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manuEl VázquEz Portal<br />
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De madrugada el recuento nos despierta. Nunca me levanto de la litera<br />
ni le rindo la cortesía que exige el reglamento. Los jefes ya lo saben<br />
y no se molestan en pedirme que me ponga de pie y los salude. A<br />
veces, al capitán Manuel Ramírez Moraga, le devuelvo, desde la cama, el sa-<br />
ludo madrugador. Me resulta simpático. Es un guajiro auténtico y <strong>sin</strong> ínfulas<br />
de gran jefe. Siempre le tengo algún chiste preparado y él ríe con desenfado.<br />
Los presos le profesan cierto aprecio. Cuentan que nunca ha tratado mal a na-<br />
die y que dice la verdad cuando habla. “No fouchetea a los presos”, aseguran.<br />
“Fouchetear” es una verbalización del apellido del célebre jefe de policías de<br />
la Francia del siglo XVIII, José Fouché, y viene significando algo así como<br />
engañar con cinismo y hasta algo de malevolencia. Moraga no fouchetea. Ha-<br />
bla claro, <strong>sin</strong> rodeos y <strong>sin</strong> miedo. Esto le ha acarreado problemas con algunos<br />
de sus homólogos y superiores. Pero él afirma que lo tiene <strong>sin</strong> cuidado. Otros<br />
oficiales lo tildan de irresponsable y hasta de algo loco, Creo que, en el fondo,<br />
lo envidian por su coraje.<br />
Pasado el recuento me levanto. Tras un estrecho muro que separa el retrete<br />
del resto de la celda tengo dos ladrillos escondidos. Son mi fogón. También<br />
tengo una pequeña cacerola que compré con cigarrillos. El combustible son<br />
tiras de saco de naylon blanco, que también compro con cigarrillos. Prendo mi<br />
hoguera y caliento agua. Preparo café instantáneo. Bebo y fumo. Después mis<br />
incómodas abluciones y evacuaciones. Luego preparo desayuno. Satisfecha<br />
todas mis necesidades matinales, escondo mis tesoros de supervivencia. Una<br />
requisa sorpresiva puede dejarme en la mayor de las orfandades y no debo<br />
permitirme ese lujo con mi frágil estómago. Panzilleno, aseado, paso a mi de-<br />
leite: leer hasta que los ojos chillen y el estómago vuelva a solicitar atención.<br />
Vuelta a los ladrillos, las tiras de saco, la cacerola y la despensita que Yolanda<br />
se encargó de proveer. La siesta se alarga entonces hasta las cuatro de la tarde.<br />
A esa hora el patio. En el enrejado de cabillas hago ejercicios. Corro. Veinte<br />
vueltas al patio que apenas si tiene veinticinco metros de largo y cuatro de an-<br />
cho. Veo en pleno vuelo una avioneta que pasa hacia el aeropuerto. Supongo<br />
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