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<strong>Escrito</strong> <strong>sin</strong> PErmiso<br />
de sus lenguas retráctiles, lanzadas como látigos fulminantes contra las moscas.<br />
Comprendí la utilidad de soportar la repulsión que me producían. No todo lo<br />
que se arrastra es Orrio. Me limpiaban de moscas y mosquitos la celda. Cuando<br />
llegaba Yenima, los lagartos, con un raro silbido, se alejaban presurosos. El<br />
equilibrio ecológico en mi celda era palpable. Las moscas y los mosquitos me<br />
jodían a mí, los lagartos jodían a las moscas y mosquitos, Yenima jodía a los<br />
lagartos. Sabino regresó para jodernos a todos.<br />
El 13 de agosto, ¡válgame Dios!, no era viernes. Era el cumpleaños del Gran<br />
Burundú. Pero de todos modos el número 13 es de mala suerte. Y ocurrió lo<br />
que esperábamos sucediera de un momento a otro. Normando conversaba con<br />
Norges Cervantes sobre lo pésima que era la comida del penal. Serían cerca<br />
de las nueve de la noche. Buscando un poco de brisa, todos permanecíamos<br />
pegados a los barrotes de las ventanas. Ochoa cantaba uno de sus bolerones<br />
sentimentales. De la celda del güije (Onnis Bárzaga) llegaba el olor de papel<br />
ardiendo característico de la breva (cigarrillo liado por los presos con cualquier<br />
papel y colillas). Normando se quejaba de la burundanga y el bolloe’vaca. El<br />
suboficial Elio hacía su ronda. Se antojó de gritar a Normando:<br />
“Oye, está bueno de hablar mierda”.<br />
Fue la chispa. Normando le respondió con un exabrupto. Elio quiso enva-<br />
lentonarse y gritó un par de ofensas contra “los mercenarios”. Yo lo oí desde<br />
mi ventana y le vocee a Normando que se cagara en su madre. Normando no<br />
demoró en enfrascarse en un duelo de ofensas con Elio. Yo empecé a apoyar a<br />
Normando. Nelson Aguiar se sumó a la refriega. Juan Carlos, como un desen-<br />
frenado guerrero de los insultos, vertió sobre Elio una caterva de obscenidades<br />
que sonrojarían a la mismísima Messalina. Próspero, guajiro de poco hablar,<br />
también le propinó algunos sopapos verbales. Elio, vencido por las andanadas,<br />
se retiró del campo de batalla. Pero nosotros nos habíamos quedado con ganas.<br />
De los insultos a Elio pasamos a las diatribas contra el gobierno y contra su<br />
principal representante. La juerga duró hasta más de media noche. El reeducador<br />
Sabino, de guardia esa noche no se atrevió a intervenir. Estaba muy ocupado<br />
anotando en su agenda los nombres de los participantes en la guerra de las<br />
groserías.<br />
Al otro día lo supimos. Nos fue sacando de las celdas por orden de ingreso<br />
a la escaramuza. Primero Normando. Luego Nelson, Más tarde yo. Nos pidió<br />
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