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manuEl VázquEz Portal<br />
por carretera. Entiendo. La bula, mi pulmón puede reventar como un globo.<br />
Ni que los aviones no estuvieran presurizados.<br />
21<br />
De nuevo la carretera. Son cerca de las once de la mañana. El trayecto entre<br />
Santiago y Contramestre es una montaña rusa. Sigue al volante el chofer des-<br />
orejado. Tengo náuseas. Ver al mundo de nuevo girando me marea. El teniente<br />
coronel, que me ha dicho llamarse Rolando también, como Ramiro la primera<br />
vez que hablamos, me pregunta cómo me siento. Le respondo que bien. Vuelve<br />
a preguntarme. Quiere cerciorarse, estar seguro. Vuelvo ha responderle que<br />
bien, y entonces:<br />
“Estás de libertad, vas para tu casa”, me dijo.<br />
“¡No jodas!, exclamé. “Te lo creo cuando lleguemos”. Ramiro apoyó la<br />
afirmación de su jefe, el médico me miró con ojos de reafirmación. Quise creerlo<br />
pero no dejé de pensar que se trataba de una broma de mal gusto.<br />
Quedamos en silencio después de la noticia. El microbús era un carro de<br />
montaña rusa. Las náuseas me volvieron con más fuerzas. El mareo se acrecentó.<br />
El vómito era inminente. Pedí detuvieran el microbús. Bajé presurosamente.<br />
Vomité diez veces el mango que me brindara Arrate. Entre las medicinas ser-<br />
vidas por el hospital Saturnino Lora no había gravinol. Tuvimos que llegar a<br />
Contramestre para que me inyectaran. Seguimos camino. Me recosté a lo largo<br />
de dos asientos. Traté de dormir. No lo conseguí.<br />
¿Qué será de mis hermanos encarcelados? ¿Estarán también montados en<br />
un ómnibus rumbo a sus casas? ¿Habrá podido la comunidad internacional<br />
conseguir la libertad de todos? ¿Habrá el Gran Burundú rectificado su error?<br />
Pensaba mientras el paisaje se deslizaba a mi lado. Pasaban ciudades, pueblos,<br />
pequeños caseríos. Pasaban grandes extensiones de tierra plagadas por el<br />
marabú, pasaban guajiros a caballo, pasaba el tiempo y la carretera parecía no<br />
acabarse.<br />
En una casa de visita del Ministerio del Interior, en Ciego de Ávila, al filo de<br />
las cuatro de la tarde, almorzamos. Yo solamente una sopa. Tenía el estómago<br />
revuelto.<br />
“Eso es brujería que te hizo Arrate con el mango, suerte que lo vomitaste”,<br />
bromeó Ramiro. Todos reímos.<br />
Salí al portal de la casa después de tomar café. No quería fumar en el inte-<br />
rior. Conversé con los choferes. Mientras el desorejado limpiaba el parabrisas