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manuEl VázquEz Portal<br />
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Yolanda me explicó, por teléfono, que ya había dado a conocer a la<br />
prensa las bondades de Ramiro. El segundo paso corría por mi cuenta.<br />
Agustín Cervantes sólo esperaba por mi decisión para poner en marcha<br />
los engranajes que desatarían la huelga. Pero se añadía un motivo superior a los<br />
que ya teníamos. Mis compañeros de la prisión de Holguín: Adolfo Fernández<br />
Saíz, Mario Enrique Mayo, Ángel Moya, Antonio Díaz Fernández, y otros, esta-<br />
ban en huelga de hambre. ¡Perfecto! Eso venía a fortalecer la idea que, Agustín<br />
y yo, teníamos de crear una manifestación de protesta que rebasara las fronteras<br />
de la Cárcel de Aguadores. Era 7 de noviembre. Viernes. El Tigre me había<br />
llevado al teléfono. Estaba allí, a mi lado. No pude explicarle a Yolanda lo que<br />
sucedería apenas dos días después. La información sobre la huelga saldría de<br />
otro modo. Ya le habíamos entregado tarjetas magnéticas para teléfono a quienes<br />
se encargarían de hacerlo. Esa misma noche le pasé a Agustín una nota con<br />
todas las indicaciones pertinentes. Agustín demostró, una vez más, su calibre.<br />
Aquella tarde, sobre el muro de Boniatico, cuando el garitero de la alambrada<br />
disparara su AK al aire, para amedrentarlo, y él golpeándose el pecho con una<br />
mano, le gritara: “Tira aquí, pendejo”, me demostró que se podía confiar en él.<br />
Y allí estaba, de nuevo, exponiendo el pecho bravío, indomable.<br />
El inventario de mis pertenencias, que quedarían bajo custodio de la di-<br />
rección del penal, vino a hacerlo el oficial Oney, jefe de orden interior de la<br />
prisión. Quedaba de nuevo en calzoncillos. Quedaba nuevamente sobre el<br />
piso rugoso. Quedaba otra vez <strong>sin</strong> útiles de aseo, pero esta vez no era yo solo.<br />
Agustín había conseguido que en todos los destacamentos del penal hubiera<br />
tres o cuatro hombres “plantados”. Éramos trece en total.<br />
No me dejaron en mi celda. Suponían que había escondido alimentos y otras<br />
vituallas para sobrepasar la huelga. Fui trasladado a la celda 23, la última de las<br />
que corren de Este a Oeste. Vuelta a los chequeos médicos diarios, vuelta a los<br />
mareos, vuelta al concierto escandaloso del yeyuno, vuelta a las alucinaciones<br />
oníricas, vuelta a las magulladuras de la piel contra el piso áspero. Allí supe<br />
que Mario Enrique Mayo había sido trasladado desde Holguín para la prisión<br />
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