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En mi foso caliento el rancho colectivo,<br />
con la llama escondida,<br />
para no delatar el bastión que defiendo.<br />
Por la noche<br />
en la torre<br />
vigilo las fronteras<br />
-todo en mí son fronteras.<br />
Revivo un batallón<br />
de mis viejos, heroicos, familiares fantasmas,<br />
les doy un AK-M<br />
y los pongo a mi lado en la trinchera.<br />
Yo soy el numantino<br />
del camello y la soya<br />
y estoy aquí,<br />
de pié,<br />
en mi ciudad sitiada<br />
velando el resplandor de tanto patrimonio.<br />
<strong>Escrito</strong> <strong>sin</strong> PErmiso<br />
Río imaginando a Sacha vestido de miliciano mientras cocina unos pláta-<br />
nos fongos sobre una fogata encendida con madera verde: los ojos irritados,<br />
llorosos, la nariz deshecha en estornudos y mocos, las manos tiznadas que<br />
abanican las llamas con un trozo de yagua, y Abel Prieto que, con voz im-<br />
periosa, le exige se apure con la comida de la tropa cultural del batallón de<br />
retaguardia, y llega Waldo Leiva, sudoroso, jadeante, para informar que el<br />
recital de esta noche hay que suspenderlo por falta de poetas. Río y soporto<br />
el hambre. Río y oigo a los presos protestando por lo largo del discurso del<br />
Supremo. Río y me voy adormilando, y cuando me despierto del todo ya es<br />
casi de noche, las ratas combaten en el patio, la guarnición de refuerzo se<br />
ha marchado de Boniatico, Villarreal me llama para preguntarme cómo me<br />
siento, y le respondo que entero, y permanecemos un rato hablando de Morón<br />
y de pelota y de Nancy Rivacoba, que era, en nuestra adolescencia, la mujer<br />
más bella del pueblo.<br />
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