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<strong>Escrito</strong> <strong>sin</strong> PErmiso<br />
tenencias y las inscripciones en el registro de ingreso. Nos vistieron con shorts<br />
y camisas <strong>sin</strong> mangas y <strong>sin</strong> cuellos. Nos condujeron a nuestras celdas.<br />
En mi celda, en tinieblas, no podía distinguir nada. Tiré sobre el piso la<br />
colchoneta que me habían dado y traté de dormir. No dormí. Tenía frío. Si<br />
usaba la toalla para taparme me vería obligado a que mi piel entrara en con-<br />
tacto directo con la colchoneta sucia, si usaba la toalla para separarme de la<br />
colchoneta, entonces no podría cubrirme. Fumé para esperar la claridad de la<br />
mañana. Qué equivocado estaba Mumúa el día que me dijo: “Allá vas a estar<br />
mejor”, cuando nos despedimos en Villa Marista.<br />
Boniatico era ese allá que ni Mumúa ni yo conocíamos cuando nos sepa-<br />
ramos, quizás para no vernos nunca más. Y no estaba mejor. El retrete, tupido.<br />
No se podía usar. El grifo, <strong>sin</strong> una gota de agua. Las paredes cochambrosas.<br />
El piso asqueroso. Un ventanuco por donde no se veía más que muros y por<br />
donde entraban a raudales los insectos, el sol y las lluvias. El nuevitero se había<br />
quedado <strong>sin</strong> contrincante para jugar a las damas y yo no podría volver a jugar<br />
con nadie. Mi soledad de hoy en adelante sería <strong>sin</strong> estatura, <strong>sin</strong> fondo.<br />
Apenas aclaró comenzó un bullicio como nunca había escuchado. Los pre-<br />
sos gritaban, se saludaban de celda a celda. Los carceleros se preparaban para<br />
otorgar los turnos de patio. Venía Colao arrastrando el carro sucio y maloliente.<br />
Repartían un desayuno que consistía en “chorote” (un líquido de color ocre<br />
obtenido a partir de la harina de maíz, azúcar y agua) y un panecillo que se<br />
desmigajaba de sólo mirarlo y que fabricaban, sabe el diablo, con qué harina.<br />
Al filo del mediodía conocimos a Arrate y a Sabino. Fue una presentación<br />
ceremoniosa, protocolar. Arrate se presentaba como el oficial de la Seguridad<br />
del Estado que nos “atendería” y luego pasaba a presentarnos a las personas<br />
que estuvieran en la oficina donde se celebró el primer contacto. Más tarde<br />
nos habló de las características de la penitenciaría y nos brindó una serie de<br />
“consejos útiles” para sobrevivir en la cárcel. A medida que fue hablando con<br />
nosotros, por separado, como sería luego en todas las ocasiones, nos fue reubi-<br />
cando. Nelson, para un destacamento; Edel, para otro; Villarreal, para otro;<br />
Normando, Próspero y yo, que parecíamos los más peligrosos, en Boniatico.<br />
Días después vino una contraorden y Nelson, Edel y Villarreal, acompañados<br />
de Juan Carlos, que sería el séptimo entre nosotros, y que vendría con un ojo<br />
morado como una berenjena, regresaban a Boniatico.