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manuEl VázquEz Portal<br />
“¿Todo?”, pregunté.<br />
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Moscas. Moscas. Moscas. ¡Coño, qué mosquero! Es mayo. Tiempo<br />
de mangos. El pasillo Oeste de la sala de penados del hospital<br />
Ambrosio Grillo tiene unas ventanas de persianas, enrejadas, por<br />
supuesto, que dan a uno de los jardines del centro médico. En el jardín crecen<br />
dos árboles plagados con el fruto. Los presos aprovechan cuando los guardia-<br />
nes abren las rejas de los cubículos para asomarse a las ventanas y rogarles<br />
a las personas que transitan por el jardín que les alcancen las frutas caídas.<br />
Las comen con fruición: las bocas untadas del néctar, los dedos chorreantes<br />
de jugo; pelan al rape, con sus dientes voraces, las almendras que junto a las<br />
cáscaras van a caer luego al jardín. Y entonces las moscas. Moscas jodedoras<br />
que revolotean por la cama, que caen, engolo<strong>sin</strong>adas, en la sopa de frijoles del<br />
almuerzo, que zumban cerca del oído, que cosquillean en las mejillas, que se<br />
posan en el culo de un recién operado de hemorroides, que vienen a chocar con<br />
los labios. Moscas. Moscas. Moscas. ¡Coño, qué mosquero!<br />
El 22 de mayo fui trasladado al hospital. Dos guardianes desconocidos se<br />
asomaron a mi reja. “Prepárese, va de conduce”, me dijeron. Ir de ‘conduce’<br />
significa ser trasladado fuera del penal. Yo dormía la siesta. Era esa hora de<br />
modorra evanescente que envuelve a Boniatico después de almuerzo. El sol<br />
de mediodía pone a coruscar los espejos de los diminutos charcos de orina y<br />
aguas residuales del patio contra las paredes, los lagartos, feos como pequeñas<br />
igüanas, se adormilan en los umbrales de las ventanas, las ratas batallan por<br />
los desperdicios, las arañas penden, inmóviles, de sus hilos grises, y el preso<br />
sueña con prados de hierbas ondulantes donde corre en libertad detrás de un<br />
niño que ríe y lo convoca a que lo siga.<br />
“¿Para dónde?”, pregunté aletargado.<br />
“Para el hospital”, me respondió uno de ellos.<br />
Me puse mi uniforme de preso. Me calcé. Saqué las manos por la reja para<br />
que me esposaran.<br />
“Recoja sus pertenencias”, me dijo el gendarme.