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Escrito sin permiso - Cadal

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<strong>Escrito</strong> <strong>sin</strong> PErmiso<br />

a visitar a sus presos. A mí no me permiten hablar con nadie, y cuando alguien<br />

lo intenta, lo alejan como si yo fuera un leproso. Mis charlas más largas son<br />

con Yan cuando él sube al pretil de mi ventana.<br />

Hay escasez de personal médico y paramédico. Por eso utilizan a los presos<br />

para esos menesteres. El Dr. Matos era un cirujano afamado en Santiago de Cuba<br />

hasta que se le ocurrió la pésima idea de lanzar desde lo alto de un edificio a su<br />

esposa. El Dr. Andrés Benítez era un buen médico en Contramestre hasta que<br />

pensó aumentar sus ganancias con la crianza de cerdos y lo acusaron de comprar<br />

pienso de contrabando para alimentar a sus animales. Aquí lleva casi dos años <strong>sin</strong><br />

que le hayan celebrado juicio aún. Juan, era ambulanciero, y como sabe algo de<br />

primeros auxilios también trabaja en la enfermería. Enfermería que, como ya se<br />

conoce, labora de modo ambulatorio porque “el pepe” usa el local como cárcel<br />

particular. El trabajo más pesado cuando el brote de conjuntivitis que asoló el<br />

penal a mi llegada recayó sobre ellos. Los enfermos más graves los aíslan en las<br />

celdas de castigo hasta que pueden trasladarlos a algún hospital.<br />

También hay escasez de guardianes. A pesar del salario de privilegio que<br />

les pagan los carceleros no quieren permanecer en sus labores. Desde que estoy<br />

aquí muchos han solicitado su baja del Ministerio del Interior. Hace unos días<br />

uno de ellos me pidió que le redactara la carta por la cual exigía su liberación<br />

del cuerpo. Los guardianes permanentes de las celdas de castigo, a quienes les<br />

pagan más por peligrosidad, son el zurdo Montoya, Neroide, Palacio y Prior.<br />

Cuando se ausenta alguno de ellos mandan sustitutos. Con uno de los sustitutos<br />

hablé ayer mientras me vigilaba en mi horario de patio.<br />

“Puro, ¿y usted por qué está preso?, me preguntó. Creí que se estaba ha-<br />

ciendo el despistado y le respondí:<br />

“Por robo”.<br />

“¿Y cuánto le echaron?<br />

“Treinta años”.<br />

“¡Treinta años! ¿Pero qué se robó usted?<br />

“No, no llegué a robármelo”<br />

“¿Y qué era?”<br />

“A Cuba, pero Fidel Castro se me adelantó”<br />

El hombre hizo un gran esfuerzo para no reír, del mismo modo que hizo<br />

un gran esfuerzo para no reprenderme. Era muy joven y quizás por eso sentí<br />

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