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<strong>Escrito</strong> <strong>sin</strong> PErmiso<br />
El paisaje es árido. Pequeños breñales adornan los bordes de la tortuosa<br />
carretera. Las montañas lejanas como envueltas por un cendal de<br />
humo in<strong>sin</strong>úan un verdor de olivo. Vamos rumbo a Santiago de Cuba.<br />
A través de las ventanillas veo correr el mundo. La premura de la partida no<br />
me permitió desayunar pero no siento hambre. Mi estado de excitación no me<br />
deja pensar en el estómago. Entramos al barrio de Vista Alegre. El microbús<br />
aparca frente a una casa hermosísima. Me mandan descender. Penetramos en<br />
la mansión. Es una casona de estilo ecléctico como la mayoría de las residen-<br />
cias fabricadas por la burguesía cubana entre los años 30 y 50. Pésimamente<br />
amueblada, decorada con el más torpe de los gustos. Es la sede del grupo de<br />
enfrentamiento a la contrarrevolución que dirige el Capitán Ramiro Tamayo<br />
Gómez. Ya estoy en su oficina. Al frente otra habitación de la mansión, con-<br />
vertida en oficina, deja ver, a través de una alta pared de cristales, al capitán<br />
Reyes frente a una computadora, Arrate y otro lo acompañan. Reyes viene,<br />
risueño, a saludarme. Se acerca Arrate dudando de mi reacción, esta vez le<br />
permito saludarme.<br />
Ramiro me presta una maquinilla desechable de afeitar y me indica el baño.<br />
¡Estupendo! ¡Hay agua! Un enorme espejo devuelve el reflejo de mi cuerpo<br />
completo. Me veo sumamente ridículo. Un short playero, un pull over barato,<br />
mis viejos zapatos de la campaña penitenciaria. Me rasuro parsimoniosamente.<br />
Vuelve Ramiro. Arrate me brinda un mango como muestra de desagravio a<br />
todos nuestros encontronazos. Partimos de la mansión ecléctica.<br />
Santiago de Cuba se abre frente a mí con todo su resplandor de ciudad<br />
caribeña. Reconozco viejos lugares por donde alguna vez anduve. La gente<br />
hormiguea en las calles. Hay kioscos para ventas de viandas, mujeres que<br />
ofrecen flores, carretones tirados por caballos que se atraviesan al tránsito.<br />
Arribamos al hospital Saturnino Lora. Avituallan el microbús con medicinas<br />
y un balón de oxigeno. El viaje será largo. Pregunto por qué no lo hacemos<br />
en avión. El Dr. Sergio del Valle, junior, ya sé que es hijo del ex ministro de<br />
salud pública de Cuba, me explica que la comisión médica decidió que fuera<br />
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