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¡Quién pudiera ser bestia<br />
y revolcarse!<br />
-¿Por qué no conversamos?<br />
Cuéntame del mundo,<br />
del sol<br />
y de las yerbas.<br />
No hablaré de la cárcel.<br />
Volveremos a amarnos al morir los relojes.<br />
<strong>Escrito</strong> <strong>sin</strong> PErmiso<br />
¿Qué querrá Sabino? ¿Algún problema? Me calmo. Guardo los papeles.<br />
Saco las manos. Cholo me pone las esposas. Cholo es el otro miserable del<br />
penal, compinche de Kindelán. Son los tipos más odiados en Boniatico. Me<br />
conduce a la oficina del reeducador.<br />
Sabino furioso. Trata de disimularlo pero la rabia le brota por los poros.<br />
Elige las palabras. Me da la impresión que tartamudea. Está pálido. Me extraña<br />
que no haya ordenado quitarme las esposas. Siempre lo hace para dar un tono<br />
amistoso a sus conversaciones conmigo. Teme alguna reacción mía. Lo noto<br />
cauteloso. Cholo alerta. Amaza la tonfa. Me mira con ojos que quieren ser<br />
amenazantes. Al fin Sabino me explica que le incautaron unos papeles míos a<br />
mi esposa. Comprendo su furia. El mismo había estado presente cuando me<br />
requisaron para salir. El hecho de que aquellos papeles hubieran estado frente a<br />
su nariz y no los hubiera descubierto, lo sumía en el ridículo. Fue la oficial que<br />
requisó a Yolanda, a la salida, quien los descubrió. Me sobrepuse a la sorpresa.<br />
Le dije que yo no era culpable, que su deber era encontrarlos, y el mío pasarlos<br />
subrepticiamente ya que ellos no respetaban la privacidad de la corresponden-<br />
cia. Para mortificarlo elogié la eficacia de la oficial del pabellón de licencias<br />
conyugales. Me amenazó con las consecuencias de mis actos. Le dije que lo<br />
lamentaba pero que lo seguiría haciendo con métodos más refinados. El me<br />
respondió que ellos también usarían métodos más sutiles. Quedó declarada la<br />
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