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manuEl VázquEz Portal<br />
76<br />
Miro con detenimiento, por primera vez, la oficina donde nos propician el<br />
breve encuentro. Los muebles son viejos, deslucidos, algo deteriorados. Las<br />
cortinas de damasco descoloridas, raídas. Las alfombras desvaídas. Algunas<br />
paredes con la pintura descascarada. Se nota el desamparo en que ha caído la<br />
institución, altamente privilegiada siempre, después de la debacle del socialis-<br />
mo en Europa del Este. Sonrío, a mi pesar. El habitáculo me trae a la mente la<br />
decoración rusa. Qué hace una habitación, en medio del tórrido Caribe, recu-<br />
bierta con cortinas de damascos de tonos oscuros, alfombra rojas, <strong>sin</strong>o gastar<br />
mucho en acondicionadores de aire. Hasta en eso quisieron parecerse al KGB<br />
y hoy son los niños huérfanos de la pompa soviética.<br />
Yolanda se percata de mi fugaz sonrisa, mi leve alelamiento y cree descubrir<br />
complicidad con su idea de apelar la sentencia.<br />
“Es un trámite más, ¿comprendes?” Me dice y creo hallar en sus palabras<br />
un hálito de picardía. “¿Qué se traerán allá afuera y que no pueden decirme<br />
frente a cámaras, micrófonos y policía?” Pienso. En algún momento me lo<br />
explicarán.<br />
Vuelvo a mi celda. Me acuesto. Reposo un rato. Un guardián me llama a<br />
la mirilla. Rompe ante mis ojos la envoltura de los paquetes de cigarrillos que<br />
me trajeron mis familiares. Los va contando y entregándomelos a granel. Me<br />
entrega también una toalla limpia que me trajeron. Por ultimo me alcanza un<br />
libro y un tabloide del periódico Juventud Rebelde. Me explica que demoraron<br />
en darme mis pertenencias porque no puede hacerse antes de que las revise el<br />
oficial a cargo.<br />
El tabloide me asquea de sólo hojearlo. No son nada más que Orrio y Baguer<br />
los chivatientes (significado obtenido de la mezcla de los significantes chivato<br />
y combatiente). Hay más. Son como una docena. Pero lo que más me asquea<br />
son las declaraciones de Felipe Pérez Roque, el canciller de la mentira. Es como<br />
para vomitar u orinarse de la risa, según por el ángulo que se tome.<br />
Luego paso a ver las noticias de los juicios. Me conmociono ante las decla-<br />
raciones de Osvaldo Alfonso. Pienso en Claudia Márquez, en su hijo Christian.<br />
No puedo contener un estremecimiento de rabia. Les entrego el tabloide a los<br />
demás. Trato de dormir con la toalla limpia cubriéndome los ojos. Me siento<br />
como avergonzado. Una aguda lipori me embarga por Osvaldo.