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manuEl VázquEz Portal<br />
al carajo. Y Maseda que se ríe. Y me sacan <strong>sin</strong> que me haya abotonado aún la<br />
camisa. Y voy a dar al mismo lugar por donde entré la noche del arresto. Y me<br />
devuelven mis cordones y mi cinto. Y me esposan. Y me sientan en el mismo<br />
banco duro. Y me sacan a la luz del día. Y cierro los ojos. El sol me molesta. Y<br />
en el parqueo hay un ómnibus de turismo. Y me ordenan que suba. Y me con-<br />
ducen hasta los asientos finales del ómnibus. Y exclamo: “Al fin voy a montar<br />
en una guagua de turismo”. Y el guardián no puede menos que sonreír. Y me<br />
siento. Y espero.<br />
6<br />
Sube Jorge Olivera, medio cenizo el mulato por la falta de sol. Me levanto.<br />
Quiero ir a saludarlo. Los guardianes me lo impiden. Alzo las manos esposadas<br />
y lo saludo en la distancia. Entra Edel García, viene pálido, las diarreas no le han<br />
cesado desde hace un mes. Lo acomodan en el asiento anterior al mío. Le palmeo<br />
el hombro. Entra Oscar Espinosa Chepe, está muy desmejorado, la salud se le ha<br />
resentido más. Entra Adolfo Fernández Saíz, ha enflaquecido algo. Entra Pedro<br />
Pablo Alvarez, parece más encanecido. Entra Omar Rodríguez Saludes, tiene la<br />
cabeza rapada. Entra Regis Iglesia, me resulta muy joven. Entran muchos que<br />
no conozco. Entra Héctor Maseda. Me llama la atención que a todos nos han<br />
acomodado de modo que el espacio de al lado quede desocupado. Esperamos.<br />
¿A qué, coño, esperamos? Falta Víctor Rolando Arroyo, que viene desde Pinar<br />
del Río. Llega Arroyo. Lo ubican en el asiento posterior al mío. Nos saludamos.<br />
Entran y salen guardianes. Traen cajas. Sacos blancos de nylon. Termos. Vasos<br />
plásticos. Llegan más guardianes. Están armados de pistolas. Llevan tonfas y<br />
chalecos negros con el monograma G-2. Son un burujón. Se van acomodando<br />
en el asiento libre al lado nuestro. El ómnibus calienta motores. El chofer abre<br />
el acondicionador de aire y alerta que no se puede fumar. Los guardianes cie-<br />
rran las cortinas de las ventanillas. Adiós paisaje habanero, por estos cristales<br />
polarizados no te vamos a ver, y, ¡sabe Dios!, hasta cuándo. Me pongo de pie<br />
antes de que el ómnibus parta. Miro las cabezas encanecidas de la mayor parte<br />
de mis compañeros y exclamo: “¡Coño! ¿Para dónde nos llevan…? ¿Para la<br />
cárcel o para un asilo de ancianos?”