La situación <strong>de</strong> la Sima <strong>de</strong> los Huesos y la dificultad <strong>de</strong>l acceso a ella parece indicar que los restos <strong>de</strong> los 32 individuos fueron puestos allí intencionadamente hace unos 300.000 años. Pero ¿es un osario por razones rituales, religiosas, o simplemente prácticas, profanas, o sea, los restos humanos tratados como «<strong>de</strong>sechos»? 18
La religiosidad telúrica en el arte rupestre El hombre <strong>de</strong>l arte rupestre era capaz <strong>de</strong> religiosidad. Pero, en concreto, ¿cuál o <strong>de</strong> qué tipo era su religión? Para <strong>de</strong>scifrar un documento escrito, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> conocer el valor <strong>de</strong> cada una <strong>de</strong> sus letras, se requiere saber integrarlas en la estructura morfológica, sintáctica y estilística <strong>de</strong> su idioma. Se conocían las letras o palabras (animales, signos, etc.) <strong>de</strong>l lenguaje <strong>de</strong>l arte rupestre y sus modificaciones (posición, color, etc.), pero en su realidad aislada. Los a<strong>de</strong>lantos <strong>de</strong> la técnica informática mo<strong>de</strong>rna han permitido <strong>de</strong>scubrir que esas «palabras» existen entrelazadas con otras integradas en un «idioma» más o menos complejo. Leroi- Gourghan dice haber <strong>de</strong>scubierto la clave en los signos abstractos, que, inventariados y <strong>de</strong>scritos conforme a una metodología rigurosa, quedan reducidos a 100, repetidos en todas las cuevas. Estos signos figuran solos o asociados a las figuras <strong>de</strong> los animales; su distribución en la cueva no está hecha al azar, como a voleo, aunque lo parezca a primera vista. Se esté o no <strong>de</strong> acuerdo con Leroi-Gourghan, se ha abierto una perspectiva nueva. Personalmente creo que la clave «telúrica» es la que permite abrir la caja fuerte <strong>de</strong>l arte rupestre. He aquí algunos números o elementos esenciales <strong>de</strong> esta clave. 1) La diosa madre Tierra. Lo divino, por ser espiritual, supera cualquier categoría humana, también la <strong>de</strong> los géneros fisiológicos y gramaticales (masculino, femenino, neutro). Pero queda indicado que la respuesta a la pregunta «¿cómo es Dios?» está condicionada por la constitución familiar, el sistema <strong>de</strong> vida, etc., <strong>de</strong> un grupo tribal, etc. Durante el neolítico prevaleció la conceptualización y figuración <strong>de</strong> la divinidad femenina, madre, telúrica: la diosa madre Tierra en contraste con la posterior masculina, padre, celeste (indoeuropeos, semitas, etc.). El neolítico hun<strong>de</strong> sus raíces en el paleolítico, probablemente también en lo religioso. a) En la cueva o seno <strong>de</strong> la madre Tierra. Piénsese que el hombre paleolítico, aunque no siempre ni todos, sobre todo en las épocas más frías, <strong>de</strong> ordinario nacía en el seno <strong>de</strong> la tierra (cuevas), en él vivía y en él era sepultado. Más aún, cualquiera que haya hecho la experiencia estará <strong>de</strong> acuerdo en que, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> una cueva, resulta casi imposible concebir, por analogía, a la divinidad como celeste. Todavía recuerdo la impresión <strong>de</strong> los que la tuvimos en la Sala <strong>de</strong> las Pinturas (Palomera/Ojo Guareña) inicialmente a oscuras, luego a las llamaradas <strong>de</strong> luz intermitente <strong>de</strong> unas astillas <strong>de</strong> monchino (árbol paleolítico con fruto/granos <strong>de</strong> «incienso» bienoliente, que no suele faltar en las zonas cársticas o calizas y <strong>de</strong> cuevas). En un magnetófono sonaba música que a veces parecía sintonizar con el ambiente (Consagración <strong>de</strong> la primavera <strong>de</strong> Y. F. Strawinsky, Himno a la madre tierra <strong>de</strong> Rimski Korsakov). Otras veces <strong>de</strong>sentonaba por completo. Por eso, el jefe <strong>de</strong> los espeleólogos, ni practicante ni creyente, exclamó como herido: «¡Quítelo, no pega!», mientras escuchábamos la letra <strong>de</strong> un canto <strong>de</strong> entrada -entonces <strong>de</strong> moda- en la Eucaristía: «A Ti levanto mis ojos, a Ti que habitas en el cielo», con música <strong>de</strong>l P. Manzano. Cuando se está en una cueva, no cabe concebir a la divinidad como «celeste, cielo», ni «levantar los ojos» hacía ninguna altura, ni las manos en actitud orante ante la divinidad <strong>de</strong>l cielo. En una cueva, uno se siente «<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> algo» que te envuelve y te contiene no sólo con la soli<strong>de</strong>z <strong>de</strong> sus pare<strong>de</strong>s rocosas, sino también con su apelmazada oscuridad. Está, pues, latente el sentirse <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> «las entrañas, seno, matriz» maternas <strong>de</strong> la tierra. Más aún, las cuevas han sido asimiladas a la «matriz» <strong>de</strong> la madre Tierra. Recuér<strong>de</strong>nse los mitos <strong>de</strong> la formación <strong>de</strong> los animales y <strong>de</strong>l hombre en las entrañas <strong>de</strong> la tierra. La condición vaginal <strong>de</strong> las cuevas o conductos subterráneos, que comunican las entrañas <strong>de</strong> la tierra con el exterior, explica que, en griego, se llamaran «Delta» = «triángulo» las grietas <strong>de</strong> las rocas y la boca <strong>de</strong> las cuevas, consi<strong>de</strong>radas santuarios <strong>de</strong> «Deméter», la «tierra/madre» -hasta por su etimología- todavía en tiempos históricos. b) La representación figurativa <strong>de</strong> la diosa madre: las «Venus» paleolíticas. En una larga franja (unos 8.000 km.) que va <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la cueva Pendo (Asturias) y Lespugue (cerca <strong>de</strong> Lour<strong>de</strong>s) hasta Malta (Siberia) se han encontrado casi 3.000 estatuillas paleolíticas (posteriores al año 30000) femeninas en piedra, también en hueso y marfil. Son las llamadas «Venus». Pero no son «Venus», o la belleza <strong>de</strong>l i<strong>de</strong>al femenino, sino matronas o madres rollizas, carnosas y feas, que acentúan su relación con la fecundidad, pues carecen <strong>de</strong> las extremida<strong>de</strong>s (manos, brazos, pies, casi siempre <strong>de</strong> la cabeza o al menos <strong>de</strong> los rasgos faciales, a veces también <strong>de</strong> las piernas), pero tienen acentuados los órganos sexuales primarios (triángulo pubiano) y los secundarios (senos). Han sido interpretadas como representación <strong>de</strong> un i<strong>de</strong>al estético diferente <strong>de</strong>l mo<strong>de</strong>rno (G. H. Luquet), erótico (H. Klaastch), <strong>de</strong> sacerdotisas (G. Schuchardt, B. Klima). Pero la interpretación más generalizada (Piette, Boule, Hórnes, Menghin, Begouen, Roche, Lemozi, etc.) las relaciona con la fecundidad y las llama «madres», «diosas madres», gráficamente «diosas sin rostro» (G. H. R. von KSnigswold). Una serie <strong>de</strong> síntomas convergen en favor <strong>de</strong> esta interpretación: «diosas madres», por ejemplo: las características <strong>de</strong> estas estatuillas (también <strong>de</strong> varios relieves), el entorno <strong>de</strong> su ubicación, la elección <strong>de</strong>liberada <strong>de</strong> la figuración femenina con exclusión <strong>de</strong> la masculina, etc. Algunas (Willendorf en Austria, Elisseevici en Ucrania, etc.) son ciertamente «diosas», a juzgar por las ofrendas no escasas que las ro<strong>de</strong>aban. En Gagarino (Ucrania) había seis <strong>de</strong> estas Venus esculpidas en hueso <strong>de</strong> mamut en la cabecera <strong>de</strong> otras tantas yacijas (camas) a lo largo <strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> una choza oval en tomo <strong>de</strong> un hogar único, unifamiliar. c)La representación informal (arte abstracto) <strong>de</strong> la diosa madre: el triángulo inverso. La <strong>de</strong>coración rupestre más antigua <strong>de</strong> las conocidas aúna la figurativa (animales toscamente pintados en negro/rojo) y la no 19
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