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Escrito sin permiso - Cadal

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<strong>Escrito</strong> <strong>sin</strong> PErmiso<br />

larga. Me había propuesto indagar, y la indagación requiere de mucho tiempo.<br />

Roberto resistió hasta el anochecer. Se marchó. Ramiro y yo, a quien ya le<br />

había dicho que no se llamaba Rolando, que yo lo conocía por la descripción<br />

que Yaraí le hiciera a Normando, permanecimos en una charla que parecía no<br />

tener fin. Desfilaron por nuestro diálogo experiencias campe<strong>sin</strong>as comunes,<br />

supuestas afinidades, gustos parecidos. Parecíamos dos viejos condiscípulos que<br />

se reencuentran y empiezan a contarse historias. Entre cigarrillos y memorias<br />

llegamos al meollo de lo que nos tenía reunidos. Me informó que Normando<br />

Hernández había sido trasladado hacia Pinar del Río, que Juan Carlos Herrera<br />

había sido reubicado en Camagüey, que Nelson Aguiar había sido llevado a<br />

Guantánamo, que Antonio Villarreal había depuesto la huelga y Próspero Gainza<br />

también. En ese punto se enredó la discusión. No le acepté la información que<br />

me daba sobre Próspero. Yo sabía que el holguinero era de la estirpe brava. Al<br />

fin aceptó la permanencia de Próspero en la huelga. Dueño de esta informa-<br />

ción hice un análisis rápido. La huelga ya no tenía sentido. Había cumplido su<br />

objetivo. Prolongarla era un atentado contra nuestros cuerpos. Para concluirla<br />

sólo necesitaba tiempo y vía para hacérselo saber a Próspero. Ramiro iba a ser<br />

ese tiempo y esa vía. El era el más interesado en concluirla. Le propuse que<br />

convenciera a Próspero de terminarla y yo la terminaría asimismo.<br />

La alegría de Ramiro fue notoria. Estaba dispuesto. Haría las gestiones<br />

con Próspero. No sabía el oficial que el único medio, por acuerdo común, era<br />

dejarnos hablar a unos con los otros para tomar esa decisión. A las dos de la<br />

madrugada cerramos nuestro protocolo. Fuimos a la enfermería. Una enfermera<br />

soñolienta nos midió la presión arterial. Ambos la teníamos muy alta. Anoté<br />

también en mi memoria este dato sobre el policía para ulteriores encuentros.<br />

Fui a mi celda tranquilo. Ya había olvidado las promesas de Ramiro para que<br />

yo depusiera la huelga. Eso no era lo importante. Lo fundamental para mí era<br />

poder hablar con Próspero al otro día y estaba seguro de la reciedumbre de<br />

carácter de mi compañero. El no aceptaría nada si antes no hablaba conmigo.<br />

A la una de la tarde del domingo volvieron a sacarme de la celda. Allí estaba<br />

nuevamente Roberto. No habían podido convencer a Próspero. Se imponía la<br />

conversación telefónica. Próspero en la dirección de la cárcel de Boniato, yo en<br />

la dirección de la cárcel de Aguadores. Timbra el teléfono. Roberto responde.<br />

Me pasa el auricular.<br />

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