You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
manuEl VázquEz Portal<br />
de tocador. “Aquí pichón, aquí pichón. Cambio”. Como todo un sampling<br />
imité la estática de un radio. “Mariposa, mariposa, ¿me escuchas”? Estática.<br />
Interferencias. “Aborten concierto autopista. Aborten concierto autopista”.<br />
Interferencia. Estática. “Vamos hacia nido tubérculo, hacia nido tubérculo.<br />
Cambio”. Estática. Interferencia. El Tigre se echa a reír. Por el retrovisor veo al<br />
chofer que ríe también. “Amarren cabras. Suelten zunzunes. Cambio”. Estática.<br />
Interferencia. “¿Cómo? No copio”. Interferencia. “¡¿Qué?! ¡Pero cómo ese<br />
cabrón se va a ir en el jet para Varadero en medio de una operación! Estática.<br />
La risa no permite que la estática me suene muy estética. Luego, entre todos,<br />
seguimos imaginando como sería una operación de rescate dirigida por Yolanda<br />
mientras mi hijo Gabriel andaba con un harem de putas gastando mis millones<br />
en las playas de Varadero.<br />
1 0<br />
Antes de partir de Aguadores tuve tiempo de despedirme de algunos ami-<br />
gos. Me mantuvieron mucho tiempo fuera de la celda mientras esperábamos<br />
por el automóvil. Yan me abrazó, casi llorando, cuando lo sacaron al patio en<br />
medio de mi espera. “Papá, Manuel, voy a pasar un hambre del carajo”, fue<br />
lo que atinó decirme. En un descuido de los guardias pude pasarle una nota a<br />
Agustín Cervantes. Le sugería que tuviera mucho cuidado en lo adelante. El<br />
solo podría resultar presa fácil de la represión. A la hora de almuerzo Agustín<br />
se escapó de la fila que marchaba hacia el comedor y vino hasta el portón en-<br />
rejado de las celdas de castigo y pudimos darnos un estrechón de manos entre<br />
los barrotes. Aguadores pasaba a la memoria, no volvería a existir para mí <strong>sin</strong>o<br />
en el recuerdo.<br />
Boniatico no había cambiado mucho. Kindelán, testa brillante por la alo-<br />
pecia, después de requisar parsimoniosamente, engolo<strong>sin</strong>ado, boquibabeante<br />
mis pertenencias, lo primero que quiso fue mandarme pelar.<br />
“Cuando me lo ordene un oficial, si lo entiendo, tu no eres más que un<br />
llavero”, le respondí.<br />
Vi su rencor, su sonrisa malévola. Pero ya me daba lo mismo chocar con<br />
él que con Leviatán. No había planes que pudieran ser estropeados. La mansa<br />
oveja de los primeros meses había sido trasquilada y mostraba su verdadera<br />
piel.<br />
“Está bien, está bien, goza”, me respondió con su tono típico de amenazas<br />
veladas.