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manuEl VázquEz Portal<br />
y verdadera fuente de admiración. La propaganda castrista les ha subvertido<br />
los valores humanos. El partisanismo, las frases pomposas y las poses heroicas<br />
son su modo común de comportarse. Aquí tendrían un héroe a su medida.<br />
6<br />
A la hora de la despedida apareció Arrate. Venía, como yo había supuesto,<br />
a dirigir personalmente la requisa a mis familiares. Yolanda se burló de la<br />
oficial que la requisó. “¡Qué mala puntería tienen”!, le dijo cuando con rostro<br />
decepcionado la militar se retiraba desencantada por no haberle hallado nada<br />
comprometedor encima.<br />
Me regresaron a la celda. Guardé todas mis pertenencias en un saco de nylon<br />
blanco. Tiré mi colchoneta de espuma de goma sobre el piso, frente a la puerta,<br />
y me quedé en calzoncillos para que supieran que la huelga había empezado ya.<br />
En el penal corría la noticia de que Colao había traído mi jaba y luego la había<br />
retirado cuando yo lo dispuse. La atmósfera exaltada de Boniatico era bulliciosa.<br />
Los presos, a gritos, me alentaban, me hacían recomendaciones para resistir,<br />
me explicaban las diferentes variantes que podrían asumir las autoridades para<br />
sofocar la huelga.<br />
Llegó la noche. Se presentaron en mi celda dos guardianes desconoci-<br />
dos. Me esposaron y me sacaron. En la antesala me requisaron a fondo. Me<br />
condujeron hasta un pequeñísimo carro celular. Esperaron a que llegara mi<br />
saco blanco con las pertenencias. Yo me asfixiaba de calor dentro de aquel<br />
catafalco oscuro. Partió el carro. Me parecía haber subido a una montaña rusa.<br />
Bajadas vertiginosas, subidas abruptas; sacudones estremecedores, bandazos<br />
bruscos. No pude calcular el tiempo que demoró el viaje. No sabía la ruta que<br />
seguíamos. Llegamos. Descendí del carro celular frente a una nave rústica de<br />
paredes de cemento y techo de tejas de asbesto-cemento. Toda pintada con<br />
cal relumbrante que molestaba, de tan blanca, en los ojos. Allí había toda una<br />
comitiva aguardando mi arribo. El oficial de la Seguridad “Charles”, con quien<br />
ya había discutido una vez en Boniatico, el mayor Moisés, jefe de reeducación<br />
de la Cárcel de Aguadores (así se me presentó), el Dr. Matos (en ese momento<br />
no sabía que era un preso y que extinguía una condena por ase<strong>sin</strong>ato), varios<br />
oficiales más y guardianes en abundancia.<br />
Matos me auscultó. Se mostraba pedante. Después supe por medio de otros<br />
presos que siempre mantenía ese aire de superioridad. Me midió la presión<br />
arterial. Me pesó. Anotó mi estatura. Comenzó a llenar una nueva historia