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Escrito sin permiso - Cadal

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<strong>Escrito</strong> <strong>sin</strong> PErmiso<br />

el otro me contó el accidente, en la guerra de Angola, donde su compañero<br />

había resultado herido. Miré con avidez la sabana avileña. Estábamos en una<br />

zona suburbana. Tras los feos edificios de nueva construcción se eleva el barrio<br />

Nuevo Ortiz, donde viven mi hija Tairelsy y mi nieto Samuel. ¿Qué estarían<br />

haciendo a esta hora que yo volvía a pasar, otra vez, <strong>sin</strong> besos ni regalos para<br />

ellos?<br />

Continuamos viaje. En Sancti Spíritus hicimos una parada para ponerle<br />

combustible al microbús. Nos bajamos. El teniente coronel me brindó prú<br />

oriental, una bebida ambarina que se obtiene a partir de la fermentación de<br />

algunas hierbas, semillas y raíces, y que traían embotellado en envases de cer-<br />

veza. Primero no acepté pensando que se trataba de un truco de la Seguridad<br />

para filmarme tomando, aparentemente, cervezas con ellos. Luego acepté una<br />

porción en un vaso plástico con el logotipo de la cerveza Cristal. Y no bien<br />

empine el primer sorbo, no pude evitar la joda:<br />

“¿Se imaginan, que nos estén filmado y luego pongan por Tele Martí la<br />

imagen de unos oficiales de la Contrainteligencia cubana tomando cervezas<br />

con un preso en plena calle?”, dije y comencé a reír. El chascarrillo no les gustó<br />

mucho. Pero para si era un truco, ahí tenían mi respuesta.<br />

En la autopista nacional –medio nacional, no han logrado terminarla toda-<br />

vía- nos sorprendió un aguacero torrencial. Anduvimos largo tiempo bajo la<br />

lluvia. Cayó la noche. Mojada. Fría. El aire acondicionado dentro del microbús<br />

comenzó a castigar mis piernas descubiertas. El short apenas me llegaba a las<br />

rodillas. El pull over era muy poco abrigo. Se me puso la carne de gallina. En-<br />

tramos a La Habana. ¡Coño, La Habana! Un año, tres meses y cuatro días <strong>sin</strong><br />

verla. Los choferes no sabían como llegar al destino. Los oficiales tampoco.<br />

Me consultaron. Me enteré entonces que iríamos para Marianao. No podían<br />

ocultármelo si querían que los guiara. Sospeché que la broma de mal gusto del<br />

teniente coronel había llegado a su fin. Los encaminé por la ruta del Hospital<br />

Militar. ¡Eso era!, creí, me trasladaban del hospital Ambrosio Grillo de Santiago<br />

de Cuba, para el Carlos J Finlay en La Habana. Cuando ya iba a cagarme en<br />

la madre de todo el mundo, torcimos por una calle paralela y nos detuvimos<br />

frente una casa, el teniente coronel descendió, tocó a la puerta, entró. Luego<br />

ordenaron a los choferes que entraran a un parqueo por la parte posterior de<br />

la casa. Allí me esperaban Aramís y otros oficiales que no conocía. Aramís<br />

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