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Escrito sin permiso - Cadal

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manuEl VázquEz Portal<br />

216<br />

“Más tarde. Recoge”<br />

Otra vez a depositar tarecos dentro de mis sacos de nylon blanco. Ramiro<br />

comete una indiscreción que me pone sobre aviso. ¿O no es una indiscreción<br />

<strong>sin</strong>o una pista para que yo empiece a imaginar otras cosas y no me tome por<br />

sorpresa lo que sucederá más tarde?<br />

“Esto no te hará falta”, dice y toma mi balde plástico y se lo regala a uno<br />

de los enfermos. Reacciono inmediatamente.<br />

“De que regales tú lo mío, lo regalo yo”, digo también sonriente y comienzo<br />

a regalar prendas entre los presos ingresados. Las chancletas a uno, la toalla a<br />

otro, el pomo de aceite al de más allá, un jabón de tocador al de la izquierda,<br />

las tarjetas magnéticas para teléfonos al de la derecha, unas zapatillas chinas<br />

de tela negra y algunos alimentos a Yan. Mientras reparto pienso velozmente.<br />

Si Ramiro me sugirió lo innecesarias que pueden resultarme las cosas en mi<br />

próximo destino es sólo por dos razones: o me van a montar en un avión con<br />

rumbo a casa del carajo desde el mismo aeropuerto de Santiago de Cuba o me<br />

van a otorgar la misma licencia extrapenal que han concedido ya a cinco de<br />

mis compañeros. Guardo mis escasas prendas de vestir, mis libros, mis papeles.<br />

Entra un teniente coronel y la jefa de recursos médicos que ya había conocido<br />

en Boniato. Me pide que salga del cubículo. Hay otro médico esperando. Me<br />

mide la presión. Está alta. Me entrega una píldora. La tomo. Ramiro sale del<br />

cubículo con mis bultos. Hora de irse. Me despido de los enfermos con que<br />

había compartido mi tiempo de ingreso. Me despido de los guardianes de la<br />

sala. Me despido de las enfermeras. Ramiro va delante, marcando el camino,<br />

con uno de mis bultos, yo llevo el otro. A la puerta del Hospital me espera un<br />

microbús recién estrenado. La doctora jefa de recursos médicos se despide<br />

de mí en la puertecilla del microbús. Partimos. Ramiro a mi lado. El teniente<br />

coronel revisando unos papeles. El médico, Sergio del Valle, he leído en el<br />

monograma inscripto en el bolsillo su bata impoluta, hurga en su portafolios.<br />

De los dos choferes, al que va al timón, le falta una oreja.

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