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<strong>Escrito</strong> <strong>sin</strong> PErmiso<br />
cada boleto. Pero allí estaba Yolanda. Ya me requisaban, con minuciosidad.<br />
Ya me esposaban. Ya me conducían Cholo y Kindelán y un perrero, con su<br />
perro, hacia el lugar de la visita. Mi hijo Gabriel envuelto por un duro corsé de<br />
hierro y correas que le inmovilizaba todo el torso. Mi hijo Manuel, el mayor<br />
de mis varones, serio y lacónico. Yolanda, ya muy delgada, con las huellas de<br />
una larga vigilia en su rostro. No descansaba desde el 7 de julio, día en que<br />
Gabriel fue sometido a una intervención quirúrgica en la columna vertebral para<br />
extraerle un lipoma que le presionaba la médula espinal. Mi primer abrazo fue<br />
a Gabriel, luego Manuel, más tarde a Yolanda que, con un brillo de lágrima<br />
en los ojos, esperaba, diminuta y frágil, por acurrucarse en mi pecho. Quise<br />
ver la cicatriz en la espalda del niño. Enorme. Veintiocho puntadas. ¡Y yo tan<br />
lejos! ¡Tan impotente! Dispondríamos de dos horas para conversar. Yolanda ya<br />
tenía noticias de la huelga. Nelson le había hecho llegar a Dolia una copia de la<br />
carta firmada por nosotros. Y Arrate, en su soberbia de oficialillo provinciano,<br />
catalizó el inicio de la huelga.<br />
Le cumplí a Arrate lo prometido el día anterior. Él, tratando de imponer su<br />
fuerza, había mandado sacar de mi jaba la mitad de los cigarrillos y parte de<br />
los alimentos; yo, en honor a mi palabra empeñada, devolví a mi familia la jaba<br />
completa. No la necesitaba. Desde aquel instante estaba en huelga. De ahora<br />
en adelante íbamos verdaderamente a medir fuerzas, y sobre todo, inteligencia.<br />
Yolanda, Manuel, Gabriel, trataron de persuadirme. Yo mantuve mi decisión<br />
a pesar de sus ruegos. Por si estaban grabando nuestra conversación, ensayé<br />
una frase ampulosa, heroica, altisonante, como las que le gustan, y usa tanto,<br />
El Gran Burundú: “Vayan tranquilos. Vale más ser la viuda y los huérfanos de<br />
un hombre con decoro que la esposa y los hijos de un cobarde”. ¡Qué linda me<br />
quedó! De ese momento en adelante usaría solo el lenguaje radial y televisivo<br />
que ellos usan para deslumbrar, alelar al pueblo. Iba a impostar la imagen con<br />
que ellos arropan a sus héroes. La némesis presentada por mimesis desconcierta<br />
al adversario. Es más difícil combatir lo que creemos un reflejo propio que a<br />
un contrincante con características propias y disímiles. Usar su propio discurso<br />
desde una perspectiva diferente, los despojaba de su propio discurso. Era usar<br />
su imaginario pero con función e interpretación inversa. Con ese truco psicoló-<br />
gico los haría sumergirse en un marasmo de dudas y admiración imposible de<br />
desenmarañar para ellos. Yo sé que ellos no saben que la humildad es la única<br />
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