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manuEl VázquEz Portal<br />
estaban más limpios. Usé otros como cobertor. No abrigaban del todo pero<br />
amparaban algo contra el frío de la madrugada. En mis vueltas y revueltas se<br />
fueron arrugando, rompiendo. Cuando amaneció parecía un mendigo arrojado<br />
en un basural.<br />
102<br />
El lunes conozco a los verdaderos médicos del penal: Adrián y Tomás.<br />
Roberto, el oficial de la Seguridad, me había traído a la enfermería del penal<br />
para el chequeo diario que habían ordenado los mandos superiores. Era cierto<br />
lo que afirmara Vladimir: no me dejarían convertirme en un mártir. Era cierto<br />
lo que yo barruntaba: ellos estaban más atemorizados que yo. Tomás Velásquez,<br />
un hombre decente, un buen profesional, me explicó pormenorizadamente las<br />
consecuencias físicas del ayuno y me convocó a deponer la huelga. Vi en él la<br />
preocupación auténtica por mi salud y a la vez el miedo a deslizarse más allá<br />
de lo estrictamente orientado por las autoridades del la Seguridad. Roberto<br />
nos vigilaba atentamente. Le agradecí, cortésmente, al médico su atención y<br />
le reiteré mi disposición de continuar la huelga. Roberto anotó el parte. Me<br />
envió a la celda con los guardianes. Fue al teléfono a informar de mi estado a<br />
sus superiores.<br />
Los días comenzaron a pasar con lentitud. El capitán Chacón, jefe de la<br />
prisión, había pasado por mi celda con todo su estado mayor. Los tuve más de<br />
dos horas de pie frente a mi celda. Los castigué con una larguísima teorización<br />
sobre la cobardía política que significaba haber separado a los huelguistas en<br />
vez de asumir la responsabilidad que el hecho acarrearía en la cárcel de Boniato.<br />
Los deslumbré con su propio lenguaje partisano, patriotero y falaz. Me creyeron<br />
uno de ellos, pero a la inversa. No se esperaban a un hombre capaz. Estaban<br />
persuadidos de que los 75 éramos un grupo de mercenarios e ignorantes como<br />
había pretendido hacer creer el gobierno por todos los medios de comunicación.<br />
Mi único objetivo era despertarles esa solidaridad subconsciente que provoca<br />
la manipulación del imaginario heroico de la memoria histórica. Si lograba sus<br />
simpatías a pesar de la aversión inculcada en sus conciencias por la propaganda<br />
del régimen, ya estaba fisurando su esquema de pensamiento, y eso los descon-<br />
certaría, y podría yo empezarlos a encaminar por una ruta verdadera y objetiva<br />
para valorar la real situación del país. Creo que se marcharon admirándome.<br />
Todo lo que me había explicado el Dr. Tomás comenzó a producirse: la<br />
cefalea, en ocasiones, intensa; los vértigos de cúbito, las sudoraciones géli-